LIBROS

Los tres viajes de Bobby Fischer a Cuba

Jugó tres veces en la isla, aunque una a distancia. El Gobierno le prohibió viajar en 1965 y el FBI lo vigiló un año después

Solo un árbitro y un testigo acompañaban a Fischer en una habitación del Marshall Chess Club, desde donde enviaba sus jugadas a Cuba.
Federico Marín Bellón

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Stanley Kubrick imaginó hace medio siglo partidas de ajedrez en el espacio y, en la primera década del XXI, el astronauta Greg Chamitoff jugó (y perdió) contra la Tierra en un duelo casi eterno organizado por la NASA y la Federación de Estados Unidos. Cada jugada tardaba varios días en hallar respuesta.

El mito de los tableros Bobby Fischer , de quien se siguen escribiendo libros doce años después de su muerte, vivió algo casi parecido en 1965. Con la Guerra Fría todavía caliente y su madre vigilada por el FBI, el Departamento de Estado vetó su viaje a La Habana para disputar el Memorial Capablanca . El precoz gran maestro aceptó jugar por teléfono, que luego se convirtió en telégrafo y acabó siendo un teletipo alquilado.

Jugadas y no noticias recorrían a diario los dos mil kilómetros de distancia entre el Marshall Chess Club de Manhattan , donde se desplomó Capablanca un día y un año antes del nacimiento de Fischer. Precisamente el hijo del campeón cubano era el encargado de ejecutar sobre el tablero los movimientos transmitidos desde Estados Unidos. En este juego de espejos, varios rivales no resistieron la tentación de plantear el ataque Marshall, una forma osada pero muy apropiada de comenzar la partida.

Los periodistas cubanos Miguel Ángel Sánchez y Jesús Suárez han contado aquel viaje virtual y los dos reales de Fischer en un libro recién presentado en Miami, Bobby Fischer en Cuba , que gustará a quienes sepan reproducir sus partidas y a los que deban «contentarse» con descubrir datos y anécdotas, muy bien documentados.

Neonazis y mafiosos

El primer viaje fue azaroso. Bobby era un adolescente a punto de cumplir los trece, embarcado en una gira de aficionados en la que destacaban un conocido estafador que compartió celda con Al Capone en Alcatraz y un neonazi y promotor del juego -hasta el Diablo tiene virtudes- que sembró en el chico judío la semilla equivocada. El transporte por mar tuvo lugar en el City of Havana , embarcación que tuvo su importancia en el juego de conspiraciones a favor y en contra de Batista.

La excursión también tiene cierta importancia deportiva, por cuando supuso la primera victoria de Fischer contra un maestro y su primera sesión de simultáneas. También queda constancia de la casa en la que se alojó Bobby, en Cuatro Caminos, barrio en el que además de dar jaques el muchacho jugó al béisbol en la calle «con los negritos» , como escribió algún cronista.

Bobby Fischer en Cuba. Miguel A. Sánchez y Jesús Suárez. Two Bishops, 2020. 312 páginas. 23,50 euros

En su afán por documentarlo todo de forma transparente, los autores incluyen partidas celebradas lejos del Caribe, como la primera de Bobby registrada, una derrota contra el físico Dan E. Mayers , científico que participó en el Proyecto Manhattan . El texto, es una de sus virtudes, está trufado de historias jugosas y asombrosas coincidencias. El segundo (no) viaje de Fischer es casi el más interesante y alimentó su leyenda de lobo solitario . En la era previa a internet, era insólito jugar 20 rondas desde una habitación cerrada, sin contacto con los rivales. Fue además su único torneo de aquel año, por lo que literalmente ni un solo ajedrecista le plantó cara.

Robert James tenía 22 años y ya estaba considerado como la gran alternativa a la tiranía rusa , pero su participación fue una odisea. Sorprende el celo del Gobierno estadounidense, que no cedió ni cuando el ajedrecista, que hablaba un buen español, intentó la treta de acreditarse como periodista para Saturday Revie w y Chess Life . Pese a las simpatías izquierdistas de su madre, Fischer ya hablaba de los «comunistas tramposos». The New York Times editorializó contra el absurdo «bloqueo».

En ese ambiente de desconfianza mutua , no fue fácil que la organización y los otros grandes maestros aceptaran que Bobby jugara desde una habitación sellada, con un árbitro y otro testigo. En el terreno competitivo, la nómina de participantes no era ninguna broma. Además del ausente, lo jugaron otros cinco campeones del mundo , aunque probablemente ninguno tan bien pagado como el americano. Sus emolumentos eran secretos, porque mientras él recibió 3.000 dólares, una pequeña fortuna, los ajedrecistas locales sufrían el denominado «deporte esclavo» y su participación era parte de sus obligaciones con el régimen .

on Fidel Castro, en una partida a muchas manos

Seguido por el FBI

Un año después de esta aventura, se celebró también en La Habana la Olimpiada de Ajedrez de 1966 , acontecimiento del año, donde el americano pudo formar parte de la expedición estadounidense, aunque siempre vigilado de cerca por al menos tres informantes del FBI. Fischer conoció y jugó contra Fidel , gran aficionado pero mediocre jugador, con menos tablas que el Che Guevara, sin ir muy lejos. Incluso le regaló un ejemplar firmado de su libro: Bobby Fischer enseña ajedrez .

No menos interesantes son las salidas nocturnas del protagonista, a veces acompañado por alguna joven, y de otros grandes maestros. El ruso Mijaíl Tal recibió en un escarceo un botellazo en la cabeza, de manos de un novio celoso, y el KGB nunca le perdonó la indisciplina, según cuenta su entonces acompañante y futuro disidente Viktor Korchnoi .

Se rumorea asimismo -los autores admiten que nunca se confirmó- que Fischer pidió permiso a Fidel para quedarse a vivir en Cuba . Sí se sabe que desde su celda en Japón, poco antes de morir, pidió asilo político en la isla, (también) sin respuesta.

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