LIBROS

Richard Cohen & Robert Gotlieb: editar escribiendo

El oficio de editor, sus cuitas y cotilleos, discurre por las memorias de dos grandes: Richard Cohen y Robert Gotlieb

Robert Gotlieb con Lauren Bacall, de quien editó sus memorias
Rodrigo Fresán

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Maxwell Perkins que está en el cielo fue y es y será, por los siglos de los siglos, el gran patrono del editor en idioma inglés. Un hombre humilde y paciente que, en su momento, supo lidiar y domesticar y corregir y pasar en limpio a las volátiles personalidades de titanes como Thomas Wolfe, Ernest Hemingway o Francis Scott Fitzgerald entre otros. Casi nada. Perkins (1884-1947) hasta su último día en la Tierra, cuando era considerado una leyenda, sostuvo que «No puede existir nada tan importante como puede llegar a serlo un libro» y que «Un editor no agrega nada a un libro. Como mucho funciona como una doncella para el escritor . No crea nada y, como mucho, contribuye a que el autor pueda liberar su energía. Lo mejor de un escritor sale de sí mismo». Así a Perkins jamás se le ocurrió escribir un libro sobre su hacer y deshacer. No importa: hay muchos redactados en su memoria. Y aquí (por favor, que alguien traduzca pronto el magnífico y revelador y un tanto desencantado «The Accidental Life: An Editor’s Notes on Writing and Writers» de Terry McDonell) vienen dos más.

Perturbador

El título original y en inglés del libro de Richard Cohen - editor entre otros de John le Carré o de la laureada biografía de Malcolm X- es más gracioso y un tanto más perturbador: «Cómo escribir como Tolstói: Un viaje a las mentes de nuestros más grandes escritores». Pero la decisión de cambiarlo tomada por Blackie Books no es desacertada. Porque es un título engañoso que podría hacer pensar que se trata de un tratado de técnicas y consejos más o menos inútiles cuando, en verdad, es un astuto y nutritivo anecdotario de varios de los autores favoritos de Cohen funcionando, sí, como manual casi subliminal. Una forma de aprender más a partir del ejemplo que del ejercicio.

Gotlieb editó a todos y a todas, y hasta publicó varias biografías, como la dedicada a Dickens

Ya desde la primera página Cohen acierta. Porque elige como ejemplo del hechizo que un hechicero ejerce sobre su hechizados esa escena que jamás se olvidará al leerla por primera vez. Ese momento de «Anna Karenina» en que el terrateniente lírico Konstantin Levin le pide matrimonio a la princesa Katerina Aleksándrovna «Kitty» Sherbatski escribiendo con tiza sobre el tapete verde de una mesa de juego iniciales letras sueltas que, definitivas, ya nunca volverán a separarse. Porque Kitty va a leerlas y a hacerlas suyas con todo su corazón y su cerebro y (como recomendaba leer Vladimir Nabokov) su espina dorsal.

A continuación, Cohen mete mano y ojos en todo y en todos para analizar grandes comienzos, estructuras narrativas, plagios y homenajes, maneras de entablar diálogos o de presentar personajes, finales, amores y muertes y miedos. Y los invitados a la fiesta son muchos e inolvidables: Jane Austen, Stephen King, Francine Prose, T. S. Eliot, Virginia Woolf , Laurence Sterne, Iris Murdoch, Kafka y un largo etcétera. Y lo más divertido e interesante de todo es el modo en que Cohen expresa opiniones en las que impera el sentido común pero no por eso privándose de provocar y sorprender con ideas que van de lo original a lo, en ocasiones, inspiradamente delirante. También, claro, se ofrece un superficial paseo por oficinas y despachos de la vida editorial (las majors o la indie que fundó con su nombre) y sus grandes miserias y sus pequeñas recompensas .

Mito viviente

Y es de eso que, principalmente, se ocupa a fondo la «memoir» de ese mito viviente que es Robert Gotlieb. De seguro, el inspirador para esa inevitable serie de televisión que será el equivalente a la publicitaria «Mad Men» en lo que hace a la edad de oro del «publishing» en Manhattan y alrededores. Gotlieb vino y leyó y venció y estuvo en todas partes. Editó a todos y a todas y hasta publicó varias biografías (mi favorita es la dedicada a la numerosa y fatal prole de Charles Dickens) y varios volúmenes acerca de dos de sus pasiones: el mundo de la danza y el coleccionismo de bolsos de mano de plástico.

Los invitados a la fiesta de Cohen son muchos e inolvidables: Austen, King, Eliot...

Pero su sitial en la historia y en el trono de por vida estaría ya asegurado con dos tan colosales como por siempre agradecibles hazañas de las que da cuenta «Lector voraz»: la organización y forma y bautizo de cientos y cientos de páginas que acabaron siendo el clásico moderno «Catch-22» de Joseph Heller (así como de su posterior y aún mejor «Algo ha pasado») y el convencer a un más que renuente John Cheever de que sería una buena idea la de reunir todos sus descatalogadas colecciones de relatos en un único y contundente volumen de portada color rojo. También, digámoslo, Gotlieb llevó a cabo la hazaña de leerse todo Proust en una semana y sin salir de su habitación. Y así los diferentes platillos se suceden, por lo general, en breves párrafos que se querrían más reposados y de digestión más lenta.

En cualquier caso, cabe pensar que Perkins desde su alturas disfrutaría tanto de lo de Cohen como lo de Gotlieb y hasta es posible que, leyéndolos, se sintiese tentado con un «Ah, si yo contara...».

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