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«Traición», la maldad humana no tiene límites
Walter Mosley ha ganado con esta cruda historia el Premio RBA de novela policiaca
El agente Joe King Oliver es un buen hombre, pero como todos los hombres, los buenos y los malos, tiene debilidades que constantemente lo ponen a prueba y desafían su fuerza de voluntad, la parte más honesta de su carácter. «Traición», el título más reciente de Walter Mosley (Los Ángeles, 1952), que acaba de conquistar el Premio RBA de Novela Policiaca, comienza con la capitulación de Oliver, quien tentado por aquellos que desean hacerle daño -cuya identidad se convierte en uno de los misterios principales de la trama- cae en su trampa y es expulsado del cuerpo de policía con la mancha del acoso sexual en su expediente y el mal recuerdo de unos meses en prisión.
Convertido en detective privado y con su matrimonio deshecho , por mucho que pase el tiempo Oliver será incapaz de olvidar que alguien tiene con él una cuenta pendiente. Esta novela es la historia de su obsesión por dar con quienes lo han hundido y, a la vez, el relato de uno de los casos que acepta investigar, el de un activista negro al que acusan de asesino.
Maldad sin límite
Hace un año fue John Banville, oculto detrás de su pseudónimo, Benjamin Black , quien consiguió con «Pecado» el RBA, uno de los galardones más importantes de la literatura de género. Tanto Black como Mosley, dos referentes indiscutibles de la narrativa policiaca actual, inauguran una serie con sus premiadas novelas y nos presentan a un personaje nuevo . Sin embargo, si en el caso de Black su protagonista, el abstemio John Strafford, se incluye en una ficción típicamente europea, influida por el estilo de Arthur Conan Doyle y Agatha Christie, Oliver, el detective de Mosley, en la estela de la obra del creador de Easy Rawlins se acerca más al «hardboiled» y se desenvuelve en ambientes que no desentonarían en «El sueño eterno» o «La llave de cristal».
Admirador declarado de Raymond Chandler y, sobre todo, de «El largo adiós» , Mosley recoge en «Traición», con una agilidad sorprendente, teniendo en cuenta las nada frívolas reflexiones que encierra la novela , dos verdades indiscutibles que olvidamos con frecuencia: la primera, que no hay límite humano para la maldad, capaz de germinar incluso en aquellos lugares concebidos para liquidarla. La segunda, que la ley «es algo flexible, influido por las circunstancias, el carácter y, naturalmente, la riqueza o la ausencia de ella».