ARTE

Rosell Meseguer deja ver «Lo invisible» en Tabacalera

El nuevo proyecto de Rosell Meseguer aprovecha a la perfección el encontrarse en un espacio tan singular como es Tabacalera para presentar una reflexión sobre aquellas cosas que, pese a estar en la esfera de la visibilidad, se nos escapan

Los espejos en el suelo son uno de los puntos de atracción de esta muestra de Rosell Mesaguer

Víctor Zarza

No deja de resultar curioso que este nuevo proyecto de Rosell Meseguer (Orihuela, 1976) lo encontremos en un lugar como Tabacalera . Una feliz coincidencia, ya que trata sobre lo invisible (y no sobre la invisibilidad , en general, pues esta es categoría o propiedad, mientras que aquello entiendo que quiere aludir a una franja, a un resto, a una operación incluso) dentro de un edificio en el que apenas quedan vestigios significativos de su antigua función. Un caserón de carácter industrial, cuyo interior es oscuro y algo siniestro, con huellas materiales de una pasada actividad que poco o nada dicen de la misma ; indicios, cicatrices que, por indescifrables, se convierten en signos genéricos del abandono, en rasgos comunes –y, en ocasiones, irónicos, como también Meseguer ha sabido mostrarnos en otras propuestas anteriores- de esa desolación arquitectónica que, sin llegar a ser ruina, bien merecería entrar a formar parte del repertorio simbólico de las «vanitas» -si es que aún anduviéramos contemplando esa clase de preocupaciones existenciales y tales retóricas, en esta época en la que la única obsolescencia que nos inquieta es la de los aparatos tecnológicos .

Meseguer sabe presentar cada elemento para que, contaminados unos de otros, transmitan ambigüedad

Es la propia artista quien, consciente de cuanto el edificio le brinda para la especulación sobre las apariencias –que es, en definitiva, en torno a lo que lleva trabajando estos últimos años-, se ocupa de que veamos aquello hacia lo que normalmente nunca miraríamos, el techo, revelándonos la arquitectura invisible del edificio mediante la oportuna colocación en el suelo de una serie de espejos. Una visión inestable y alterada , debido tanto a los diferentes ángulos de su ubicación como al movimiento que realiza cada espectador al desplazarse por la sala, cuya mecánica nos predispone a penetrar con el ánimo adecuado en la problemática que hallaremos desarrollada en el resto de la exposición.

Transparente o invisible

En la misma medida en la que hoy abunda la información y contamos con innumerables datos e imágenes de los más diversos fenómenos, cuando el mundo parece habérsenos hecho más visible o transparente que nunca antes (¿acaso lo transparente no se aproxima a lo invisible?... la euforia del lenguaje nos traiciona), crece la desconfianza hacia lo que los medios ofrecen como verdadero y, en consecuencia, acaba poniéndose de manifiesto nuestra incapacidad para su correcta interpretación. Ya en los años setenta (todavía bajo los efectos hipnóticos tanto del pop como del hiperrealismo) Larry Sultan y Mike Mandel pusieron el dedo en la llaga de tal cuestión con su proyecto « Evidence », demostrando que una muestra detallada y copiosa no es garantía de entendimiento y que la imagen es, por ello mismo, un signo endeble, fácil de manipular . Planteamientos que igualmente encontramos, en la actualidad, en la obra de Alfredo Jaar o Walid Raad (Atlas Group), por citar dos ejemplos notables en este sentido. Es un tópico afirmar que una imagen vale más que mil palabras, pero nadie ha señalado a qué clase de contenidos (palabras) aventajaría o sustituiría, en términos comunicativos.

En arte, un ejercicio documental como el propuesto por Meseguer casi nunca va dirigido a procurarnos una versión fidedigna de acontecimiento alguno; no, al menos, con las pretensiones que animan a los documentalistas al uso –tampoco su proceder se conduce con una metodología semejante a la empleada por estos. Aquí el rigor es, si cabe, intuitivo, diferido y, cómo no, regido por un intenso sentido de lo icónico: lo icónico (incluso la imagen/texto) como dato o lugar donde encontrar un rastro que acabe convirtiéndose en resquicio por el cual entrever algo de una verdad que será revelada , si acaso, por la sugestión, antes que por la certeza o la deducción lógica y que quedará pendiente, en gran parte, de la subjetividad de cada espectador.

Un arma de doble filo

El artista suele entretenerse en los detalles, en los matices, buscando pruebas en lo inaudito y, a veces, marginal. La trama de “marginalidades” que promueve esta clase de acumulaciones quiere poner de manifiesto la dimensión de un hecho, su extensión; por eso este proceder excéntrico se mantiene en la horizontalidad, desplegando un territorio (ramificado, esparcido) donde quepa la reflexión, antes que un panel pedagógico o demostrativo. La artista ofrece pruebas, las pone ante nuestros ojos, pero sólo para que advirtamos su fragilidad, la dosis de incertidumbre que comportan. En este aspecto, Meseguer sabe muy bien cómo presentar cada elemento, o serie de ellos, para que, contaminados unos de otros, transmitan –también a través de la formalización- esa ambigüedad : lo sutil se vuelve, en su caso, un arma de doble filo donde la estética sirve para alumbrar cada imagen, cada pieza, en la misma medida que la cuestiona, la desmonta y, acaso, acabe sometiéndola a otra suerte de ocultación. Un excelente dispositivo, en definitiva, para que empecemos a considerar lo que de invisible hay en la esfera de la visibilidad, lo que la “verdad” esconde –como dice el título de la película de Robert Zemeckis .

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