LIBROS

Seis autores sentados en la barra de un bar

Seis escritores contemporáneos confiesan su relación con los cafés literarios y las tertulias. Nostalgia desde la pandemia

Carmen Posadas
Carmen R. Santos

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En La noche que llegué al Café Gijón , Francisco Umbral desgrana sus comienzos literarios en los que este café y sus tertulias desempeñaron un papel esencial. El autor de Mortal y rosa recaló en el café madrileño en los años sesenta del pasado siglo. En la actualidad, se mantiene en pie, y es precisamente una referencia para algunos escritores de hoy.

Así, Lorenzo Silva señala que ahora va de vez en cuando al Gijón, Carmen Posadas apunta: «Es uno de mis preferidos y habituales», y Antonio Soler afirma que, con cierta frecuencia, mantiene reuniones y encuentros allí. Para Julia Navarro encierra una aureola especialmente mítica, y está ligado a sus recuerdos más gratos: «Cuando era adolescente, iba con mi padre. Me dedicaba a observar a la gente, hace tanto tiempo... En el Gijón se reunían escritores, artistas, periodistas, pintores.... Me parecía un lugar fascinante y soñaba con formar parte de ese “paisanaje”. El tiempo pasa y la verdad es que hace muchísimos años que no voy. Pero forma parte de mi vida».

Manuel Vilas

Por su parte, Marta Sanz comenta: «Tengo un recuerdo prestado, no propio, de las tertulias del Gijón. Me habría gustado ir y disfrutar de la inteligencia y también del punto canalla y farandulero de quienes participaban en ellas». Aparte del Gijón, Silva menciona el Lion, frecuentado en su juventud, y Posadas, el Varela y el Comercial.

Fantasmas de antaño

Todos en sus viajes acuden a cafés, por donde quizá se paseen los fantasmas de los creadores que los visitaban. Soler alude al lisboeta A Brasileria, impregnado de la sombra de Pessoa; al Greco, en Roma (Goethe, Lord Byron, Orson Welles...), y al Floridita, en La Habana. Manuel Vilas indica que le llamó especialmente la atención este café habanero, y que se hizo una foto con la estatua de Hemingway que lo preside. Por su parte, nos dice Marta Sanz, « perseguí el rastro de Hemingway, aunque me parece que allí, tanto para Ernst como para mí, lo más importante eran los daikiris». Silva destaca el bonaerense London City, preferido de Cortázar, y Posadas, el Les Deux Margots, en París, al que asistían Rimbaud, Gide, Breton, Sartre y Simone de Beauvoir. Julia Navarro también recalca este café de la capital francesa, aunque se lamenta de que «hoy lo es de turistas» , y se decanta por los centroeuropeos, sobre todo el vienés Lantmann, por donde pasaron Freud y Mahler.

Tentación

Igualmente, confiesan su asistencia más o menos habitual a las tertulias, al menos en algún momento de su vida, sobre todo en época juvenil. Así, Vilas subraya: «En la España en donde yo me formé como escritor, a finales de los ochenta, no existían las escuelas de escritores. Los cafés literarios y sus tertulias eran la única universidad que había entonces para un escritor. El café literario podría ser descrito, utilizando un concepto muy interesante de Bolaño, como la “universidad desconocida”».

Marta Sanz

Posadas dice que en ellas ha disfrutado, si bien, «más como oyente que como participante: para mi desgracia, soy bastante muda». Antonio Soler rememora que, con unos cuantos amigos, estableció en Málaga una comida semanal en Bilmore, «lúdica y creativa, donde se hablaba de literatura y de todo». Y Marta Sanz señala que asistió a la creada por Lourdes Ortiz en el Café Ruiz , y que hace años, junto a algunos amigos, impulsó la revista cultural Ni hablar , cuya «oficina» era El Parnasillo, ya desaparecido.

Graham Greene concibió El tercer hombre en el Café Mozart, en Viena. Lorenzo Silva manifiesta que ha escrito trozos en cafés , y «hasta en una garita durante la mili», y Julia Navarro apunta que quizá lo haga, «¿quién sabe?».

Los cafés literarios no son, sin embargo, para estos autores un lugar de escritura: «No me sentiría cómoda: me vería a mí misma -explica Sanz- como una impostora que quiere ser reconocida en la acción de escribir». En esta visión abunda Vilas, que se lo ha planteado, pero que le inquietaría: «Primero, el que me viera la gente, porque daría la impresión de algo impostado, y, segundo, el ocupar una mesa muchas horas. ¿Cuántos cafés con leche tendría que consumir para que mi ocupación fuera rentable? Luego, la presencia del camarero. Acabaría escribiendo sobre el camarero, seguro ». Soler señala: «De joven me tentó, más por mitología que por pragmatismo. Habría estado pendiente del público, de las entradas y salidas. Los cafés han sido más bien lugares de recolección de material».

