FOTOGRAFÍA

Sinfonía de Thomas Struth en el Guggenheim de Bilbao

Primera retrospectiva del Guggenheim-Bilbao a un fotógrafo. El elegido es Thomas Struth, nombre fundamental de la disciplina

«Público 07» (2004), proyecto auspiciado por la Galería de la Academia de Florencia

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Una analogía musical del propio artista nos abre la mirada. Declara Thomas Struth (Alemania, 1954): «Aprendí más de la música que de las artes plásticas. Siempre me ha interesado la capacidad de improvisar del jazz, difícil de repetir en una toma fotográfica. Además, ¿quién es capaz de sentarse delante de una pintura o una foto durante una hora? Con una grabación sí lo haces. Me interesa cómo la música se recibe en tiempo real, mientras la foto supone plasmar un tiempo y un espacio que nos son a priori los que compartes con el receptor».

Struth define las partes en las que se divide su exposición en el Guggenheim como «movimientos» ; movimientos que, en muchos casos, coinciden con las series en las que se ha ido estructurando su labor y que, por abiertas (todas, menos la dedicada a los espectadores de los museos, la única que confiesa que no se siente tentado a repetir, aunque también es probablemente la que le haya dado más notoriedad), le niegan la posibilidad de definir el resultado como «retrospectiva» , aunque abarque cinco décadas de su carrera: «No lo es porque en las tomas más antiguas encuentro intereses y las mismas situaciones que denuncio o pretendo explicar en las últimas de los mismos conjuntos».

La «pátina 2019»

Eso restringe las lecturas cronológicas y actualiza mensajes que siempre ha defendido (la inestabilidad de las estructuras sociales o la fragilidad de la existencia), mientras aporta una «pátina 2019» a otros: los efectos de la globalización, interés por nuestra relación con la Naturaleza , por el uso que realizamos de los espacios públicos...

Thomas Struth , sin más aditivos, es el mayor repaso hasta la fecha de la labor de un fotógrafo fundamental . Y más allá de «las referencias» (sus padrinos fueron Richter –con el que comenzó en la pintura– y los Becher) y de la espectacularidad de las escalas monumentales (no eran así ni mucho menos sus primeros trabajos), esta ambiciosa selección de su obra invita a descubrir toda «la cocina», el trabajo de investigación previo a apretar el obturador.

La exposición, procedente de la Haus der Kunst de Múnich , nació hace cuatro años, cuando su comisario, Thomas Weski, decidió sumergirse en los archivos del fotógrafo para hacer una buena selección de sus fondos, que crecen hasta 400 en Bilbao. Su responsable pone el acento en las lecturas que permiten esos materiales, en principio no museables, pero que dan buena cuenta del palpitar de su propietario (contactos, prensa, discos, carteles, facturas o croquis de exposiciones, incluida esta).

«Kyoto Tomoharu Murakami» (1991)

Asimismo, también quiso su ideólogo que la muestra pivotara sobre las tres grandes colaboraciones de Struth hasta la fecha: dos en vídeo (lo menos interesante del conjunto), una junto al artista multimedia Klaus vom Bruch sobre el devenir de las ciudades ( Proyecto Berlín , 1997); y una segunda, de 2003, con el guitarrista Frank Bungarten , que analiza la relación profesor-alumno y los procesos de aprendizaje. Y la tercera, para los enfermos del hospital de Winterthur , con la que metía en las habitaciones de los pacientes los paisajes que los internos no podían disfrutar.

Este «paquete básico» se topa en la capital vasca con la arquitectura del Guggenheim, lo que requirió de la buena mano de una segunda comisaria: Lucía Agirre . Porque sus sinuosas formas impide aquí una de las bases de la muestra en Alemania: Que todas las series circulen en torno al archivo, en el centro de la institución, para así chequear en todo momento el origen de ideas e influencias . En Bilbao, además, sus vitrinas (con la firma de Chipperfield) abandonan la verticalidad. Si Struth accede a mostrar sus contenidos es porque «acomodan» entradas (como sus dibujos con 16 años, o sus pinturas con 18) que, de otra manera, tendrían un difícil encaje entre sus actuales fotografías high-tech.

Geniales hallazgos

Pero no todo son inconvenientes con la nueva disposición. También ha propiciado encuentros, hallazgos resultado de que el alemán se diera un respiro. Por ejemplo, en la primera sala, se sitúa en la misma altura sus arquitecturas (serie «Lugares inconscientes») con sus «Retratos de familia». Aunque el que más llama la atención es uno de los últimos en llegar, el de los Iglesias, constatan cómo grupos humanos y urbes se organizan siguiendo similares criterios de autoridad.

En la sala contigua, justo donde arrancan las vitrinas del archivo, los responsables de la cita han situado una de sus últimas obras (con lo que principio y fin se juntan): Sala de disecciones. Leibniz (2017). En cierta medida, esta expo es una disección de su protagonista (y esa sala, casi, casi, su actual taller), a falta de autorretratos. El único que se ha realizado hasta la fecha se sitúa en la sección dedicada a las «Fotografías de museo» (con otra conexión: fue una Iglesias, Cristina Iglesias , la que le facilitó su entrada en el Prado ), que llega a su apogeo en el encargo que homenajea el 500 aniversario del David de Miguel Ángel .

Nos esperan más adelante sus selvas («Nuevas imágenes del Paraíso»), que se contraponen a los paisajes culturales (construidos, artificiales) de «Naturaleza & Política». El último Struth se define obsesionado con la ciencia ; eso le lleva a interesarse tanto por el Museo del Espacio de la NASA (la serie más efectista, sin más pretensión) como de complejos tecnológicos y laboratorios. Cuesta entender que en ellos lo que el fotógrafo busca es «el fallo humano», la improvisación . Aquí el montaje vuelve a dar un golpe sobre la mesa, y en el reverso de sus paneles, imágenes del conjunto «Animals», con ejemplares fallecidos, que nos remiten a la idea de rendirse, de una vida que se sesga y unas inercias que se detienen por ello por completo. Apoteosis final de una muestra excepcional.

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