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EN PERSPECTIVA

Ernaux y lo demasiado humano

Nos habla del cuerpo, de los tabúes sexuales, de los horrores de la vejez, pero sobre todo del deseo, del enamoramiento, de la maternidad. Sin discursos

Piedad Bonnet

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No me extraña que, a pesar del entusiasmo que ha causado el premio Nobel a Annie Ernaux, también haya empezado a salir a flote el descontento, pues se trata de una escritora que incomoda. A la derecha, a la que debe parecerle impúdica ... y provocadora, pero también a la izquierda más rancia, por naturaleza misógina y pacata, temerosa de hablar de lo íntimo. Y a los hombres, que activan frente a ella sus prejuicios. Y a las mujeres de las que habla Virgine Despentes, «las que han firmado una alianza con los más poderosos (…) aquellas de entre nosotras que saben mejor doblar la rodilla y sonreír bajo la dominación». Y es que Ernaux, guiada por una necesidad de explorar el mundo a partir de su propia vida, llega a lugares que han estado siempre silenciados por el establecimiento, e incluso por las mismas mujeres, por miedo al qué dirán o a la acusación de ser putas o histéricas, o por vergüenza de no ser como se espera que una mujer sea. Recordemos la irónica exhortación de Despentes: «guarden sus heridas, señoras, porque podrían molestar al torturador. Hay que ser una víctima digna. Es decir, que se sepa callar».

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