LIBROS
«Yo tuve un sueño», la cruzada de los niños
El escritor mexicano Juan Pablo Villalobos aborda en esta crónica la dura realidad de los niños centroamericanos obligados a emigrar
La colección de relatos que este cronista mexicano recopila bajo el lema universal de Martin Luther King pretende ser una demostración de la realidad monstruosa que sufren los seres más inocentes de Centroamérica: los niños y niñas que por causas muy variadas se ven impelidos a emprender un peregrinaje inverosímil sorteando, si pueden, todos los peligros que amenazan con acabar con sus vidas o, con suerte, con quebrarlos para siempre. Las variaciones entre los caminos particulares que cada uno recorre son a veces mínimas de modo que podría decirse que estas vidas juntas conforman una sola historia plagada de travesías y naufragios, espejismos de ilusiones , jirones de esperanzas cuyo destino es un utopía en su sentido más literal: «ou-topos», ningún lugar.
El punto de partida es un paraje remoto de Guatemala, de El Salvador, de Honduras. La vida es allí imposible: asediados por la pobreza y por la violencia que ejercen grupos incontrolados en territorios en que la presencia del Estado es menos que testimonial, abocados a la esclavitud o a la integración en el negocio delictivo de narcos y cárteles, abandonados por el padre o la madre -o ambos- y, acogidos provisionalmente por algún familiar, deciden ir al norte, al encuentro con alguno de sus progenitores -nunca los dos- del que ya sólo les queda el recuerdo de que encontró hace años un modo de vida en, digamos, Nueva York.
Sin saber qué les espera, sin recursos suficientes, sin apenas otra mochila que la de su inocencia, parten rumbo a Estados Unidos. En el camino les aguardan al menos los nueve círculos del infierno : superado el escollo de las maras o gangas, viene luego la extorsión de quienes se benefician del comercio de emigrantes ilegales, soldados del ejército, todos esperan registrar a aquellos infelices y quedarse con lo que pueda interesarlos.
Hieleras
A la hecatombe se suman la furia de los trenes, la fuerza temible del río fronterizo, las pérfidas serpientes del desierto. Mención aparte merecen sátrapas y violadores, depredadores de la debilidad y la inocencia que ocupan el último círculo de la maldad.
El viaje termina con frecuencia del otro lado de la frontera, dejándose atrapar por la «migra» para que los niños sean conducidos a esos centros de transterrados, hieleras, en los que esperan la ocasión de que la madre o el padre los reclamen.
Un «epílogo» que prescinde de cualquier estrategia narrativa, y evita así cualquier posible confusión con la ficción, acrecienta los datos que esta historia común contiene. Villalobos denuncia que la negligencia para terminar con ese sufrimiento persiste porque sus protagonistas son invisibles, nadie los defiende, a nadie importan. Es justo decir que el autor pretende que el mérito de este libro sea el del testimonio. Es lo que subraya cuando explica que sus narraciones -todas ellas escritas como confesiones de sus protagonistas- deben apostillarse según la fórmula que tantas veces sirve a la ficción para disimular sus carencias estéticas: «basadas en hechos reales». La realidad prevalece, la intención del autor es sobre todo ética y la estética, que también cuenta, aspira a encontrar un relato capaz de conservar la espontaneidad y la inocencia de sus protagonistas.