ARTE

El teatrillo de «maese» Martin Creed

El artista británico lleva al Centro Botín de Santander su proyecto «Amigos». «Un show que despertará tus sentidos», como reza la hoja de sala

Creed (en el centro), durante la presentación de su proyecto en la Botín

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El artista británico Martin Creed (Wakefield, 1968) se pasea por las salas del Centro Botín de la siguiente guisa: en la cabeza, cuatro o cinco sombreros uno encima del otro; en el cuello, otras tantas (o más) corbatas tuneadas en sus estampados ; luego vienen zapatos multicolores, chaquetas del revés y, para no perder detalle en este tutti frutti de complementos, superpone también varias monturas de gafas ante sus ojos. De una cinta, cuelga una guitarra de formas cubistas para cuyo diseño cuenta que se inspiró en Picasso (su artista favorito «cuando era un teenager», asegura); para que la fabricaran tuvo que pelearse con el maestro artesano, quien, obviamente, nada quería saber de aquel engendro con seis cuerdas porque iba a sonar fatal, pero, al final, suena lo suficientemente afinado como para que Creed nos pueda dar la murga con unas cancioncillas que, por cierto, entona bastante bien.

Por la excentricidad de su porte, nadie duda de su raigambre «British» total. También por las pintas que describo y sus trinos improvisados, un/a señor/a de bien tal vez pudiera pensar que se ha colado en el museo un cantautor rescatado en cualquier esquina del metro. Aunque -¿para qué negarlo?- con la «troupe» (o coro) que le sigue, también pudiéramos suponer que nos hemos topado con el representante de Eurovisión de un país perdido en esa geografía festivalera cada vez más extensa e incomprensible.

Pasárselo de vicio

Un Martin Creed con estas trazas ha venido a Santander a hacer «Amigos» (ese es el título de la exposición), y doy fe que los ha hecho, porque yo me lo pasé de vicio viendo su espectáculo y, en un sondeo a pie de sala, también me aseguran que aquello parece «funny», divertido. Otra cosa es averiguar si lo suyo -toda esta «performance» y la que se sucede en los meses venideros, ya sin él como estrella invitada- se puede calificar como arte o como una mierda, directamente. No crean que la palabra malsonante me la he sacado yo me de mi maleducada chistera. Creed la emplea para contestar a esa gran interrogación que se ha dibujado sobre nuestras cabezas desde que nos topamos con su «teatrillo» sobre si lo suyo tiene que ver con el arte o con las cagadas monumentales que usurpan tan noble nombre: «No me gustan los detractores de mi obra, aunque muchas veces estoy de acuerdo cuando hay gente que dice que es una mierda».

Pues ya nos ha desarmado, si él mismo lo asegura. Ya no sé si el tonto es él, o yo, o todos aquellos que requieren sus servicios para llenar salas y museos. Si se meten en su página «web», verán que ahora mismo tiene diseminados cerca de veinte proyectos por medio mundo y algunos localizados en las galerías más importantes del planeta tierra, cuya cartera de clientes está forrada, viaja en avión privado y compra arte como quien renueva su vestuario con marcas de lujo sin mayores problemas a fin de mes. Pongamos por caso la galería Hauser & Wirth de Los Ángeles. Como este enigma sobre el mercado artístico , sus dioses y sus excentricidades, no tiene límites, ni explicaciones lógicas, pasemos página.

Solo una sugerencia final, si lo de Creed resulta simpático, y nada más (y nada menos), casi se me ocurre que mejor haber movido su «actuación» y la de sus comparsas al calendario veraniego para amenizar el estío santanderino de sol y playa (y nubes, de vez en cuando). El 6 de junio, el Centro Botín colgará la obra de Manolo Millares para sustituir las filigranas en el alambre del británico. La pintura de Millares, intensa como pocas, en la mejor tradición española, podemos considerarlo arte con mayúsculas, pero de divertimento tiene poco.

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