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Sergio del Molino: «La España vacía está en las casas de la España llena»
El escritor y periodista se ha pateado «La España vacía» y la refleja en las páginas de su último título. Un ensayo sobre nuestra identidad, nuestros mitos y nuestros iconos
El joven Sergio del Molino (Madrid, 1979), el que devoraba gofres en la estación de Sol, no hubiera esperado que el Sergio del Molino mayor acabara escribiendo sesudas disertaciones sobre España. Tampoco que estaría vivo a estas alturas. Se imaginaba siempre más apátrida que otra cosa . En su intento de buscarse y contarse a sí mismo ha encontrado por el camino a su propio país. Para eso necesitaba pateárselo.
El autor acaba de publicar un ensayo llamado «La España vacía» (Turner) en el que analiza nuestro singular éxodo rural (AKA El Gran Trauma), desmonta ciertos mitos urbanitas sobre la gente que vive en los pueblos y se asoma a algunos de los iconos rurales patrios por antonomasia, como Cayo (el del disputado voto), Puerto Hurraco o «Las Hurdes» buñuelescas.
«Portugal es Lisboa y sus paisajes. Y España es Madrid, y el resto ni siquiera es paisaje».
Los españoles tradicionalmente hemos sentido desprecio por nuestro paisaje interior, lo consideramos un secarral y un erial. El paisaje español se descubre con la generación del 98. Hasta entonces hay un enorme complejo de inferioridad y envidia por el paisaje verde francés. Nos sentimos un poco desnudos y miserables por no tener ese país tan húmedo y verde. Y, de hecho, algunos proyectos de Joaquín Costa intentaron convertir desiertos en vergeles, crear unas redes de canales para irrigar el desierto y convertirlo en algo fértil. Y apreciarlo todavía sigue siendo minoritario y raro. Mi mujer mismo cuando dije «cómo me inspira el paisaje de la estepa», me dijo: «Es que tú eres un raro, esto no le gusta a nadie». Ellos, aunque el 27 más que el 98, buscan en su propia tierra esa construcción de la belleza que Proust hace al recrear Combray. Me parece que es un paso audaz, y que en su espíritu europeísta tuvo mucha importancia. Incluso se ponen muy místicos. A algunos, sobre todo a Unamuno, se les va la mano, se pierden. Y buena parte de la mística de la generación del 98 es el germen del programa de Falange española. Machado es otra cosa, más íntimo, reflexivo y autobiográfico. Se apropia del paisaje de una forma más moderna. Por eso creo que a Machado podemos leerle hoy y Unamuno nos repele.
Dice que Azorín se adelanta 20 años a los beatniks.
Como también le pasa a Unamuno, aunque a Azorín de una forma más íntima, es que se exaltan con el paisaje, parece que les está dando en la cabeza, que el sol les ha afectado… Y en la actitud de Azorín ante el paisaje reconozco rasgos de los beatniks cuando hablan del desierto de Arizona o cuando Ginsberg y, sobre todo, Burroughs hablan de Tánger. Parece que está contemplando el paisaje con un estado alterado de conciencia, con el mismo alucinamiento.
¿Cuál es nuestro Gran Trauma?
Es el gran éxodo rural que no es muy diferente al resto de sociedades industriales. La diferencia con España es que es muy tardío, cien años después de Reino Unido y Francia. Y muy traumático porque sucede en poquito tiempo, en 20 años. De repente una ciudad como Madrid pasa de tener un millón a tener tres millones en 20 años. Barcelona, lo mismo. Pueblecitos que eran de las afueras se convierten en nada en ciudades de 100.000. Y, a la vez, un montón de pueblos se vacían. En otros países no fue tan de golpe y tuvieron muchos más años para asimilarlo, y nosotros aún estamos en el proceso de digerir ese cambio de nación. Hay millones de personas en España que lo vivieron, pertenece a la memoria viva de mucha gente.
