CÓMIC
La singular inocencia de la 'stripper' que sabía hacer tebeos
Sylvie Rancourt ya creaba cómics autobiográficos antes de que estuvieran de moda, pero su obra fue durante décadas muy desconocida fuera de Canadá
!['Melody' recrea el ambiente de un club de estriptis en los años 80](https://s2.abcstatics.com/media/cultura/2022/06/27/MELODY02-U78284514803dGy-1248x698@abc.jpg)
Algunos estudiosos del cómic contemporáneo (como Santiago García ) consideran que una de las grandes claves que hicieron surgir el cómic de autor moderno fue el 'boom' de la autobiografía , especialmente cuando a comienzos de los años 90 autores como Chester Brown , Seth o Debbie Dreschler empezaron a poner en viñetas sus vidas (y sus miserias). Pero antes que ellos hubo otros pioneros del tebeo autobiográfico. Los menos, desde el cómic comercial, como el 'Contrato con Dios' de Will Eisner . Otros, desde los 'comix underground', como Art Spiegelman, Aline Kominsky, Justin Green o Harvey Pekar . Y otros (otras) desde espacios aún más alternativos, como Julie Doucet con 'Dirty Plotte' o Sylvie Rancourt con 'Melody' .
Pero hay algo que hace que Rancourt (Abitibi, Quebec, 1959) destaque especialmente: su condición de 'outsider', de alguien totalmente ajeno al mundo del cómic . Al contrario que otros de los autores citados, no se trataba de alguien que leyese cómics alternativos, sino más bien historietas de Tintín, Archie o tebeos eróticos italianos. Ni frecuentaba el mundillo del arte o el de la autoedición: lo suyo eran los bares de estriptis de Montreal , donde bailaba, de donde sacó el material para sus historias y donde en 1985 empezó a vender los primeros números de 'Melody' (su nombre artístico) a los clientes que la acababan de ver actuar. Luego consiguió pasar de ahí a los quioscos gracias a una distribuidora local, pero las ventas no la acompañaron y acabó dejando la serie tras sólo siete números , porque el peso de los tebeos devueltos hacía peligrar los suelos de su apartamento. Aunque, en realidad, Rancourt sí ha tenido cierto éxito como autora de cómics en Canadá, contando durante muchos años las historias de Melody, pero casi siempre con dibujos de otros artistas, especialmente Jacques Boivin .
Inédita en España
Pero esas primeras historias dibujadas por ella misma fueron durante años casi una leyenda entre los aficionados del cómic , recopiladas en un volumen que pocos habían leído, pero del que esos pocos hablaban maravillas. No llegó a un público más amplio hasta 2015, cuando la editorial canadiense Drawn and Quarterly sacó una nueva edición, en la que se basa esta con la que –por fin– Autsaider Cómics nos la descubre a los españoles.
Es una pena que 'Melody', durante todos estos años, apenas haya sido conocida fuera de Canadá, y aún allí mediada y alterada por los dibujos de otros. Porque la mirada de Rancourt es única . Tratándose de la vida de una 'stripper', uno se esperaría drama o erotismo, cuando no tragedia o pornografía. Hay un poco de los primeros (no de los segundos), pero lo que más destaca es una curiosa inocencia, que le permite narrar sin truculencia historias como la de la desquiciada pareja que la contrata para hacer un trío. O retratar a los variopintos clientes de los bares. O hablarnos del impresentable de su novio, un camándula que se aprovecha de ella, anda detrás de de otras chicas y no da un palo al agua si no es para meterse en negocios turbios (en los que, además, es un absoluto inútil).
Rancourt sacaba sus historias de los bares de estriptis de Montreal, donde bailaba y donde empezó a vender los primeros números de esta serie
Todo ello lo cuenta Rancourt –como dice Chris Ware en el prólogo a esta edición– casi como si estuviese jugando a las casitas, sin 'pathos'. Incluso sus escenas de sexo (que hay bastantes) no parecen querer tanto excitarnos, como contarnos una historia curiosa. Algo de eso tiene que ver con el hecho de que sus personajes parezcan muñecos (más 'nancys' que 'barbies') y que a menudo hablen 'mirando a cámara', directamente al lector, con complicidad.
Pero ese dibujo 'naïf' no debe confundirse con amateurismo o incompetencia . Cuenta Chris Ware que, desde las primeras veces que vio las historias de 'Melody' (en el tomo recopilatorio que volvía a hojear una y otra vez en una librería de Chicago, sin decidirse a comprarlo porque costaba 50 dólares y estaba en francés), se dio cuenta de que Sylvie Rancourt parecía «una dibujante de cómic que sabía lo que hacía» .
Elegante simplicidad
De forma se diría que casi instintiva, desde las primeras páginas va jugando con distintas composiciones de viñetas, probando ángulos y puntos de vista. Su obra tiene algo de partitura musical, con variaciones, repeticiones en la estructura y un gran sentido del ritmo (no solo en las secuencias de estriptis, a pesar de que en ellas casi puede imaginar uno la música que acompaña los bailes). Y va desarrollando hallazgos muy ingeniosos, como el de cerrar cada capítulo en una página con sólo tres viñetas que se van haciendo ligeramente más pequeñas, dando la sensación de unos puntos suspensivos muy a tono con los finales abiertos de las historias. Hay detalles –líneas de grosor excesivo o demasiado fino, colocación de bocadillos fuera de orden, elementos enfatizados sin venir a cuento– que van contra lo que es 'correcto' en el cómic , pero el conjunto sigue resultando elegante en su simplicidad. Rancourt no sabía dibujar ni crear cómics, pero hacía ambas cosas de maravilla.
Es curioso comparar la obra de Sylvie Rancourt con la de Julie Doucet, la ganadora este año del Gran Premio del Festival de Angulema . Es difícil encontrar dos autoras de cómic más distintas . Rancourt hacía estriptis con inocentes muñecas, mientras que Doucet era la 'punk' más 'punk', desastrada y cabreada. Pero la carrera de ambas empezó casi a la vez y en el mismo lugar (Doucet comenzó a publicar su 'fanzine' 'Dirty Plotte' en 1987, también en Montreal). Y ambas hablan de la vida y del sexo desde una perspectiva absolutamente femenina y autobiográfica . Y las dos surgieron totalmente fuera de los márgenes de la industria del cómic y tardaron mucho más en ser reconocidas como merecían. Trayectorias paralelas, como por fin podemos comprobar.