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«Sobre lo azul»: William H. Gass, el titán secreto

La muerte acaba de alcanzar al incansable William H. Gass, cuya influencia y magisterio en las letras norteamericanas son incuestionables. «Sobre lo azul» es su no-ficción más citada

William H. Gass dando una conferencia en la Universidad de Washington en 1984
Rodrigo Fresán

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El pasado 6 de diciembre, la muerte por fin alcanzó al incansable William H. Gass (Fargo, 1924) a la agotadora edad de noventa y tres años pero con todas sus facultades mentales intactas . Gass estaba lejos de ser una figura de un pasado irrecuperable y era considerado uno de los titanes más o menos secretos pero omnipresentes de la literatura de Estados Unidos.

De acuerdo, Gass pertenecía a ese grupo de revolucionarios ya «vintage» (partiendo de William Gaddis seguido por Thomas Pynchon , Robert Coover, Donald Barthelme, Joseph McElroy y John Barth) que patearon el tablero de la ficción norteamericana en ese breve pero productivo período entre el límpido realismo de «The New Yorker» y el realismo sucio de Carver & Co.

Pero Gass -habiendo acuñado y patentado el término «metaficción» - se mantuvo muy en activo. Y -acaso lo más importante- su influencia y magisterio fue a menudo reconocida e invocado por jóvenes como Ben Marcus, Rick Moody, William T. Vollmann y David Foster Wallace, quienes se inclinaban ante libros suyos como «Omensetter’s Luck» (1966), donde Gass ponía patas arriba y de cabeza las coordenadas establecidas por Hawthorne y Faulkner ; o «Willie Master’s Lonesome Wife» (1968) donde se centrifugaba aún más al libre flujo de conciencia de la Molly Bloom de Joyce.

Y luego de esa reinvención del imaginario nazi que es «The Tunnel» (en 1995, tras tres décadas de trabajo en lo que para algunos fue una milagrosa aberración y para otros un aberrante milagro ganador del American Book Award ) en los últimos tiempos Gass aceleró su marcha. Tres novelas cortas en «Cartesian Sonata» (de 1998, donde resplandecía «Emma entra en una oración de Elizabeth Bishop» tratando exactamente de eso); otra magnífica novela, «Middle C» (de 2013, con su preocupación por la autenticidad de lo falso y su afán de compilar atrocidades para un museo secreto); «nouvelles» y relatos en «Eyes» (2015, donde se incluye una entrevista al inesperadamente racista piano de Sam en el film «Casablanca»); y había dejado listo para el 2018 un portentoso «William H. Gass Reader» de casi mil páginas. Añadir seis volúmenes de ensayos entre 1997 y 2012 ( con propuestas como la de Kafka comentando una biografía de Kafka ) y el que, en 2014, la prestigiosa editorial NYRB Classics reeditara con honores dos de sus libros más famosos y, acaso, más fáciles de asimilar.

Multiplicidad del azul

A saber, a leer: la ya legendaria colección de cuentos de « En el corazón del corazón del país» (de 1968, alguna vez en Alfaguara y ahora en La Navaja Suiza; donde Gass, quien le añadió un imprescindible prefacio/credo en 1981, no deconstruye pero sí disuelve para luego solidificar en nuevo molde el vasto paisaje de la Gran Tradición Narrativa Norteamericana y escribe algo que parecen cuadros de Edward Wyeth repintados por Jackson Pollock); y este «Sobre lo azul» (de 1976 y seguramente su no-ficción más citada). Ambos haciendo apenas algo de justicia al genio y figura de un autor que no cuenta con entrada en nuestro idioma en la Wikipedia. Así nos va.

El mensaje de Gass a los que desean escribir: «Sé feliz porque a nadie le importa lo que consigas»

Y en «Sobre lo azul» -el título original, «On Being Blue», juega con la multiplicidad de sentidos de una palabra que es color, música, estado de ánimo y hasta sinónimo de porno- están todos los modales y obsesiones de Gass. Su manía referencial y su amor por las listas así como el pedido de ayuda a sus amigos espirituales. Un rápido censo revela -como en una versión alternativa de la portada de «Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band»- a Henry James, John Barth, Virginia Woolf, Rilke, Whitman, Pound, Yeats, Burns, Rossetti, Conrad Aiken, John Hawkes, Robert Graves, Wilhelm Reich, Sir John Sudeling, Samuel Richardson, Salomón, D’Annunzio, Donne, Samuel Johnson, Joseph Conrad , Pierre Louys, Gertrude Stein, Beckett, Joyce, Stevens, Rabelais, Anaxágoras, Demócrito, Platón, Galeno, Colette, Protágoras, Henry Moore, Shakespeare, Schopenhauer, Descartes, Goethe, George Berkeley, Thomas Reid y Kandinsky. Todos ellos ensamblando una breve pero inmensa «investigación filosófica» que casi podría ser un «bonus-track» de la XXL y enciclopédica «Anatomía de la melancolía» de Robert Burton para la que -nada es casual- Gass escribió una excelente introducción en 2001.

La estrategia y el triunfo de Gass -partiendo de una autopsia de todo lo azul incluyendo a lápices y huevos y medias y flores y «blue jeans» y hasta el lenguaje de las aves y los demonios del delirio y la mente en su inconmensurable totalidad- es conseguir tal vez nueva gran refundación moderna del idioma inglés luego de la del ruso Nabokov. Así, el «tema» de «Sobre lo azul» -como de todo lo de Gass- es en verdad el lenguaje en sí mismo . Y, luego de afirmar que todo es azul, concluir rindiéndose a un «todo es gris».

Optimismo pese a todo

Pero a no entristecerse: Gass era un gran optimista en la oscuridad. Y, en 2015, su mensaje a los que querían escribir fue: «Sé feliz porque nadie mira lo que haces, nadie te escucha, a nadie realmente le importa lo que consigas; pero en ocasiones ocurren accidentes y de ellos nace la belleza ».

Antes de eso -una y otra vez bellamente accidentado, y en un muy citado debate de 1978- William H. Gass y John Gardner se sentaron a batirse a duelo estético . Gardner -convencido de que la novela tenía el deber de ser algo moralmente inspirador y no preocuparse por experimentos o vanguardias- había acusado a Gass con un «¡Bill está desperdiciando una de las mentes más geniales que haya dado América!... Lo que yo pienso que es hermoso, él pensará que no es lo suficientemente ornamentado. La diferencia está en que mi 707 podrá volar mientras que el de él tiene tantas incrustaciones de oro que jamás podrá despegar del suelo». Gass -quien estaba seguro de que lo artístico y lo moral no necesariamente iban juntos- respondió con soberbia humildad: «Lo que yo quiero en realidad es conseguir que lo mío esté allí quieto y pegado a la tierra y sólido como una roca pero lograr que todos piensen que está volando».

Sólido e inamovible, «Sobre lo azul» vuela.

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