cambio de tercio
Viviendo en el Aleph
Al fin y al cabo, el aleph borgiano encerraba la posibilidad de ver simultáneamente todo lo que ocurría, lo ocurrido y por ocurrir en el vasto mundo
Web personal de Jorge Eduardo Benavides

Si Borges hubiera vivido lo suficiente para asistir a nuestra revolución tecnológica, probablemente la habría comprendido mejor que nadie: al fin y al cabo, su aleph, aquella deslumbrante desmesura que se escondía en el sótano de una casa de Buenos Aires, encerraba la posibilidad ... de ver simultáneamente todo lo que ocurría, lo ocurrido y por ocurrir en el vasto mundo. Era deslumbrante, sí, pero también magnífico y prodigioso, digno de ser narrado, como lo hace para nosotros el personaje del célebre cuento. Hoy vivimos esa potencia del todo que la tecnología ha excavado en la realidad para abrir la simultaneidad y ponerla al alcance de nuestras manos a golpe de clic.
No nos damos cuenta de la verdadera amenaza: el declive de nuestra propia inteligencia
Así pues, si nos apetece, podemos saber lo que ocurre al otro lado del mundo, recorrer las páginas de libros en otro momento inalcanzables, contemplar atardeceres que nos conmueven y suceden en remotos rincones de Australia o Groenlandia. Podemos observar con estupor la trayectoria de un misil o conversar con una amigo en Minnesota, admirar un astrolabio vendido en un bazar de Venecia y registrar con parsimonia el catálogo de una biblioteca en Medellín. Todo en tiempo real —adjetivo sospechoso hoy en día—, todo al alcance de la mano. Una biblioteca infinita.
Pero lo hacemos de manera anodina, sin el estupor que le otorga categoría de maravilla a este nuevo e inesperado acceso al universo, como si simplemente lo hubiéramos estado esperando con indulgencia para ver vídeos de gatos y gente haciendo el ganso en TikTok. De manera que todo lo vivimos más bien decantados por lo trivial, lastrados la mayoría de las veces hacia lo perecedero y vano. No es pues la tecnología lo que falla sino nuestra escasa capacidad de asombro y la poca curiosidad de quienes la usamos para ir más allá de la superficie que se nos brinda. Tanto nos preocupa la I.A. y sus hipotéticas amenazas que no nos damos cuenta de la verdadera amenaza: el declive de nuestra propia inteligencia.
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