LIBROS
«El temperamento español», a Pritchett le pudo la curiosidad
El misterio del alma de nuestro país, eso fue lo que consiguió atrapar V. S. Pritchett en «El temperamento español». Su principal mérito: un relato (o retrato) alejado de los tópicos
![En «El temperamento español», el autor británico refleja la España de los años 30. En la imagen, una zapatería madrileña de la época](https://s2.abcstatics.com/media/cultura/2016/01/18/Foto%20Monmany--620x349.jpg)
Sorprendentemente muy poco publicado en España , a pesar de haber sido uno de los mejores y más influyentes autores durante décadas en el panorama de las letras británicas, V. S. Pritchett (1900-1997), o VSP, como a él mismo le gustaba llamarse, firmó cuarenta volúmenes de relatos (en 1982 aparecieron sus «Collected Stories»), ensayos y biografías de escritores (Turguéniev, Balzac, Chéjov), libros de viajes y una autobiografía de culto dividida en dos volúmenes («A Cab at the Door», de 1968, y «Midnight Oil», de 1971). Estaba considerado como el mejor autor de relatos de su época, así como uno de los mejores críticos y periodistas culturales, director literario durante años del «New Statesman», además de colaborador asiduo del «New Yorker» y del «New York Review of Books».
Admirado por gran número de escritores -entre ellos Martin Amis, que le dedicó entusiastas y excelentes retratos, como el que se incluye en «Visitando a Mrs. Nabokov» (Anagrama)-, Joyce Carol Oates dijo de él que era «uno de los pocos cuya crítica literaria podía clasificarse como arte» . Figura de enorme celebridad a la que todos consultaban y tenían en cuenta, desde una y otra orilla del Atlántico, su amigo Hitchcock recurrió a él para colaborar en el guión de «Los pájaros».
Amor casi infantil
Publicado por primera vez en 1954, «El temperamento español» resume varias décadas de viajes, estancias dilatadas y un buen número de lecturas de alguien que, sin considerarse un hispanista, como Gerald Brenan, poco tenía que envidiarle al autor de «El laberinto español» y a otros. A los 23 años Pritchett visita por primera vez nuestro país y reside en él durante dos años, en calidad de corresponsal del «Christian Science Monitor». Como explica, existía un amor previo, casi infantil, por España: a los 12 años había escrito cien páginas de una novela sobre la caída de Granada. Desde entonces, y hasta 1935, no dejó de venir. Pensaba no volver más pero, como confiesa en la introducción, «la curiosidad» le pudo y regresó en 1951 y 1952, encontrando un país «en apariencia muy cambiado , repleto de turistas, pero en lo fundamental inalterado». Siempre mantuvo que la Guerra Civil era consecuencia de la propia Historia de España, de su temperamento, y no un conflicto ideológico internacional.
Al comienzo de su texto asegura: «Fui afortunado al estar en España en una época en la que la mayoría de los miembros de la famosa Generación del 98 se hallaba en plena madurez, así como poetas como Machado, Juan Ramón Jiménez y el joven Lorca […] Me reeducaron y me liberaron del simplista concepto norteño de la llamada ‘‘leyenda negra ’’, del fanatismo español, de las ilusiones románticas de la España de Carmen hecha de ‘‘sangre y toros’’ y de su rápida decadencia; una leyenda, hasta cierto punto, propaganda de los estados protestantes triunfadores».
A los 23 años Pritchett visita por primera vez nuestro país y reside en él durante dos años en calidad de corresponsal del «Christian Science Monitor»
Rindiéndole homenaje a su amigo Brenan («nadie conoce el país mejor que él»), alejado de la ideologización de arrepentidos del comunismo como George Orwell, y sin meterse en honduras de la política que regía en la España de Franco, aunque reconoce que el cínico juego de intereses internacionales la mantuvo e hizo no pocas veces posible («A Franco se le permitió ganar porque los franceses, ingleses y americanos temían a Hitler y Mussolini, y ahora sobrevive gracias al temor a la agresión rusa»), el de Pritchett es el relato de un amante entregado . Lo dijo muchas veces: «Entre todos los países que he conocido, España es el que me ha causado mayor impresión. Ahí se revela la vida al desnudo, todas las ansias vitales se manifiestan con crudeza […] España fue mi primera universidad y me cambió la vida».
Conversación de café
De Irún y San Sebastián, pasando por Burgos, Ávila, Madrid, El Escorial, Sevilla y Granada, Almería, Murcia y Valencia, hasta llegar a Tarragona y Barcelona, con citas frecuentes de Unamuno, Galdós , Azorín, Menéndez Pidal, Marañón, Santa Teresa, Ignacio de Loyola, Tirso de Molina o Zorrilla, el viaje de Pritchett, alejado de tópicos, es el de un buen conocedor de la Historia y la cultura españolas. Alguien que intenta atrapar en cualquier detalle el misterio del alma española que ha frecuentado desde muy joven, c on amigos de la izquierda y la derecha , con intelectuales y gente corriente con la que entabla conversación en cualquier café. Con los de dentro y también con los de fuera de sus fronteras, desde Montpellier a San Juan de Luz y Bayona, donde se tropieza sin cesar «con algo profunda e inquietantemente español: los exiliados . Mucho antes que la Europa de los años 30 o la Rusia de comienzos del siglo XIX, el gran productor de exiliados ha sido España, un país incapaz de tolerar a su propia gente».