¿El joven Sergio del Molino que se zampaba los gofres en Sol hubiera esperado que el actual Sergio del Molino se interesara por temas tan enjundiosos?
No, se imaginaba más apátrida que otra cosa. No sé si tiene que ver con la edad... Aunque tampoco creo que ese joven tuviera muy claro que estaría vivo a estas alturas. He superado mi esperanza de vida. Yo siempre cuento que vivía aquí en Bravo Murillo con una bruja, con una chica que echaba las cartas, y que era muy maja, aunque por supuesto estaba zumbada... Y me dejó inquieto por lo que me dijo, aunque luego descubrí el truco psicológico por lo que me conocía y me podía manipular. Me leyó la mano y me dijo que tenía la línea de la vida muy corta, profunda y de final muy abrupto. Como tengo una conciencia de la muerte muy... Yo de pequeño pisé un clavo que me hizo una herida en el pie. Y había una leyenda urbana que decía que los yonkis se iban a pinchar a la playa en los años 80 y dejaban las jeringuillas hacia arriba para que la gente se pinchara, porque eran muy malos los yonkis. Me convencí con ocho años de que tenía el sida y me iba a morir. Y lo asumí con mucha naturalidad. Cuando ella me dijo que moriría pronto, me encajaba. Superar los treinta años ha sido muy sorprendente.
Se pone a viajar por los pueblecitos de España. ¿Qué descubre?
Descubro que vive muy poca gente y que los censos no son acertados, que pone que viven doscientas personas y, a lo mejor, solo viven diez. Vive gente, y me sorprende, por elección. Porque podría estar en otros lugares mucho más cómodos, con más servicios. Viven en pueblecitos donde hacer cada recado significa un dolor. Y hay mucha gente que está atrapada y con un gran resentimiento hacia el Estado. A mí lo que me ha sorprendido es lo silenciados que están. Llevan allí toda la vida y se sienten abandonados, absolutamente desatendidos.
Pues cuando les quiten las Diputaciones...
Totalmente. Desde el invierno, cuando nieva y su pueblo se queda aislado, y nadie pasa por allí, que no tienen escuela, servicios mínimos...
¿Entienden que es complicado en los pueblos de siete personas?
Lo entienden y no lo entienden, porque ellos entienden que son ciudadanos en un Estado que garantiza la igualdad, por lo que el hecho de vivir en un lugar retirado no debería de privarles de los derechos que disfrutan el resto de los ciudadanos. Sienten que están marginados, orillados. Y es un sentimiento secular, que se ha ido trasladando de generación en generación. Y que en ocasiones ha tenido manifestaciones políticas muy violentas como el carlismo. El carlismo lo que consiguió es darles orgullo, un sentimiento de dignidad, de utilidad, y de identidad que no les daba el Estado. El carlismo les dijo que su forma de hablar, de vida, su folclore, su catolicismo, tenía algún sentido, eran dignos. Aunque su propósito era cambiar la estructura de Gobierno de una manera absolutista. No consiguen eso, pero sí establecerse en el campo.
Tuvieron un gran don de la oportunidad.
Totalmente. Propugnaban un estado absolutista no centralizado. El carlismo abogaba por una especie de Estado confederal con un Rey muy poderoso y sin democracia ninguna. Aunque luego sí que aceptan la democracia, pero no un estado centralista. Ellos apoyaban los fueros y la cultura y costumbres locales. Pero no logran sus objetivos políticos, y hay un grupo de gente que desarrolla el discurso carlista, lo lleva a un extremo y lo transforma en nacionalismo. Si el carlismo hubiera triunfado no habrían surgido los nacionalismos. De ahí surge, mucho tiempo después, ETA y, en síntesis, los dos grandes nacionalismos. Además es que cronológicamente se ve. Unos años más tarde del último alzamiento de 1890, en el 92 y 95, surgen las bases de Manresa en Cataluña y se funda el PNV en Euskadi. Hay una consecuencia directa, hay un trasvase de dirigentes y militantes. Muchos nacionalistas han sido carlistas al principio.
