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Unamuno frente a todos

Una nueva investigación de Severiano Delgado Cruz analiza el choque entre el filósofo Unamuno y Millán-Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936

La secuencia más conocida, cronológicamente la segunda, cuando Unamuno entra en el coche, está firmada por el corresponsal de EFE, Ángel Laso

CARLOS GARCÍA SANTA CECILIA

«La verdad se busca con humildad», escribió Miguel de Unamuno en su «Diario íntimo». El enfrentamiento del 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca es uno de los episodios más recurrentes de la Guerra Civil, hasta el punto de que ha sido llevado al cine y al teatro . Se estrena «Mientras dure la guerra », una película de Alejandro Amenábar con Karra Elejalde como Unamuno y Eduard Fernández en el papel de José Millán-Astray. El rodaje, que retrotrajo Salamanca a los días del estallido de la contienda, volvió a encender una polémica que nunca ha cesado, con acusaciones y denuncias interpuestas a la productora del filme por faltar a la verdad. ¿Qué dijo Unamuno? La verdad no la conoceremos nunca porque, a diferencia del resto de las intervenciones, la del rector, que no estaba prevista, no se grabó. Nos quedan unas cuantas palabras que apuntó en el reverso de una carta y varios testimonios .

La encendida y valiente proclama de Unamuno ha vencido en la memoria colectiva, pero no ha convencido a los historiadores, que coinciden en que se trata de un texto escrito en Londres en 1941 por Luis Portillo -padre del político británico de la era Thatcher Michael Portillo-, que no estuvo presente en el paraninfo.

Minucioso análisis

«Unamuno’s Last Lecture» se publicó, gracias a la mediación de George Orwell, en la revista «Horizon», centrada en la creación y la crítica literaria, junto a un relato de Arturo Barea sobre la brutalidad de Millán-Astray (un capítulo de «La forja de un rebelde», que entonces estaba escribiendo). En 1953 el texto de Portillo pasó a una antología de mucha mayor difusión, en la que quedaba fuera de contexto. Un joven Hugh Thomas , que preparaba «The Spanish Civil War», reprodujo de forma casi literal la recreación de Portillo, que nunca tuvo un carácter historiográfico; en una nota al pie de la primera edición (Londres, 1961), añadió erróneamente que era una «traducción del discurso de Unamuno».

El bibliotecario con más de treinta años de trayectoria en la Universidad de Salamanca Severiano Delgado publica un minucioso análisis de lo acaecido en el que recoge los testimonios existentes, las entrevistas que concedió el filósofo (hasta 15) y documentación sobre la represión en Salamanca . Concluye que la intervención de Unamuno fue breve y centrada en replicar a uno de los oradores, el catedrático Francisco Maldonado, que se había referido a la anti-España con ataques a catalanes y vascos.

Su proclama ha vencido en la memoria colectiva pero no entre los historiadores

Siguiendo el esquema que bosquejó y los testimonios de los testigos presenciales, Unamuno afirmó que la guerra defendía la civilización occidental cristiana y la independencia del país, negó la idea de la anti-España, que solo servía para sembrar el odio, y reivindicó la españolidad de catalanes y vascos, de lo que eran un ejemplo el obispo Enrique Plá y Deniel, presente en el acto y nacido en Barcelona, y él mismo, nacido en Bilbao. Dijo que vencer no era convencer (ambas palabras están en sus notas; es improbable el «venceréis»: nunca tuteaba a un auditorio) y censuró a las mujeres salmantinas que iban a ver los fusilamientos con el crucifijo al cuello. Recurrió a su conocida tesis de que el imperio español no se basaba en la raza sino en la lengua, y un ejemplo era José Rizal , líder de la independencia filipina, que escribía en español.

Cánticos patrióticos

La mención a Rizal (nombre escrito también en el esquema) fue lo que hizo estallar a Millán-Astray, un veterano de aquella guerra, que golpeó la mesa y exclamó: «¡Muera la intelectualidad traidora!» (la «inteligencia traidora» según otros testimonios). El acto reventó con aplausos, gritos y vítores. Un profesor chilló que estaban en «la casa de la inteligencia» y el poeta José María Pemán, otro de los ponentes, dijo: «¡No digamos muera la inteligencia, digamos mueran los malos intelectuales». Se escucharon insultos, imprecaciones y amenazas, vivas a Franco, a España y el grito de la Legión «¡Viva la muerte!».

Una masa de soldados, falangistas y paisanos se arremolinó a la salida entre cánticos patrióticos, hasta que el obispo y el rector despidieron a Carmen Polo y a Millán-Astray. A pesar de la bronca con la que había terminado la Fiesta de la Raza, Unamuno no fue consciente de la repercusión del incidente hasta que por la tarde, cuando acudió al Casino, algunos contertulios le abuchearon. Al día siguiente el Ayuntamiento le expulsó de la corporación y el 14 sus compañeros del claustro le destituyeron como rector. Quedó recluido en su casa pero siguió apoyando a los militares, si bien fue cada vez más crítico y escéptico al constatar la represión y la evolución de los sublevados hacia el fascismo. Murió el último día de 1936.

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