LIBROS

El sermón anarquista de Cristina Morales

Desmontamos las supuestas virtudes del último Premio Nacional de Narrativa («Lectura fácil»), que también recibió el Herralde de novela

La escritora granadina, Cristina Morales, la semana pasada en La Habana

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«Sin miedo a saltarse las normas, cueste lo que cueste, caiga quien caiga, salga el sol por Antequera , y aunque me convierta en una escritora incomprendida, maldita o de culto». La novela de Cristina Morales (Granada, 1985), que declara haber sido escrita para ser incómoda, termina con esta aparente poética subversiva, que, sin embargo, añade un clave fundamental cuando se refiere a la última adjetivación. La narradora explica así ser una escritora de culto: «De culto -escribe-, significa como el culto en las iglesias, cuando la gente va a rezarle a un santo, a un escrito o a una virgen, pero en vez de rezar, se leen un libro. Esto de rezar y del libro es una metáfora».

Me imagino la sonrisa de la autora quizá consciente de que el lugar desde el que su libro se puede definir es el del culto religioso, que seguramente, eso le deseo, imagina ejecutado por coros de practicantes de colectivos y ateneos de acción libertaria de la Barceloneta, Can Vives o el Raval , para los que la novela quiere proponerse como manifiesto revolucionario. Lejos de parecerme revolucionaria esta novela, me ha parecido justo lo contrario, puesto que detenta el talón de Aquiles de casi todos los discursos ideológico-religiosos que al fanatizar una idea, polarizan desde ella la totalidad del discurso, que se torna monológico e impenetrable; solo cabe el asentimiento (rezar) o bien el disenso, la (buscada, muy buscada) diatriba del crítico que habla desde la literatura, y quizá se convierta con ello en una de las terminales del poder represivo frente al que la novela se levanta.

Previsible engaño

Confieso mi poco ánimo al escribir sobre este libro porque en el programa de su concepción parece estar prevista una reacción negativa, y al decir lo que me parece, me sé ejecutor terminal de una parte de ese programa, que tiene mucho de comercio. No nacimos ayer. Hay que publicar algo impactante, golpear directamente el buen gusto o lo que la literatura burguesa sea , y será el colmo si además resulta premiada y santificada por el Templo del buen hacer que es nada menos que el Herralde y el Premio Nacional de Narrativa 2019, salvando de tal modo imágenes casposas de sacerdotes de la crítica administrando lo que creen que es un saber cuando es sobre todo un poder (etc, etc).

Publicar algo impactante, golpear el buen gusto. Si resulta premiado y santificado, el colmo

Confieso que lo verdaderamente revolucionario de esta novela no radica en lo que es, sino en lo que podría haber sido. La ejecución de su programa contestatario parece del todo una parodia y ojalá lo hubiera sido.

Sin ironía

Si Cristiana Morales hubiera conseguido que las reuniones e insufribles diálogos de los ateneos libertarios, cuyas imaginarias Actas imita, se leyeran como una parodia, si los fanzines anarcos en que va demonizando a Soto Ivars , a Caroline Emcke y a cualquiera que se hubiera atrevido a ser facha, macha, liberal, hetero, democrático, fueran escritos con esa distancia necesaria que la ironía permite, quizá hubiera logrado su propósito revolucionario. Pero la ironía y su discurso totalitario están reñidos .

Muchas de las soflamas que el lector recibe en estos manifiestos me han hecho recordar aquellos tiempos felices (adolescentes y barbudos) de la revolución que tragamos con ese respeto que los procesos de identificación con el grupo hacían inevitable prueba de iniciación.

Confieso que nunca pude discutir con un testigo de Jehová, ni me atreví a hacerlo con el jesuita joven que me transmitía a Marta Harnecker, en interminables tardes de corro sentados en el suelo de un piso de Argüelles. Quizá sea lo que me impide discutir literariamente esta novela con Cristina Morales, o con cuantos recen genuflexos su ácrata santidad.

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