La noche más larga: un cuarto de siglo sin Nobel de Literatura
Las letras españolas solo han sido reconocidas con cinco galardones, sin contar a Vargas Llosa
Desde el Nobel concedido a Camilo José Cela en el lejano año de 1989, la literatura española, o mejor, la literatura escrita por autores nacidos en España, no ha logrado regresar a la Corte sueca y a la sobria ceremonia de entrega. En Italia suelen recordar que «las matemáticas no son opinión», y aunque las letras y los números casan mal, valga recordar que ha transcurrido el segundo período más largo desde el primero de los Nobel entregados en que un escritor español (concedamos que Mario Vargas Llosa es hispano-peruano) no es premiado. Algo anómalo atendiendo, lupa en mano, la historia nobelesca.
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Entre el primero (desdichado) que obtuvo el galardón, José de Echegaray (1904) y el segundo, el ácido dramaturgo Jacinto Benavente (1922) habían transcurrido 18 años; entre éste y el tercero, el gran Juan Ramón Jiménez (1956), 34, pero con una circunstancia muy especial: entre ambas fechas, la Guerra Civil había destrozado, también, a la literatura, y el lento proceso de recuperación se antojaba largo y lleno de sospechas. Tras el Nobel a Juan Ramón pasarían poco más de dos décadas para que Vicente Aleixandre, en su nombre y en el del rendido homenaje a la Generación del 27, recibiera la distinción (1977) y apenas una docena de años para que, por fin, la trabajada (por él mismo) candidatura de Cela obtuviera su recompensa en 1989.
Interrogantes
Y desde entonces, el silencio. Aunque las letras en español se vieran reconocidas con los nombres del mexicano Octavio Paz (1990) y el citado Vargas Llosa (2010). En estos años, y sin salir del territorio europeo, se ha premiado a tres escritores en alemán; tres en inglés, dos en francés y uno en italiano, portugués, húngaro, turco, rumano y sueco. Hasta aquí, las matemáticas.
Sin duda, el primer interrogante se encuentra en el porqué de tan prolongada ausencia. Los nacionalismos son el fantasma atorrante que recorre Europa, y, por tanto, obviemos esa vía. Más cabal será transitar por las vías de la calidad. Y por ahí las respuestas vienen solas. Si bien es cierto que hoy la literatura de creación atraviesa una de sus etapas más conservadoras, en cuanto a estrategias narrativas y poéticas, en España hay, al menos, cuatro o cinco escritores merecedores, de largo, de tal premio. Tampoco más. Y aquí el lector, que llene las casillas. Pero los hay. Y no precisamente los que se autopostulan, que también circulan.
El premio Nobel tiene mucho de diplomacia cultural, de influencias, de movimientos en la sombra, de oportunidad política (política a secas, no política literaria) y un poso de incertidumbre. Con todos los respetos, aparecen nombres galardonados que, como en el caso de nuestro Echegaray, asombran, cuando no asustan. Sí, el petróleo de la sociedad española (y, por ello, de la sociedad que se expresa en español) es la cultura. Y en ese mapa la literatura ocupa lugar principal. La industria editorial es la tercera de la Unión Europea, muy por encima de la francesa.
La creación está en un momento de feliz encuentro. Si ha pasado un cuarto de siglo sin volver a Estocolmo en diciembre, no se debe a los escritores (al menos a esos cinco en los que todos pensamos), sino al curso lateral y especial de los premios. Hay que moverse por donde se cuece la cosa, promocionar, proyectar. Pero que no cunda el pánico, porque más allá de este premio, que tiene la penitencia eterna de no habérselo concedido al escritor más grande del siglo XX, Jorge Luis Borges, o al español Valle-Inclán o al irlandés Joyce, o al francés Proust, la literatura en español, ahí está la fiesta que ha sido la Feria de Guadalajara, ya ocupa su lugar, preeminente, en el mundo. Por mucho que los Nobel sean la anécdota que te asciende a categoría.