Alistarse en el Carlismo era como hacer la Yihad, comenta.
Un poco sí, quien se alistaba conscientemente. Era un movimiento muy amplio que tenía sus fanáticos pero también tenía mucha gente de carril. Era un movimiento integrista que quería un estado teocrático, exactamente igual que el Irán de los ayatolás o de cualquier estado islámico que quiere la supremacía religiosa. En ese momento había gente que se alistaba en el carlismo porque eran integristas católicos.
Valle Inclán apoyaba un movimiento que iba contra él.
El carlismo pretendía destruir todo lo que representaban él y otros. Lo que más odiaba el carlismo era la cultura liberal, artística y bohemia, y ellos son un producto muy refinado de la cultura urbana. Hubieran sido barridos. Si hubiera triunfado el carlismo los hubieran colgado de una farola a todos o les hubieran ahogado en un pilón. Y, sin embargo, ellos están a favor de un movimiento que les desprecia. A mí me parece bonito
¿Qué hay en la España vacía?
La España vacía para un madrileño serían las tres horas que van de Madrid a Gandía… La España vacía física es un mapa arbitrario para contar lo que a mí me interesa. Serían las dos Castillas, Madrid (salvo la capital, que es «un agujero negro»), Extremadura, Aragón, un poquito de Murcia, del norte de Andalucía, de Valencia y del interior de Galicia. Es un territorio muy extenso y en él vive muy poquita gente. Si quitas las capitales de provincia viven solo 4 millones de personas en todo ese territorio. Con las capitales serían cerca de siete, en un territorio parecido a Italia, donde viven 60 millones.
Ningún dictador ha maltratado tanto la España rural como Franco.
Franco, como líder de un proyecto nacionalista autoritario y muy violento, buscó lo eterno español. Y lo exaltó. Dijo que actuaba en nombre de esos campesinos… Su movimiento quería destruir Madrid y volverla a levantar porque la consideraban una especie de Babel, una especie de puticlub tremendo que no se merecía seguir siendo España si no se purificaba con catolicismo. Pero durante su dictadura se produce la industrialización, el Gran Trauma, y él aceleró y magnificó ese sufrimiento de los campesinos. Incluso les sacó a punta de pistola de sus casas para construir pantanos. Fue inmisericorde con la gente del campo, porque había unos planes muy parecidos a los de la Unión Soviética de industrializar el país muy rápido. Si había que llevar a millones de personas a que vivieran en chabolas, se llevaba. No tuvo la menor consideración con la gente que en su retórica oficial era la gente que encarnaba la verdadera España. Era una doble moral, una hipocresía absoluta, en la que no nos solemos fijar.
En su libro aparece el Señor Cayo, el mítico personaje de Delibes, y su venganza. Y habla de la sobre-representación que tienen los pequeños municipios en la política española pero que luego por la disciplina de partido, en realidad, no acaban beneficiándose de ello. ¿No sería entonces la venganza contra el Señor Cayo?
Es paradójico, es una venganza paradójica o pírrica, quizá. Está bien visto, porque no le sirve de nada. El señor Cayo es el trasunto de Delibes, que sabe mucho, es el gran narrador de lo que está pasando en España y de su vaciamiento, de la destrucción de una cultura y de un país dentro de un país. Él lo ve muy bien y lo cuenta en sus obras. El país está muy volcado en europeizarse, muy pendiente de otras cosas… Y él, desde su Valladolid, desde sus caminatas por la meseta y su afición por la caza, percibe como se está arruinando aquello. Es un testigo directo. En esta novela en concreto es capaz de anticipar la jugada que quieren hacer con el sistema electoral. Eso que ahora comentamos tanto con el tema de la circunscripción, y cómo los políticos iban a las pequeñas aldeas a hablar para ganarse el voto rural, que era muy importante para conseguir mayorías... Ve claramente la jugada de cómo esa España emergente va a utilizar a la España rural, como siempre la ha utilizado. Y lo cuenta muy emotivamente.
