ENTREVISTA

Svetlana Alexiévich: «Es muy complicado que desaparezca el ‘homo sovieticus’. Se mantienen muchos de sus rasgos»

En una conversación con ABC Cultural, Svetlana Alexiévich, la única periodista galardonada con el Nobel de Literatura, desgrana claves de su obra, de su trayectoria, y de su país, y adelanta cuáles son los proyectos en los que ahora se encuentra inmersa

Svetlana Alexiévich durante su reciente paso por Madrid Ignacio Gil
Carmen R. Santos

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El polaco Ryszard Kapusciski (1932-2007) aparecía con frecuencia en las quinielas del Nobel, pero la Academia sueca no dio el paso de otorgar el de Literatura a un periodista. Sí lo hizo en 2015 premiando a la bielorrusa Svetlana Alexiévich por una «obra polifónica» que «es un monumento al valor y al sufrimiento de nuestro tiempo ». Y no se equivocó.

Usted es hija de maestros y durante un tiempo fue profesora, pero, finalmente, ¿por qué se decantó por el periodismo?

Me atraía mucho la enseñanza y seguir la tradición de mis padres. Pero en los colegios había una gran pobreza que me producía una enorme tristeza y no podía hacer nada contra eso, y, sobre todo, resultaba imposible ser libre. Así que me fui volcando más en el periodismo. No me arrepiento. Además, uno de los aspectos que me atrae mucho es que ser periodista significa viajar y conocer gente interesante.

¿Cree que el Premio Nobel fue en cierta medida un reconocimiento al periodismo al concederse por vez primera a alguien de sus características?

Me gusta pensar que fue así. Sea como fuere, me resulta muy gratificante que muchas veces cuando hablo con periodistas me comentan que esto ha contribuido a dignificar la profesión.

«Lo más difícil de comprender es el apoyo con que cuentan líderes totalitarios como Putin o Lukashenko»

Al recibir el Nobel usted confesó que quizá el premio la protegería de Putin. ¿Ha sido así?

Bueno, la verdad es que no estaba nada segura de ello. Los líderes totalitarios no son precisamente cultos ni muy instruidos. Y no les interesa la cultura o las Humanidades. Es muy difícil por no decir imposible defenderse de este tipo de mandatarios, que es capaz de envenenar o enviar a sicarios a los disidentes. En este caso, soy bastante fatalista. Aunque le digo que, en realidad, es una cuestión que no me preocupa demasiado. Yo me ocupo de lo mío, sigo mi camino, con tranquilidad, y hago lo que tengo que hacer.

¿Las autoridades de Bielorrusia siguen sin felicitarla por el Nobel?

La situación es la misma. No me han felicitado, pero tampoco es algo que me inquiete.

En recuerdo de las víctimas de Chernóbil

¿Sus libros siguen prohibidos en Bielorrusia?

Podría decirse que sí, aunque a veces sea de forma encubierta. Por ejemplo, un banco pagó algunas ediciones, pero luego hubo muchos problemas para comercializarlas, para venderlas. Y solo pudimos hacer a duras penas dos presentaciones. El banco quiso regalar mis libros a las bibliotecas, pero la mayoría les dijo que ya tenían libros míos suficientes. Luego resultó que solamente tenían uno. Las bibliotecas buscaban excusas para rechazar los envíos. Conociendo que yo no era precisamente santo de devoción del presidente Alexander Lukashenko es obvio que no querían no ya digamos enfrentarse a él, sino ni siquiera causarle la más mínima incomodidad.

«Tras años de exilio, se imponía regresar. Necesito a mi gente, a mis protagonistas. Si un escritor pierde eso es su muerte»

En «El fin del “Homo sovieticus”» estudia la caída de la Unión Soviética, de la cual se apreciaban muchos rescoldos en la Rusia postcomunista. ¿Continúan?

Sí. Es muy complicado que desaparezca el homo sovieticus. En general, la población mantiene muchos de sus rasgos. Y quizá más en Bielorrusia, porque ahí el reloj se ha parado. No olvidemos que la gente estudiaba con manuales de colegios soviéticos. Y nuestro presidente Lukashenko interpreta el papel de padre de la nación para que la gente se sienta «protegida». Por ejemplo, compraba petróleo barato en Rusia para mejorar la economía y que se viviera mejor.

¿Es hoy una especie de régimen soviético «light», con un Lukashenko que sería como un «padrecito» no tan feroz como Stalin?

-Sí, en cierta manera. Hay que darse cuenta de que en Bielorrusia no se ha establecido un capitalismo salvaje ni todo se ha privatizado. Lukashenko, en el poder desde 1994, cuenta con apoyos del pueblo, como le ocurre a Putin. Esto es quizá lo que me resulta más difícil de comprender.

En el prólogo a «La guerra no tiene rostro de mujer» usted se autodefine con una bella expresión: «historiadora del alma»...

