LOS LIBROS DE MI VIDA

«Solaris», cuando la ciencia ficción es pura metafísica

La extraordinaria novela de Stanislav Lem plantea una reflexión sobre la condición humana en un Universo inteligente

Stanislav Lem (Ucrania, 1921 - Cracovia, Polonia, 20016)
Pedro García Cuartango

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Los libros nos apasionan, nos entretienen, nos meten en la vida de los otros. Pero Stanislav Lem logra en «Solaris», publicado en 1961, arrojar una nueva visión sobre la condición humana a través de la experiencia de un viajero en el espacio que llega a una estación que orbita en un lejano confín donde nada es lo que parece.

Solaris es un planeta descubierto hace más de un siglo que ha dado lugar a encendidos debates científicos en la Tierra sobre su naturaleza. Para conocer más a fondo lo que sucede en este cuerpo que gira en torno a dos soles, situados en una remota galaxia, un comité de sabios decide enviar al físico y matemático Kris Kelvin para que indague sobre el terreno .

Kelvin se encuentra nada más llegar con las misteriosas conductas de los dos astronautas que viven en la estación espacial que le ocultan los fenómenos inexplicables que acontecen en la superficie de Solaris, un mar de plasma formado por materia orgánica.

Magma fluctuante

Al poco de arribar a la nave, Kelvin se despierta de un profundo sueño y ve en su habitación a Harey, su esposa que se ha suicidado hace diez años . Cree que se halla ante una alucinación hasta que empieza a interactuar con Harey, que es incapaz de recordar su pasado ni explicar cómo ha llegado a ese lugar.

Tras introducir a su mujer en un cohete y lanzarla fuera de la estación orbital, Harey vuelve a aparecer y demuestra que es capaz de superar todos los obstáculos para permanecer junto a su marido, atrapado entre la contradicción de relacionarse con un fantasma y lo que dicta su razón de científico.

Al entablar contacto con Snaut y Sartorius, los físicos que residen en la nave desde hace años, Kelvin se da cuenta de que Solaris en un océano inteligente que materializa sus deseos. Harey es, pues, «una visitante» creada por este magma fluctuante que representa un tipo de inteligencia superior que nada tiene de humano .

Llevado al cine

Solaris genera estructuras, que Lem bautiza como mimoides, que reproducen las formas terrestres y también complejos arquetipos simétricos que expresan un entendimiento superior impenetrable, puesto que los astronautas no pueden comunicarse con ese océano cambiante ni entender su lógica.

El libro tuvo un gran éxito en los años 60 y fue llevado al cine por el director ruso Andrei Tarkovski , que supo captar la complejidad del relato. La película de Tarkovski, que no le gustó nada a Lem, es una obra maestra que pone el énfasis entre la contradicción entre la fe y la ciencia, entre los sentimientos y la razón . En un determinado momento del filme, Kelvin subraya que antepone el amor por Harey a la lógica científica.

Supone un reto interpretar lo que pretendía transmitir Lem en este texto tan sugerente porque el planeta Solaris podría ser un dios nacido de la evolución del Universo o, tal vez, un inquietante y monstruoso fruto del azar . De lo que Lem estaba convencido es de que existe vida racional en algún rincón de los cientos de millones de galaxias y que esa inteligencia no tiene por qué ser parecida a la humana.

Visionario de la ciencia

Lem pensaba que el hombre siempre quiere proyectar su figura sobre el Cosmos y que la carrera espacial no era nada más que un intento de ensanchar los límites del mundo en el que vivimos. Contra ese estereotipo, el escritor polaco afirmaba que puede haber formas de inteligencia evolucionada que nada tengan que ver con las que se han desarrollado en la Tierra.

En última instancia, aunque no era la intención de su escéptico autor, «Solaris» podría representar un estado de evolución del Universo que se acerca a Dios, una idea que coincide con el «punto omega» del jesuita Teilhard de Chardin, que sostenía que toda la materia avanza hacia una espiritualización que confluye con lo sagrado.

La paradoja es que Lem, fallecido en 2006, desemboca en la metafísica a pesar de su pasado comunista y su mentalidad de científico, al igual que lo hace Arthur Clarke en «Una odisea espacial», llevada al cine por Stanley Kubrick , con la que presenta interesantes afinidades.

En ambos casos, Tarkovski y Kubrick van mucho más lejos que la obra literaria y, a mi juicio, contribuyen a engrandecer los dos textos al abordar sus implicaciones. Por ello, recomiendo leer esta magnífica novela y luego ver la película del cineasta ruso, que se deja llevar por una mística en la que no quiere caer Lem, un visionario de la ciencia que nos legó con «Solaris» un verdadero ensayo filosófico.

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