La «nueva política» dice que va a cambiar el sistema.
A ver, hay una declaración de intenciones porque han sido perjudicados directamente por este sistema y querrán cambiarlo. Pero solo podrán cambiarlo cuando sean beneficiarios de ese sistema. Y la paradoja es ésa. En el momento en el que puedan cambiarlo es porque habrán conseguido implantación rural y habrán dado ese salto cualitativo que les da la mayoría. Y conseguida esa mayoría, me pregunto: ¿vas a cambiar un sistema que en las siguientes elecciones te va a quitar 30 diputados? Todavía no he visto a un partido que haga una ley que le quite de cuajo un 15% de los diputados que tiene. Sería muy raro.
¿Miguel Grima, el alcalde de Fago, fue asesinado porque en su pueblo no había un bar de tapas?
Es un prejuicio que tenemos la gente de ciudad respecto a los pueblos muy pequeñitos, que los consideramos sociedades muy asfixiantes en las cuales la gente al final acaba matándose. Pero estadísticamente no se sostiene esa teoría, son tan anecdóticos como en la ciudad. Es probable que ese aislamiento y la asfixia llevaran al crimen. Pero porque se juntó un grupo de personas que no lo soportaban. Son esas personas en concreto, no su entorno, lo que hace que se produzca el crimen. Igual Miguel Grima en una ciudad estaría vivo, pero porque no estaría a merced del loco.
Solo se vuelve a los pueblecitos cuando hay un suceso truculento.
Esa es su principal queja, que no tienen presencia nacional. Hay mucho sentimiento de agravio en ese sentido. Y yo siempre les digo: “Si quieres salir en las noticias, cógete una recortada y cárgate a cuatro. Te sacan seguro”. Los pueblos tienen esa sensación, que solo reciben atención cuando sucede algo muy feo y terrible en ellos. Como solo recibimos información de ellos por estas cosas, tenemos la sensación de que se están matando todo el tiempo. Fomenta el estereotipo. Por eso era muy interesante el programa de Labordeta, la normalización, buscar otra mirada... Un relato que además es muy limpio, que muestra los pueblos como son, sin intervenir demasiado en el discurso.
Y Tierno Galván, de repente, era de pueblo.
Descubre el populismo y le funciona muy bien venderse como un chico de pueblo, y no de la capital, en un momento en el que la gran masa de votantes de Madrid viene del pueblo y tiene pueblo. Creo que esa mayoría absoluta se debe a esa proximidad y a esa forma en que se vende. Pero era de Madrid. Su padre sí que era de pueblo, pero él ni siquiera lo pisó. Se vende como «yo soy un soriano que vino a la capital como vosotros que vinisteis de vuestros pueblos…». Creo que es ilustrativo sobre hasta qué punto el imaginario de los pueblos de la España vacía influía dentro de la configuración de lo que era Madrid después del exilio rural.
«Las Hurdes, tierra sin pan», de Luis Buñuel, es «una película de monstruos y aventuras exóticas».
Sí, es el infierno que me busco cuando me lean los buñuelistas, es una interpretación muy personal. A mí me parece de cierta impostura intelectual que Buñuel se acerque a las Hurdes como si fuera la Polinesia, como si fuera un viaje de aventuras. Generacionalmente es gente que ha crecido con Salgari, con la literatura de aventuras del s.XIX, con los exploradores,… Y el cine de monstruos y de aventuras está muy de moda en ese momento, y él lo ve. Me sorprende mucho que adopte ese esquema para su viaje a las Hurdes cuando él proviene de la España vacía. Él es de Calanda y no le podría extrañar tanto lo que ve en las Hurdes. Aunque venga de familia rica y se criara en Zaragoza. Y luego ya está demostradísimo que es un falso documental. Pero él se empeñó en decir que era real, que era «rigurosamente objetivo». Era una estrategia propagandística.
