EN PERSPECTIVA
Ernaux y lo demasiado humano
Nos habla del cuerpo, de los tabúes sexuales, de los horrores de la vejez, pero sobre todo del deseo, del enamoramiento, de la maternidad. Sin discursos
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No me extraña que, a pesar del entusiasmo que ha causado el premio Nobel a Annie Ernaux, también haya empezado a salir a flote el descontento, pues se trata de una escritora que incomoda. A la derecha, a la que debe parecerle impúdica ... y provocadora, pero también a la izquierda más rancia, por naturaleza misógina y pacata, temerosa de hablar de lo íntimo. Y a los hombres, que activan frente a ella sus prejuicios. Y a las mujeres de las que habla Virgine Despentes, «las que han firmado una alianza con los más poderosos (…) aquellas de entre nosotras que saben mejor doblar la rodilla y sonreír bajo la dominación». Y es que Ernaux, guiada por una necesidad de explorar el mundo a partir de su propia vida, llega a lugares que han estado siempre silenciados por el establecimiento, e incluso por las mismas mujeres, por miedo al qué dirán o a la acusación de ser putas o histéricas, o por vergüenza de no ser como se espera que una mujer sea. Recordemos la irónica exhortación de Despentes: «guarden sus heridas, señoras, porque podrían molestar al torturador. Hay que ser una víctima digna. Es decir, que se sepa callar».
Toda literatura escoge sus silencios. Ernaux pareciera, sin embargo, querer decirlo todo en su literatura autobiográfica, moverse en un filo que lleva a sus críticos a llamarla exhibicionista o narcisista. Con una honestidad brutal, nos habla de sus orígenes obreros, no para idealizarlos sino para mostrar la rudeza que allí impera, la fealdad de la pobreza, y la vergüenza que sentía de su propio mundo, del cual escapó, paradójicamente, gracias a unos padres cuyo duro trabajo le permitió ir a la universidad. Y nos habla también del cuerpo, de los tabús sexuales, de los horrores de la vejez, pero sobre todo del deseo, del enamoramiento, de la maternidad. Y lo hace sin discursos de ninguna clase.
Sin aleccionamientos. Es por eso que su feminismo puede irritar tanto al feminismo conservador, que lo hay, aunque disfrazado de progresista. En 'Memorias de chica', por ejemplo, narra cómo siendo aún muy joven se acuesta por primera vez en su vida con un hombre, que además de ser bastante mayor, es el director del campo de vacaciones donde está.
El lector ve el abuso -él la ignora al día siguiente- pero también la dicha de la chica, que se siente reconocida, elegida, feliz de ejercer su libertad. No se siente víctima. En 'Perderse', Ernaux recupera unos diarios donde consignó, día a día, su obsesión sexual por un diplomático casado, que la hace esperar, que desaparece por semanas, del que no se le escapa que es arribista, simple, un amante impetuoso pero que no se quita los calcetines. La ceguera del deseo, la abyección del sometimiento, es lo que vamos viendo, estremecidos.
Lo íntimo en Ernaux es profundamente político porque desnuda una sociedad hipócrita, con miedo al deseo y a la libertad femeninos. Y lo que sus enemigos califican de pobreza estilística no es otra cosa que una elección estética para retratar sin ambages lo demasiado humano. Una forma de hacer literatura acorde con su credo. «Solo soporto dos cosas en el mundo -escribe- el amor y la escritura, el resto es negro». De ahí emana su luz.
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