LIBROS
«Tiempos de swing», Zadie Smith baila en la oscuridad
A los venticuatro años triunfó en todo el mundo con «Dientes blancos». Luego han venido otros títulos y ensayos. Regresa a la novela con una historia de vindicatica crítica social
¿Qué hace reconocerse como iguales a dos niñas que aún no han experimentado el fiero mundo de las diferencias, de esos vagos pero muy suspicaces signos raciales, sociales, identitarios, de origen, que las clasifican rápidamente, aún sin notarlo en lugares marcadamente multiculturales? Para los lectores acostumbrados a las novelas -y también estupendos ensayos como los recogidos en «Cambiar de idea»- de esta especialista del matiz, del sesgo, superstición o idolatría de la raza y los orígenes, que es la escritora británica Zadie Smith , una de las grandes de nuestros días, este tema no es nuevo en su narrativa. Un asunto que va y vuelve en su caso metamorfoseado, tratado siempre de distinta manera, más o menos irónica, más o menos corrosiva, o bien inclinándose por la frustración de los sueños perdidos, por ese castigo o no proveniente de unos orígenes insalvables que penaliza posiblemente desde el inicio el misterio insondable de la revelación de talentos, tal y como se cuenta en la de nuevo excelente novela, quinta de esta autora, «Tiempos de swing».
¿Qué ha perdido o ganado Zadie Smith desde su clamoroso y merecido éxito planetario que fue « Dientes blancos », publicado a sus veinticuatro años? O, si se prefiere, tras la igualmente espléndida y feroz parodia del mundo académico llevada a cabo en su estupenda novela de campus «Sobre la belleza». Quizá, aunque siga siendo una notable retratista de personajes malogrados, definidos sobre todo por sus contradicciones, inmersos turbulentamente en ambientes marginales y periféricos que determinan de forma inapelable su clase, aspiraciones y una educación a veces inalcanzable , la salvaje y caustica ironía de «Dientes blancos», o la genial saña empleada en las parodias de Sobre la belleza, las que son sus mejores obras hasta el momento, han dado paso a una mayor, más amarga y vindicativa crítica social y global, de amplio espectro. Esto en lo que se refiere a temas como la herencia envenenada de la esclavitud proveniente de África, la supremacía e «infantilismo» occidental , o el siempre espinoso asunto de la raza contemplada de una manera más militante y combativa, menos ligera.
Mestizas
Lo que está claro que ha hecho «reconocerse» como iguales a dos niñas nada más verse en la clase de danza a la que asisten, es un ligero matiz que para ellas inmediatamente salta a la vista, según rememora la narradora sin nombre de «Tiempos de swing»: «Ambas teníamos exactamente el mismo tono de piel morena». Las dos son mestizas. Algo que definirá toda su existencia y marcará página tras página muchas de sus experiencias reflejadas en esta historia de una amistad interrumpida en el tiempo entre dos amigas de la infancia .
Es una notable retratista de personajes malogrados, definidos sobre todo por sus contradicciones, inmersos turbulentamente en ambientes marginales
Ambas, unidas en una rara y terca complicidad, más allá de lo que querrían a veces sus diametralmente opuestas progen itoras , la intelectualizada y ambiciosa madre de la narradora, y la quejumbrosa y adocenada madre de su amiga Tracey, no pueden ser más distintas. A la narradora le apasiona el claqué, la música de jazz «de otros tiempos» y su fuente de enseñanza principal, su maestro auténtico, más que los libros serios con los que tendrá que bregar en la universidad, son las películas de su adorado Fred Astaire . Con ellas, aún en los momentos peores, se siente transportada, «elevada por encima de mi propio cuerpo».
Apesadumbrada, en una sala a oscuras, puede llegar a sentir de repente «una ligereza maravillosa, una felicidad absurda que parecía surgida de la nada». Fred parece haberle enseñado siempre el camino, marcado la senda. Así sucede cuando se acuerda de la «famosa teoría de Katherine Hepburn» sobre Fred y Ginger: «Él le da clase, ella le da sensualidad». Algo que le hace reflexionar: «¿Sería una regla general? ¿Acaso todas las amistades, todas las relaciones, entrañan ese intercambio discreto y misterioso de cualidades, ese intercambio de poder ? ¿Se prolongaba también a los pueblos y las naciones o era algo que sucedía sólo entre los individuos? ¿Qué le daba yo a Tracey? ¿Qué me daba ella a mí?».
Sueños rotos
Dos amigas, de parecidos orígenes sociales, procedentes del barrio de Willesden en Londres, que han crecido en casas de protección oficial, sin subsidios de ninguna clase, y que podrían encarnar las figuras de las dos amigas de la saga de Elena Ferrante , si no fuera porque ninguna de estas dos jóvenes mestizas londinenses llegará jamás a saborear lo que se conoce por «triunfo». Ambas emprenderán el áspero camino que les llevará a contemplar, como los protagonistas de «Las ilusiones perdidas» de Balzac, el final de sus sueños. Lo asimilarán de forma distinta, bien con rencor y furia, o bien con una cierta y deprimida aceptación. Unos sueños que eran también los de sus madres: equilibrar por fin esa maldita cadena de «aspiraciones frustradas» y vidas irrealizadas. Vidas que mientras tenían futuro «eran su única alegría».