De ahí la frase de Max Aub: «A Buñuel le importa más la justicia que la verdad».
Él quiere agitar el panorama. Es un filme propagandístico y por eso insiste en que es verdad, como el de Acción contra el hambre insiste que su spot es verdad. Yo he visto varias veces un spot con un niño que cada vez se llama de una manera… ¿Ese niño de dónde es? Y él hace eso mismo, quiere provocar una reacción visceral del público, de esto es intolerable. Agitación pura. En esa época Buñuel era muy cercano al partido comunista. No estaba afiliado, no se llegó a demostrar, pero está muy próximo en un momento en el que el PC está asumiendo la doctrina de Stalin de agitar mucho el ambiente. Viene de estar con los surrealistas en París y está muy concienciado, quiere levantar a las masas… Y dentro de las Hurdes fue a elegir los peores pueblos. Cuando llega Buñuel a las Hurdes ya llevaban diez años de inversión, ya hay carreteras, se han abierto escuelas, el Estado está interviniendo. Ya no son las Hurdes que visita Alfonso XIII en el 22. Estamos en el 34 y han pasado 12 años de inversión continuada. Hay inversión real y eso Buñuel lo obvia. Todo lo que fuera positivo lo suprime. Y se va a El Gasco, que es el único pueblo donde no ha llegado la intervención. Pero todavía no le basta y hace que la gente escenifique. Y dice que la niña que sale murió poco después del documental… Esa mujer vivió hasta el año 96. Hay gente que está haciendo el baile de San Vito, pero está escenificando. O el funeral del bebé muerto, que lo llevan por un río porque no hay cementerio en el pueblo; el bebé estaba dormido, no estaba muerto. Hacen el teatrillo, está completamente demostrado. Y no pasa nada porque se explica por el contexto de la época, no va en detrimento de Buñuel. Lo que va en su detrimento es la defensa acérrima que hacen algunos buñuelistas de por qué hizo lo que hizo. Y además a él le importa un bledo, lo dice en las conversaciones con Max Aub: «El objetivo que buscaba lo cumplí». La cinta de las Hurdes no gusta mucho allí, creen que ha formado una leyenda negra que les ha estigmatizado y les ha impedido desarrollarse y vivir en una cierta normalidad en el país. Viajas por las Hurdes y no hay apenas referencias al documental y, sin embargo, sí que hay referencias a otros como Unamuno, a Alfonso XIII,…
Es non grato allí, vamos.
Sí. Alfonso XIII cuando hizo el viaje en el año 22 pues hay una hospedería, un restaurante, hay una ruta que se puede hacer a caballo o andando que se llama Alfonso XIII,… Han seleccionado la memoria que quieren, una más positiva. Y han rechazado la memoria de «Las Hurdes», no quieren saber nada de Buñuel.
Habla de Fox Mulder, el de «Expediente X», como la enésima reencarnación del Quijote. Y también sostiene que «con los creyentes no cabe ciencia, que una mirada inteligente y compasiva debería no burlarse de ellos y no refutarles, debería tratar de entender por qué quieren creer». ¿Por qué no se les puede refutar?
Se les puede refutar, pero creo que hay cierta altivez intelectual que no lleva a ninguna parte y que está demás. Siempre digo: «Mídete con tus iguales». Sobre los cervantistas o historiadores, si en tal pueblo creen tal cosa, ¿qué más da? Déjales. No discutas con ellos, no hacen daño a nadie. Estoy hablando de poner una placa de «El Quijote pasó por aquí»… No pasa nada. Voy a la mitificación del pasado y de la historia. Probablemente es un pasado falso y refutado por la historiografía: ¿y qué? Es como dejar a tu abuela que rece. No pasa nada, discute de otras cosas, discute con tus iguales. A ver, creo que la medicina debe alertar de las supercherías, pero de otras cosas que no hacen daño, pues déjales.
