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«Las ganas», el sexo según Santiago Lorenzo
El autor de Portugalete presenta su tercera novela, de nuevo protagonizada por la frustración
![«Las ganas», el sexo según Santiago Lorenzo](https://s3.abcstatics.com/Media/201501/19/Santiago%20Lorenzo_por_Sergio%20Albert_1--644x362.jpg)
Del Madrid de La Ventilla, donde Santiago Lorenzo acomodó e incomodó al miembro de los Grapo al que le tocaron los millones en su primera novela, a los andurriales de la colonia de Los Rosales, al otro lado de la Castellana, solo hay un paseo. Flaneando por el final de Bravo Murillo, cruzando la plaza de Castilla y siguiendo por Mateo Inurria se llega, a mano izquierda, a un inmueble que aún se puede observar a través de Google Maps. Vista desde fuera, la casa está hecha una pena, como su huésped y protagonista de «Las ganas», enésimo personaje, pintado al detalle, que se suma a la colección de figuritas taradas con que Lorenzo va poblando la maqueta de una ciudad que, paradójicamente, se dedica a desmontar de manera metódica. Han cerrado el viejo bazar Matey de Fuencarral, pero nos quedan los almacenes Lorenzo.
El Madrid de Lorenzo se reduce al extrarradio, más o menos accesible, pero exótico para quien anda instalado en los lugares comunes de su propio ecosistema, de una capital formateada desde el siglo pasado en una postal de mentira y, para más inri, achicada por una señalética que la reduce y falsea. Solo de forma tangencial aparece el centro de la capital, del que Lorenzo se exilió hace unos años y cuyo recorrido más sórdido, bares que no aparecen en las guías de internet, reivindica con nostalgia y cierto despecho hacia el urbanismo de marca y la gentrificación que ahora denuncian los círculos de la izquierda de última generación.
Benito Bernal, atribulado protagonista de «Las ganas», podría haber sido un personaje secundario de «Los millones» o «Los huerfanitos» . O viceversa. Cortadas por el mismo patrón y ensambladas con el mismo bote de pegamento, las criaturas de Santiago Lorenzo, también intercambiables con las que aparecen en su producción cinematográfica, pisan los mismos terrenos y sufren patologías similares: complejos, miseria, frustración y cualquier otro antónimo de lo que se conoce como autoestima. Benito Bernal, héroe de «Las ganas», es el inventor de una sustancia capaz de proteger la madera de la corrosión y de aquellos agentes colaboradores a los que Nacho Criado recurría para modificar su obra plástica. Además, Bernal lleva tres años sin mantener relaciones sexuales. De ahí las ganas.
«Mucho rollo con prevenir el deterioro de madera, pero aquí el que se está pudriendo soy yo. Más me habría valido inventar un remedio para inyectármelo a mí y no pudrirme, en vez de para inyectárselo a un retablo», confiesa Benito en el arranque de una novela en la que incluso sufre el desprecio de las profesionales de esa rama de la medicina callejera que, con remedios naturales, sirve para aliviar la calentura. Ni las putas lo quieren. «Con la gente que me da pena no puedo hacer nada», le dicen en la calle del Desengaño.
A diferencia de sus dos anteriores novelas, que rozaban los géneros de acción, equilibrada entre la amargura interior y sus consecuencias de puertas afuera, «Las ganas» pliega velas y cortinas y narra una historia de amor, marcada por la ansiedad de lo planeado y no consumado y que concentra en la pareja protagonista toda la inacción de una historia de quiero y no puedo. «Se quisieron mucho, con el calor de la lástima mutua, con el olor que brota de la compasión recíproca», escribe Santiago Lorenzo sobre los singulares amantes de su tercer escrito. En «Las ganas» se estrenan palabras: no solo ese mocordo patentado por Bernal y que eterniza las maderas nobles y domésticas, sino alguna que responde a ese proceso de interiorización de las tramas que lleva a cabo el autor de Portugalete. Ahí está, cambiado de sitio, el tremedal, padecimiento definido por Lorenzo como esa congoja de ir por la ciudad muerto de ganas.
Sin cambiar el tablero de su singular juego de Palé, «Las ganas» presenta un atinado paso adelante, o hacia atrás, según se mire, en la producción de su autor: casi todo lo que sucede en la tercera novela de Lorenzo se desarrolla dentro de ese envase de penas y privaciones que se llama Benito Bernal. Lo que le rodea es una maqueta a escala de un Madrid, escaso de figuras, lleno de bares de mala muerte, habitado por una multitud anónima, que Santiago Lorenzo reconstruye de memoria para que su personaje pase, como está mandado, las de Caín. «Las ganas» es, a las malas, el anverso de «Cuarenta sombras de Grey», una novela de sexo que se desarrolla en una mala cabeza y que confirma que, en manos de Lorenzo, la mejor procesión va por dentro.