Cafés-librería

Todos señalan, pues, su casa como el espacio habitual de creación, pero resaltan positivamente el fenómeno de los cafés-librería . Vilas subraya que es una renovación que le encanta : «Me gusta mucho comprarme un libro y empezar a leerlo en la misma librería delante de un café con leche, con un cruasán de mantequilla y un zumo de naranja. Y la vida entonces se ilumina un poco».

Lorenzo Silva

Posadas aprovecha para homenajear a los libreros : «No solo por el momento tan complicado de ahora sino por la labor que hacen organizando charlas, clubes de lectura, fuera de su horario laboral con gran esfuerzo y entusiasmo». Por su parte, Lorenzo Silva apunta: «Espero que vaya a más. Es una forma de simbiosis entre dos especies en peligro que puede ayudar a la mutua supervivencia. Y genera espacios preciosos. Pienso en la cafetería de la librería Más Puro Verso de Montevideo, una de las más bellas que he visto jamás». Y Marta Sanz comenta: «Me parece una reinvención de un negocio, el de las librerías, que activa imaginativamente el espíritu de esas tertulias literarias de antaño. Por una parte, me da un poco de pena que una librería no pueda ser tan solo una librería , pero por otro lo entiendo y soy una asidua visitante de muchas de estas librerías que llegan a convertirse en epicentros culturales de los barrios en que se instalan… Mi única inquietud es que la parte hostelera y etílica pueda fagocitar la profesionalidad librera, pero por mi experiencia puedo decir que casi nunca se produce ese acto de canibalismo, sino al revés: hay conversos y conversas que llegan al interés por la literatura desde la charla compartida en el café».

Tertulias «on line»

¿Auspiciará el momento que atravesamos las tertulias on line ? Carmen Posadas recuerda su experiencia al respecto: «El otro día hice una y resultó muy bien, no soy muy tecnológica pero el Zoom parece un buen invento». Lorenzo Silva señala: «Los seres humanos, si quieren, pueden conversar casi en cualquier circunstancia . Hasta han inventado un artefacto que permite hacerlo con los difuntos y los aún no nacidos», y para Antonio Soler «pueden ser un sucedáneo, un descafeinado. Pero mejor eso que la soledad». Manuel Vilas las ve como un mal menor:«No queda otro remedio. Pero una tertulia on line no tiene sentido. Todavía no somos conscientes de que todo lo que se hace on line es una humillación , es una degradación de la vida. La vida ha sido degradada. Todo esto que ha puesto de moda la pandemia de encuentros on line tiene la marca indeleble de la humillación de la vida. Todas las mañanas, cuando me despierto, le doy gracias a Dios por ser todavía sensible a la humillación de la vida. La gente vive humillada y se cree que la vida es así, o tiene que ser así».

Julia Navarro

Marta Sanz abunda en ello: «Ahora casi todo me parece posible on line : las clases, los clubes de lectura, las presentaciones y el vermú con los amigos… Quién lo iba a decir. Me he hecho una teckie -creo que se dice así en la jerga telemática- y, sin embargo, perdón por la tristeza, pero no es lo mismo…».

Necesitamos a los otros

Sea como sea, está claro que, como reflexiona Julia Navarro, «el confinamiento nos ha llevado a buscar la manera de relacionarnos con los demás. Necesitamos a los “otros”... escuchar, hablar...», y que, concluye Lorenzo Silva, tras el confinamiento, «necesitaremos espacios donde sentir que el mundo sigue teniendo olor , volumen, textura». Y donde aprender, como, nos revela Marta Sanz, le ocurrió a su abuelo: «Mi abuelo Ramón era un mecánico que llegó a forjarse como hombre culto por ser un asiduo de las tertulias literarias, políticas y, sobre todo, teatrales y musicales: su amor por la zarzuela, su afán por hablar de lo que le fascinaba y de conocer a los artistas, despertaron un apetito cultural que nunca llegó a saciar del todo. Murió con 93 años y todavía participaba en una tertulia musical en el centro gallego, aunque él era madrileño de la calle de la Cabeza, y visitaba en su casa todos los jueves por la mañana al maestro Sorozábal».

Antonio Soler

Umbral calificó a los cafés literarios como una «nave épica, política y lírica» . Y la nave va.

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