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«Las sombras de Quirke» y «La canción de las sombras», dos tipos sombríos

John Connolly y Benjamin Black son dos maestros indiscutibles de la novela policiaca contemporánea. Creadores de dos detectives con vida propia, con tramas y dramas personales

Benjamin Black, autor de «Las sombras de Quirke» Javier Lizón
Rodrigo Fresán

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En el principio -en bibliotecas victorianas cerradas por dentro en las que yacía un cuerpo aristocrático- lo que importaba era el quién y el cómo y el por qué había sucedido aquello que estaba muy mal hecho pero muy bien ejecutado. Se imponía, sí, la persecución del crimen y del criminal perfecto . Y el detective llegaba o pasaba por ahí o de casualidad se encontraba hospedado en esa mansión y la trama se organizaba en una enumeración de sospechosos de siempre. El investigador era casi una herramienta mecánica, una máquina de interrogar hasta llegar a un último acto (recordar esos finales con Poirot como ángel exterminador exponiendo frente a los entre temerosos y extenuados «habitués» de costumbre esperando que se les concediera el permiso de salir de una buena vez de allí) y se sabía de él apenas lo indispensable del mismo modo en que poco y nada sabemos de nuestro médico de cabecera. Sólo los posteriores discípulos y «pasticheurs» de Holmes profundizaron a fondo en las patologías del héroe de Conan Doyle. Y recién a la altura de ese «MacGuffin» que fue «El halcón maltés» o de aquella «Llave de cristal» de Hammett comenzamos a conocer algo más de aquellos sufridos y curtidos individuos que cobraban por día o estaban a sueldo de gánsteres. Así, en «El largo adiós», Chandler le obsequió a su Marlowe el bendito karma de una sentimental vida íntima y el alzheimer que golpeó a Ross Macdonald nos privó de un último caso de Lew Archer dedicándose a investigar su propio pasado.

Ahora y tras sus pasos, la vida privada del investigador privado es lo que sostiene buena parte de la trama; y el ocasional enigma a develar es, apenas, una circunstancia pasajera, mientras el héroe permanece cada vez más curtido y experimentando una creciente fatiga de materiales. Y el patólogo dublinés Quirke creado por Benjamin Black , también conocido como John Banville (Wexford, 1945) y el detective Charlie Parker de John Connolly (Dublín, 1968), alguna vez policía de Nueva York y ahora trabajador por cuenta propia en los bosques de Maine y alrededores, saben perfectamente que el trabajo no te hace libre sino que es una prisión perpetua que convierte a tus días y a tus noches en el más concentrado de los campos. Y que todas las miradas de los lectores están puestas en ellos y en lo que rodea y envuelve a estas dos oscuras criaturas producto de las mentes de dos irlandeses. Quirke y Parker como dos tipos sombríos que -en su séptima y décimotercera desventuras, respectivamente- lo único que en verdad resuelven y alcanzan es la certeza de que sus vidas no tienen solución final y de que sus padecimientos no conocen fronteras.

«La canción de las sombras». John Connolly

Trad. de Vicente Campos.Tusquets, 2017. 448 páginas 19,90 euros. E-book: 12,34

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