¿Qué importancia le otorga a la figura del maestro de pueblo? Un amigo les define como los soldados de infantería de la cultura.
Un poco eso, sí. Y tienen mucha importancia. Es muy interesante lo que está pasando porque son todos gente joven, que no tienen plaza, y les mandan a sitios que no quiere ir nadie, hasta que son interinos, y logran plaza y pueden ir a la ciudad. Es gente muy motivada, muy joven, que pasa muy poquito tiempo en el pueblo. Ese para mí es el mayor problema, que están dos años o tres y que no pueden hacer un proyecto duradero. Podría haber incentivos para quedarse allí a vivir. Ahora mismo los campos y los pueblos no ofrecen ninguna alternativa para que gente cualificada se quede, porque no tienen nada que hacer allí salvo morirse del asco. Tienen problemas también con la sanidad. El otro día escuchaba que faltan especialistas en hospitales pequeños porque no se cubren las plazas. Tienen un gran problema para reclutar a personas de nivel. Así que acaban yendo personas que están empezando y que van a estar poquito tiempo, y muy bien intencionada y con entusiasmo, pero que aguanta poco. O la morralla, la gente que no le queda más remedio que estar allí porque son malos. Y eso es un drama terrible.
La reflexión sobre España forma cada vez más parte de su proyecto literario.
A través de la crónica familiar, como me pasó en mi anterior novela, al ir contándome a mí mismo y al ir yendo hacia detrás buscando las raíces de mi identidad, me he ido encontrando con algo inesperado que es mi país. Yo tenía la sensación no de ser cosmopolita, que es muy idiota, pero sí tenía mucho desapego. Este ensayo es una reflexión muy meticulosa y va ocupando un espacio cada vez más central. Y va unido a la convicción además de que la narrativa tiene que apelar a la nación, a un aquí y a un ahora, a tus contemporáneos. Los novelistas franceses escriben sobre Francia, los norteamericanos sobre Estados Unidos,... Y los españoles hemos renunciado a escribir sobre los españoles por diversas razones, probablemente la mayoría de ellas legítimas. Yo intento retomar esos puentes rotos, que creo que están rotísimos. Y volver a una narrativa que vuelva al ser español. Yo escribo para los españoles del aquí y del ahora.
«La España de la que provienen millones de españoles ya no existe, se ha reformulado», cuenta al final. ¿Ha escrito un ensayo sobre un fantasma?
Sí. Está en las casas, en las mitologías familiares. Realmente la España vacía está en Madrid, en Barcelona, en Valencia, en Bilbao, está en las casas de la España llena. Y pervive en los álbumes de recuerdos. Está en la construcción de la identidad que los hijos y los nietos del exilio rural han hecho ya desde la España urbana, en cómo han reinventado sus mitos familiares y cómo vuelven a ellos. Y que puede ser una forma de cohesión social que no hemos explorado, basada en la historia íntima y familiar y no en el Canto del Mío Cid, ni la conquista de América, ni en alguien que escachó la cabeza a un moro. Basada en algo mucho más sutil, para vertebrar un país mucho más sofisticado y vivible, que no marca distancias tribales entre el «ellos y el nosotros», sino que construya una identidad mucho más compleja y más rica de compartir.
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Ahora vamos a hablar un poco de periodismo. En una ocasión entrevistó a los padres de una víctima del 11-M. «Si tuviera un poco de dignidad me levantaría, pediría perdón y me iría», escribió mucho después. Estos padres le felicitaron por el reportaje. «Un periodista tiene que tener la cintura flexible y una mandíbula de gran abertura», afirma.
