entrevista
Rodrigo Cortés: «Los economistas son expertos en predecir las cosas a posteriori»
El cineasta que saltó a la fama por «Buried» presenta su novela «Sí importa el modo en que un hombre se hunde», un divertidísimo y kafkiano descenso a los infiernos del sistema financiero
Rodrigo Cortés (Pazos Hermos, Orense, 1973) ha dirigido a Ryan Reynolds en la angustiosa «Buried» y a Sigourney Weaver y Robert de Niro en «Luces Rojas». Pero su mayor reto quizás sea dirigirse a sí mismo. Sus guiones son obsesivos y minuciosos, y no lo podía ser menos su primera novela. «Sí importa el modo en que un hombre» (Ed. Delirio) se hunde es una obra irónica, casi poética, extraordinariamente bien escrita, una fiesta oscura, reveladora y divertida a la que no sobra ni falta una frase. Salida del mismo óvulo que su película «Concursante» , pero de superior alcance y hondura gracias a la capacidad de introspección que ofrece la palabra escrita.
-¿Quién es Martín Circo Martín, el protagonista de «Sí importa…»? ¿Por qué el nombre?
-Tiendo a elegirlos de manera intuitiva y casi onomatopéyica. Es sonoro, circular, capicúa. Martín vive tanto un carnaval absurdo como una pesadilla. Un circo en el que, claro, crecen los enanos.
-Martín comete un error que le destruye, a pesar de ser profesor de economía.
-En realidad, es profesor de historia de la economía, un humanista sin ninguna experiencia práctica. Su posición me permite someterlo a la irreconciliable dialéctica que separa la teoría de la rugosa praxis.
-¿Existen los expertos en economía?
-Los economistas son increíbles para predecir las cosas a posteriori. A mí también se me da muy bien predecir si llovió ayer. Pero no acaba de ser útil para nadie.
-Aunque comparte punto de partida con su ópera prima, «Concursante», la experiencia de la novela es más divertida, profunda y didáctica. ¿Cuál es el origen de «Sí importa…»?
-Dediqué dos años a documentar el telón de fondo: el funcionamiento del sistema financiero, la generación del dinero a partir de la deuda... Escribí la novela a la vez que el guión, tomando caminos diferentes: más personajes, nuevas escenas, una oscuridad diferente... No es una novelización de la película ni la película una adaptación de la novela; se trata de dos mellizos que surgen del mismo gameto y comparten ADN, pero no duración ni traje.
-Estrenó la película tres años antes del inicio de la crisis, ¿llegó, quizás, demasiado pronto?
-Llegar demasiado pronto se parece mucho a llegar demasiado tarde. Ahora, con el estallido de la crisis y después del éxito de «Buried», se ha convertido en una pequeña película de culto, que es como se llama a las películas que no ha visto nadie.
-Su historia unifica el concepto de juego amañado en el concurso que gana Martín y en la economía en general...
-Y en la vida, la de cualquiera... No es una novela sobre el capitalismo, sino sobre la generación del dinero a partir de la deuda: un diabólico mecanismo matemático que tiene un origen, en realidad, secular. El capitalismo es tan defendible como cualquier sistema que se desarrolle de forma limpia y en el que todos juguemos con las mismas reglas: una competición en que el más inteligente, o esforzado, o el mejor adaptado, progrese, por estricto mérito, más. Pero las reglas están amañadas.
-Ganar es imposible.
-Quien juega con la banca sabe que va a salir perdiendo, como cuando va al casino. Está trucado. Así es como funciona.
-Le cito: «Cuando el banco presta un millón, lo que hace es inventar un millón. Lo pinta. Todos los bancos son insolventes, están al borde de la quiebra. ¿Quién va a saberlo?».
-Todo es una gran mentira. Se trabaja con anotaciones electrónicas, cambios de cifras virtuales en cuentas electrónicas. El banco presta un dinero que no tiene a cambio de un interés que no existe, quedándose, a cambio, con bienes concretos. Ni siquiera los Estados tienen la soberanía de fabricar su propio dinero: una empresa privada lo «pinta» y lo presta al Estado a cambio de un interés que no ha pintado ni pintará. Y que, por tanto, nunca podrá devolverse. Es de locos.
-Y para que nos lo creamos, otra frase del libro: «Vierten azúcar en el zumo para que no sintamos la acidez del limón. Con azúcar, la gente se lo traga todo».
-Cada vez hace falta menos azúcar. El hábito nos convierte en ciegos funcionales.
-Pero indica que no hay solución.
-Ni siquiera concibo el mundo como un lugar que tenga arreglo ni deba solucionarse. Nuestra única oportunidad pasa, seguramente, por abrir los ojos. Individualmente. Cuando despiertas a la lucidez, te arrancas los cables y ves que estás en una cápsula gelatinosa en mitad de una pocilga, no tienes que cambiar la pocilga, sino comprender por qué estás en ella y abandonarla, si es posible, con un par de lecciones. Todos queremos cambiar el mundo, pero no queremos cambiar nosotros.
-La novela, desde luego, no habla de dinero...
-El dinero es neutro, no hay nada deshonesto en él, sólo es «energía circulante», un gran potenciador. Con dinero uno puede ser diez veces más miserable o diez veces más generoso. La novela habla del dinero «falso», de un mecanismo perverso y satánico, viejo como el mundo; y lo hace con humor. Ácido e implacable, sí. Cruel, seguramente. Pero divertido. Esto es un circo, no lo olvidemos.