Antonio M. Figueras: «Ser poeta no es sinónimo de buena persona, ni siquiera de sensible»

El escritor, filólogo y periodista publica «Ni lugar adonde ir», un mapa para encontrar un lugar en el mundo

Antonio M. Figueras: «Ser poeta no es sinónimo de buena persona, ni siquiera de sensible» Ángel de Antonio

manuel de la fuente

Al final, en la vida, todos somos náufragos, todos somos astronautas, buscando una tabla de salvación (como suele serlo la poesía), un sitio donde descansen nuestros huesos para siempre. Antonio M. Figueras, un poeta barbado, periodista de raza, dibuja la búsqueda de moradas interiores y exteriores en «Ni lugar adonde ir» (Ed. El Traje de Apollinaire), su nuevo poemario. La geografía del alma se le da mejor que bien al poeta.

-No empezamos bien. Dice usted que no tiene «Ni lugar adonde ir». ¿En la vida o en la poesía? ¿O en ambas?

-Si alguna vez no supe adonde iba, ahora he decidido buscar mi lugar en el mundo: puede estar afuera, pero también dentro, en una sonrisa o en el brillo de los ojos de mi hijo David. Pretendo que mi poesía, a partir de ahora, sea más luminosa. Si abrimos plano, vivimos un tiempo en el que mujeres y hombres están diciendo cada vez más fuerte adonde no quieren ir. Y en poesía, el que exhibe certeza me provoca desconfianza.

-La editorial que lo publica se llama El Sastre de Apollinaire. ¿Qué pasa, Apollinaire era un dandi?

-Juego, atrevimiento. Así veo a Apollinaire. Hay que reivindicar el futuro. Ya está bien de poetas malditos, de complacencia en el fracaso. Tenemos la obligación de considerarnos príncipes guapos. Y si las cosas van mal, atribuirlas a que estamos encantados por el hechizo de alguna bruja. Hay tanta belleza en las pequeñas cosas…

-Un pajarito me ha dicho que el libro se iba a llamar «La tarea del Astronauta». ¿Su poesía, la poesía en general, aspira a ser sideral?

-«Ni lugar adonde ir» es un viaje (poético) a la inversa. El «protagonista empieza surcando el universo, después desciende a las ciudades y por último se busca dentro de sí mismo. La poesía es una manera de interpretar el mundo, una forma de mirar. Sideral puede ser la distancia entre los planetas o entre dos novios. Si hay un cielo, está aquí, muy cerca de nosotros.

-La segunda parte se llama «Ciencias Sociales». ¿Será porque es usted un sindicalista honrado?

-Se llama «Ciencias Sociales» porque ese era el nombre de la asignatura que estudié en mi infancia sobre geografía. He sido muchas cosas: poeta, periodista, sindicalista… Le diré que la mayoría de los sindicalistas que conozco son honrados y trabajan mucho. ¿Todo el mundo puede decir eso mismo de sus compañeros?

-Sé que usted no, pero ¿hay poetas con cuentas en Suiza?

-Antes o más que poetas somos hombres. Como dice el chiste, todos tenemos un precio, lo que hacen falta son financistas.

-¿Y vates con tarjeta black?

-Ser poeta no es sinónimo de buena persona, ni siquiera de sensible. Rimbaud era traficante de armas. Con un periodismo de investigación quedarían al desnudo las vergüenzas de muchos cofrades. Pero ¿a quién le importa?

-«Conmigo» es la tercera parte. Podía usted haberlo encabezado con esa bonita cita popular que dice «Ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio»...

-Se llama «Conmigo» porque «Canto a mí mismo» ya lo había cogido Walt Withman. Pensé luego en Conversaciones conmigo mismo», canción de Juan Pardo. Al final me quedó el título de un bolero. Las citas populares suelen estar cargadas de muchas cosas, a veces incluso de razón.

-Volvamos al astronauta. ¿Está más colgado que el pobre muchacho de Odisea 2001?