Es el único consuelo que me queda (sobre la felicitación de los padres). Creo que los periodistas hacemos muy poca autocrítica y sobrevaloramos en exceso nuestro papel. Nos vendría bien una pequeña cura de humildad. En ese sentido, está la gran mentira de Kapuściński de que los cínicos no valen para este oficio. Cualquiera sabe que el cinismo es una gran aptitud profesional que te permite llegar muy lejos en esta profesión. Yo iba allí en contra de todos mis principios. Lo hice por un prurito de profesionalidad. Me tragué mis escrúpulos morales y pensé que lo hacía bien, que estaba siendo un buen profesional. No estaba siendo un melindroso, estaba actuando como un periodista. Y a veces usamos la profesionalidad como coartada para saltarnos muchas líneas morales. Y eso no es una cuestión no de los medios sino de nosotros como periodistas individuales. Decisiones que nosotros tomamos, y que es verdad que nos pueden perjudicar. Yo creo que en mi carrera tomar algunas decisiones, o no tomarlas, me ha perjudicado notablemente. Y podía haber tenido una vida mucho más cómoda si me hubiera tragado mis escrúpulos en algunas ocasiones que ya contaré en algún momento. He visto como gente que no tenía esos escrúpulos le ha ido muy bien en la vida. Estas cuestiones pueden parecer menores tal como estamos pero a mí me parecen nucleares.
«Los cínicos no valen para este oficio, yo creo que sí que valen. Creo que el que no vale soy yo»
Sí, por eso me he salido o me han echado, no lo sé muy bien. Me he sentido expulsado. Me he ido porque me han abierto la puerta. Yo no me siento capacitado para ejercer el periodismo. Lo puedo ejercer pero de una manera muy naif, no me veo. No por tragaderas morales ni por nada, sino porque requiere de unas aptitudes que yo no tengo. La cuestión de la voz, por ejemplo. Hasta qué punto me siento yo legitimado de poner voz y de hacer encajar a terceros en estereotipos cuando ellos mismos son capaces de poner voz ellos mismos. Es un problema nuclear de mi literatura, de quién habla, de quién cuenta... No es lo mismo que cuentes tú tu vida que que la cuente yo. Hasta qué punto tengo yo derecho a contar tu vida. Es una cuestión moral y casi técnica, de cómo puedo impostar tu voz. Mi literatura se ha vuelto muy autobiográfica y «primerapersonista» por eso. Yo no encajo en el periodismo que se hace actualmente. A la gente como yo, a los que nos hemos curtido haciendo grandes reportajes o entrevistas muy largas, el periodismo actual no les quiere, somos totalmente inútiles. No estoy idelizando el pasado tampoco. Antes el periodismo era un lugar muy hostil y muy de señoritos, una profesión muy elitista, muy bronca y muy chunga. Cualquiera que haya conocido una redacción en los 90 cuando estaban todavía los periodistas viejos, que tenían la botella de whisky y que estaba llena de humo,… Eran sitios verdaderamente hostiles para alguien medio sensible. A las primeras mujeres que empezaron a trabajar en los años 70 en esos nidos de testosterona y puterío, las admiro muchísimo.
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Para finalizar, me gustaría preguntarle sobre «La hora violeta», el libro que cuenta el diagnóstico y tratamiento de su hijo Pablo de leucemia hasta su muerte. ¿Vuelve a Saskatoon? («Saskatoon Tonight» es una canción country, de NQ Arbuckle, que Del Molino se solía poner para intentar evadirse momentáneamente durante ese durísimo periodo. La Saskatoon del título es una localidad canadiense).
Sí, de vez en cuando vuelvo, me pongo esa canción. Me cuesta pero de vez en cuando sí que viajo allí. «La hora violeta» es un libro... Dentro de dos semanas viajo a no sé dónde para hablar de este libro, vengo de China ahora. Es un libro que tres años después me sigue acompañando. Y creo que no pasa un mes sin que no tenga un acto relacionado con «La hora violeta». Es un libro muy persistente, y me temo que va a seguir persistiendo. En ese sentido, por un lado, es una bendición, porque es fabuloso que el libro se mantenga vivo y siga ganando lectores. Y que siga provocando debate y emociones. Pero para mí también es una carga. Yo quiero mantener vivo el recuerdo de mi hijo, pero a la vez es una profecía autocumplida. Al final me he condenado yo mismo a estar en esa hora violeta, no puedo culpar a nadie más que a mí. Es verdad que al escribir ese libro y seguir con el impacto, y que vuelva una y otra vez a él, pues me hace dilatar esa hora violeta. La usaba de forma metafórica pero estoy viviendo en ella.