Lo que quería decir es que normalmente solo conocemos los acontecimientos externos, formales, que nos brinda la Historia con mayúscula. Pero no el pensamiento humano, lo que sienten las personas, sobre todo en momentos especialmente duros: los conflictos bélicos, la catástrofe de Chernóbil... Para mí, lo primero no es cómo y qué sucedió, sino que le ocurrió al ser humano en esas circunstancias trágicas. No escribo sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra. No escribo la historia de la guerra, sino la historia de los sentimientos.

«La voz humana es la que ignora la historia oficial y es la que deseo recuperar»

¿Da usted voz a los humillados y ofendidos, como Dostoievski, uno de sus autores preferidos? ¿Son estas voces las más auténticas?

La voz humana es la que ignora la historia oficial, esa voz es la que yo deseo recuperar y poner en primer plano, descubrir su verdad y autenticidad. Y nos ofrece detalles muy significativos a los que no se les da importancia, pero revelan muchas cosas. Por ejemplo, en Chernóbil lo externo es que metieron a la gente en autobuses para abandonar la zona, instalarla en otras regiones. Pero los autobuses estaban rodeados de perros y de gatos que no se podían evacuar. Los niños si se daban cuenta de eso y estaban muy tristes y desolados porque nunca iban a ver más a sus queridas mascotas. O cuando los soldados ayudaban a la gente a subir a los autobuses, de pronto, una señora mayor dice que no se va, que no deja su hogar, que eso no es la guerra, que nadie dispara... ¿Cómo explicarle que sí es una guerra, que no puede comer nada de su huerto, que no es posible bañarse en el río...? O cuando uno de los bomberos que acude a la central tranquiliza a su mujer y le dice que es solo un incendio en la central, pero que volverá pronto. Desde la voz humana, las tragedias se ven en otra dimensión, con otros ojos.

¿Qué le parece la exitosa serie sobre Chernóbil?

Toma varias historias de mi libro, pero muchas se quedan fuera. Es buen cine, pero es una versión muy de Hollywood, insuficiente. Su éxito coincide con un incremento de la conciencia ecológica, sobre todo entre los jóvenes. He visto cómo en diferentes países grupos de jóvenes se reúnen en una especie de cine-club para verla y luego debatir.

Usted no aparecía en los títulos de crédito...

Al principio, en efecto, no se me mencionaba. Casi llegamos a juicio. Ahora ya me han puesto.

¿Le dieron alguna explicación para ese «olvido»?

Ninguna. Eso es muy americano, pensar que solo importa el dinero. Me pagaron y con eso creían que ya podían hacer lo que les diera la gana.

«Da la impresión de que quienes van de turistas a Chernóbil no son conscientes del peligro. Parece que lo único importante es hacerse una foto y subirla a Instagram»

Muy sorprendente es la industria turística montada en torno a Chernóbil...

Da la impresión de que quienes van allí no son conscientes de su temeridad, del peligro que entraña. Hay partículas calientes y sobre todo si sopla el viento resultan mortales. Creo que no hemos entendido en toda su dimensión y crudeza lo que pasó en Chernóbil. Y no hemos aprendido nada. No hace tanto se vivió el desastre nuclear de Fukushima y es más de lo mismo. Por otro lado, este fenómeno turístico nos lleva a una de las más marcadas características del hombre moderno, su tendencia a trasformar todo en cachivaches y en recuerdos. Parece que lo único importante es hacerse una foto y subirla a Instagram, «yo en Chernóbil».

¿Es una banalización de la tragedia?

El hombre moderno se siente turista en cualquier parte. Ya dijo la gran poeta polaca Wislawa Szymborska que en vez de Hiroshima tenemos objetos, recuerdos de Hirohisma.

Pasó muchos años en el exilio, en diferentes países de Europa. ¿Por qué decidió volver a Bielorrusia?

Entendí que la situación no iba a variar, y que no podía estar lejos eternamente. Murieron mis padres, no conocía a mi nieta. Se imponía regresar. Necesito a mi gente, a mis protagonistas. Si un escritor pierde eso es su muerte.

-Ales Adamovich es uno de sus referentes...

Es mi maestro. Puso en marcha mi máquina de pensar. Leí su libro «Soy de una aldea ardiente», y me impresionó tanto como Dostoievski. Le hice una entrevista y me deslumbró su enorme nivel intelectual. Inolvidables resultan para mí nuestras conversaciones sobre tantas cosas, sobre Tolstói, Dostoievski...

Ahora está escribiendo un libro sobre el amor...

Lo intento. Es una cuestión muy complicada. Más que sobre el amor trata sobre su importancia, sobre el deseo de la gente de ser feliz y su incapacidad para lograrlo. Se dice que la literatura rusa es la culpable, que en ella no hay personas felices, que enseña a sufrir. Y también tengo el proyecto de escribir en torno a la vejez. Vivimos muchos más años. ¿Cómo los abordamos?

¿Con el mismo método que los anteriores?

Por supuesto. Serán entrevistas, conversaciones en torno a cómo las personas verbalizan e interpretan sus propias vidas.

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