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¿Revancha para los malditos?
Quizá siga pendiente a nivel mundial unos 'Cahiers de Littérature', que le den por fin una vuelta de tuerca completa a la crítica culta
El escritor Tomás Eloy Martínez fue también un exquisito crítico cinematográfico, pero abandonó el diario 'La Nación' de Buenos Aires al advertir que no se le daba suficiente espacio al cine europeo y a la 'nouvelle vague'. Sospechaba que las grandes distribuidoras defendían ... las películas norteamericanas, que él vinculaba con meros entretenimientos, y el estreno de 'Ben-Hur' en 1959 fue la gota que colmó el vaso. Regresó muchos años después al periódico, donde fue un articulista de referencia hasta su muerte, y comentaba risueñamente aquel gran malentendido. Entretanto la revista 'Cahiers du Cinéma' había revolucionado la mirada sobre los «autores geniales» que permanecían ocultos dentro de la industria, y más tarde, en esa misma estela crítica, William Wyler —el director «sin estilo» de aquel film de romanos—, sería también reconocido como un clásico de todos los tiempos.
Tomás defendía a la elite francesa, mientras ella elogiaba a los genios de Hollywood que estaba de moda despreciar. Si la influencia de esos críticos y cineastas franceses hubiera llegado antes, quizá habría incluso salvado la vida de Marilyn Monroe, a quien cierta intelectualidad había lograron convencer de que las grandes maestros del oficio no eran Hawks, Houston, Preminger, Hathaway, Mankiewicz, Cukor, Fritz Lang ni Billy Wilder t—ratado como un viejo estúpido en 'Blonde'-, sino que se forjaban en la Costa Este y en el Actor's Studio, donde no comprendían todavía la importancia de aquellos realizadores que la habían dirigido, ni la verdadera naturaleza de una diva. Lawrence Olivier, con flema inglesa, les explicó el problema, pero no escucharon: «En los viejos tiempos, la actriz trataba de convertirse en estrella. Hoy tenemos estrellas que tratan de convertirse en actrices».
De cualquier modo, toda esta comedia de enredos hace pensar en cómo las percepciones se modificaron, y cómo es posible que formidables artistas surjan de géneros populares. Algo parecido ocurrió cuando Gallimard consagró el 'noir' y cuando Borges metió en su canon el relato policíaco. En España y en su antológico libro 'Código best seller', Sergio Vila-Sanjuán se anticipó a la idea, pero quizá siga pendiente a nivel mundial unos 'Cahiers de Littérature', que le dé por fin una vuelta de tuerca completa a la crítica culta y relea, por ejemplo, a muchos narradores populares de los años 60 y 70. ¿Es justo pensar que Puzo es intrascendente, que esa «famiglia» y su original punto de vista sobre la mafia no tienen valor literario y que debemos darle todo el crédito a Coppola por 'El Padrino'? ¿Podemos hacer lo mismo con Polanski y Lumet, y quitarle todo mérito a Ira Levin por 'La semilla del diablo' y por 'La trampa de la muerte'?
Y 'El exorcista', ¿es mérito única y exclusivamente de Friedkin? ¿Estamos seguros de que son obras menores y no deben ser releídas 'Chacal', 'Papillon', 'Raíces', 'Desde el jardín' y 'Las sandalias del pescador'? Es cierto que, como creía Hitchcock, para filmar convenía elegir novelas de autores mediocres, pero los integrantes de esta verdadera «casta de malditos» de la narración, ¿indubitablemente lo eran? ¿O vendrá alguien en el futuro y separará más escrupulosamente la paja del trigo, y nos revelará —una vez más— lo ciegos que fuimos?
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