¿Qué le dicen los lectores cuando le hablan de «La hora violeta»?
En general se sienten muy dentro del libro, establecen una conexión muy emocional y visceral, que a mí a veces me agarrota, me rebasa. Las reacciones que provoca «La hora violeta» a veces me han superado. Viene mucha gente a contarte su propia historia, se producen catarsis. Es muy emocionante pero yo siento que no lo controlo. Casi estoy más cómodo hablando de «La España vacía» que cuando voy a un acto sobre «La hora violeta», porque no sé cómo va a terminar, con una intensidad muy poderosa que va a escapar a mi control. Eso a veces me cuesta manejarlo, porque los lectores han establecido una conexión muy íntima conmigo y parece que me reclaman algo. Y yo no sé qué es lo que me reclaman ni lo que puedo darles. Es una sensación muy extraña.
Amaba la ligereza y se transformó en un padre trágico. ¿Cambió su escritura?
Sí, cambió todo. Mi forma de ver el mundo, mi sensibilidad,... Soy una persona totalmente distinta, no tengo nada que ver. Cambia mi forma de enfrentarme al mundo y mi literatura es mi forma de enfrentarme al mundo, no tengo nada que ver. De hecho, me cuesta reconocer mis libros anteriores, parece que las ha escrito otro. No me reconozco en la frivolidad. Echo de menos la vocación frívola de antes, me gustaría ser mucho más frívolo. Me he vuelto más serio… ¡Me he puesto con España, que es lo más serio que hay! ¡Es terrible! Los temas que elijo... Vengo del porno,… La primera novela era pornográfica. Antes intentaba elegir temas frívolos también. Creo que antes era más divertido y mejor persona. El tío de antes era mejor que el de ahora. Por ejemplo, yo no sé si el tío de ahora se ligaría a su mujer como se lo ligó el de antes. Creo que soy peor, y lo echo de menos.
En «De vidas ajenas», Emmanuel Carrère sostiene que la comunicación es balsámica. ¿Está de acuerdo?
Radicalmente en desacuerdo. No puede ser balsámico estar dándole vueltas a la herida, es como hurgar en la herida. Es mucho más doloroso, se te infecta. Hay un mito que viene del psicoanálisis que dice que comunicar y expresar tiene un efecto sanador. Es mentira. No puede tenerlo. Otra cosa es que yo no quiera sanarme, vivir en el recuerdo y no negarlo. Porque forma parte de mí y tiene que estar presente en mi vida. Pero no es nada terapéutico, lo he rechazado siempre de plano. Toda la retórica terapéutica de la escritura... Lo último que le recomendaría a alguien que quiere recuperarse de un trauma es que escriba sobre ello. Escribe sobre ello si de verdad tienes las agallas para enfrentarte a ti mismo y afrontar las consecuencias. Para curarte, no, es pensamiento mágico. ¿Qué pasa, que lo dejas en un papel y ahí se quedan tus demonios? Eso es como hacer vudú, es una idiotez. No tiene base real. Mi problema es que se murió mi hijo. No lo voy a recuperar ni nadie me lo va a traer. Son problemas que no tienen solución. El problema es que tienes que aprender a vivir con ello. Pero no es el camino más correcto estar todo el tiempo volviendo sobre ello, a lo mejor no lo soportas.
¿Contempla dejar de participar en actos relacionados con el libro?
No, yo creo que, al menos a corto plazo, seguiré... Si me llaman, vamos. Es que he elegido eso, porque soy capaz y quiero. Es mi vida, es el dolor que yo llevo conmigo.