-Este astronauta nace gracias a Cyrano de Bergerac, Vicente Huidobro, David Bowie, pero sobre todo, a Enrique Bunbury. Es un hombre solo, desesperado, que busca, lejos de su planeta, encontrarse a sí mismo. Como no lo consigue, vuelve a la Tierra.

- Desde luego, agallas tiene, pero no le veo yo en La Guerra de las Galaxias. Parece Sartre con escafandra, jopé lo que sufre.

-El poeta a veces es un cobarde que sufre en silencio, como dicen que se padecen las almorranas. No hay excesivo heroísmo en el dolor. A fin de cuentas nacemos llorando.

-Turista accidental, Misión sin retorno, Apocalypse now, The dark side of the moon, La edad  de la inocencia, I have a dream, Papá Nöel... ¿A esto se le puede llamar influencias?

-Para eso no tengo ningún pudor. Si quiere no salir en alguno de mis escritos, no me cuente nada de su vida. Me considero un vampiro, pero la thermomix de mi alma prepara platos con un aliño muy personal.

-«Se dice por ahí que todos los hombres deben morir. Quién sabe. Tal vez no», escribe. ¿También es un forofo de «Los Inmortales»?

-Recuerde que sólo puede quedar uno. Qué angustia la de aquel que vive para siempre. Qué desazón la del que comprende su finitud.

-Y continúa, «Hay quien lleva perdiendo desde que Gil de Biedma escribió Pandémica y Celeste». ¿Es usted un perdedor? Sus amig@s me cuentan que se prejubiló muy bien, que ha plantado árboles, que tiene una mujer y un niño maravillosos, que escribe libros, que no se afeita... ¿No será una pose poética, un personaje inventado? A lo mejor en vez de ir a la imprenta tiene que ir al psicólogo...

-Si alguna vez perdí, ahora juego a ganar. Se acabó ver la vida como lo hace Mourinho. Tengo cincuenta años, no puedo prejubilarme y por tanto sigo en la brecha. Quise dejar el periodismo pero el periodismo no me deja. Mi hijo es mucho más que mi mejor poema, es «jodidamente especial», como dice la canción de Radiohead. Todos nos inventamos a nosotros mismos varias veces. No sabría decir qué es real y que hay de impostura en «Ni lugar adonde ir». Pero si hay que ir al psicólogo, se va, como se va a la imprenta.

-Al final del libro cuenta que ya nunca supo distinguir entre Epi y Blas. Qué chupi, haber descubierto la poesía con Barrio Sésamo.

-La poesía es el retorno al paraíso (o infierno) perdido de la infancia. Allí nos colgamos por primera vez de una mirada. En aquella patria imaginamos los besos. Luego la vida se impone. Pero un cierto complejo de Peter Pan nos permite regresar, de tanto en tanto, a aquel lugar.

-Tranquilo, acabamos ya. En la dedicatoria me llama (nos llama) náufragos y astronautas. El periodismo marca para toda la vida, ¿eh? 

-No es oficio ni vocación. Los periodistas tenemos la obligación de contar a los demás lo que sucede, no lo que dice Mariano Rajoy o cuenta Pablo Iglesias que está pasando. Venimos a ser traductores que tratan de interpretar la estructura profunda de los hechos, historiadores del minuto. Por lo demás personas que se vuelven vulgares al bajarse de cada escenario, como cantaba Enrique Urquijo en «Ojos de gata».

FUTURO IMPERFECTO

Si al final todo no fuera

más que un engaño.

Si se torciera la tarea

que la historia me depara,

si tuviera que fundar la memoria

de unas pisadas

o unas ruinas o un imperio estelar.

Si enloqueciera y descubriera,

ya era hora,

las Indias Orientales.

Si sobrevivo a las flechas

y al láser enemigo,

si pacto una alianza,

si me hacen rey,

que los ojos que descansen

tras mi espalda

sean tan brillantes como los tuyos,

de ese calor del que jamás

volveré a tener constancia.

Antonio M. Figueras: «Ser poeta no es sinónimo de buena persona, ni siquiera de sensible»

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