LIBROS
Ricardo Piglia a la sombra de Borges
El niño Piglia no se dio cuenta de que sostenía un libro al revés hasta que se lo advirtió Borges. Tras ese encuentro, no es extraño que hiciera de la literatura su oficio. Con su muerte desaparecen dos escritores: el propio Piglia y Emilio Renzi
El hecho es conocido. Cuando Ricardo Piglia tenía tres años, su abuelo se pasaba muchas horas en su casa de Adrogué leyendo absorto en un rincón de la casa. Un día, el niño Piglia decidió imitar a su abuelo : cogió un libro de la biblioteca, salió a la calle y se sentó en la acera con el libro sobre las rodillas. De repente, una larga sombra se inclinó sobre él y le dijo que tenía el libro del revés. Años después, Piglia se empeñó en conjeturar que aquella larga sombra no podía ser otra que la de Borges, que en aquellos años pasaba los veranos en el hotel Las Delicias, en Adrogué, y que aquel día seguramente acababa de llegar en el ferrocarril de Buenos Aires. «¿A quién, si no a él -se preguntaba Piglia en sus diarios-, se le puede ocurrir hacerle esa maliciosa advertencia a un chico de tres años que no sabe leer?». Para Piglia, aquel encuentro con Borges -fuese o no fuese real- fue una bendición. De algún modo, la larga sombra del autor de «Ficciones» se proyectó siempre sobre su obra.
Feliz premonición
Piglia quiso ser un autor que se pasaba la vida reflexionando sobre lo que leía y escribía. Su único hogar permanente, su única patria, su única familia, fueron los libros. Pero no sé si algunos lectores podríamos decir lo mismo sobre aquel encuentro que Piglia consideró una feliz premonición. Porque muchos de nosotros echamos en falta más vida en los libros de Piglia . O dicho de otro modo, muchos preferiríamos que se hubiera centrado en contar historias y que hubiera dejado de teorizar sobre la literatura.
Ya sé que Piglia no sería Piglia sin sus reflexiones literarias (e históricas y políticas), casi siempre muy lúcidas. Sería otro autor, sin duda, y quizá no sería tan bueno como ahora lo conocemos. En cualquier caso, muchos habríamos preferido que imaginara otra clase de encuentro para aquel día iniciático en que tuvo por primera vez un libro en las manos. ¿Por qué no imaginó que aquella sombra no era la de Borges, sino la del barbero de Adrogué que inspiró a Borges y a Bioy Casares el personaje de las crónicas policiales de Isidro Parodi?
En su diario, las entradas sobre su complicadísima vida amorosa son superlativas
Y es que aquella larga sombra que Borges proyectó sobre el niño Piglia se fue extendiendo durante toda su vida y no sé si puede decirse que fuera una sombra enteramente benéfica. Nadie puede dudar de que Piglia fuese un lector excepcional y un escritor de un talento inmenso. Un escritor, insisto, de primerísima fila. Uno de los grandes. Pero algunos lectores habríamos preferido que se olvidase de las piruetas metaliterarias y de los arabescos posmodernos. En otras palabras, que Piglia hubiese sido más Piglia y menos Renzi (ese es el nombre de su «alter ego» y de uno de sus personajes recurrentes). Es decir, que se hubiera fijado más en Adrogué, con la estación del ferrocarril y el chalet donde un señor medio ciego de Buenos Aires vivía con su madre y su hermana, y menos en la fascinación un tanto enfermiza por la literatura . Piglia fantaseó en algún sitio que el título más adecuado para su autobiografía, si un día llegaba a escribirla, debería ser «Cómo he leído alguno de mis libros». Muy bien, pero otros echamos de menos una autobiografía que se titulase «Cómo he vivido algunos de mis días».
Sin lugar a dudas, la obra más importante de Piglia la forman una novela, «Respiración artificial» (1980), y « Los diarios de Emilio Renzi », los diarios que fue escribiendo desde su adolescencia en 327 cuadernos de letra desbaratada y que se propuso publicar en forma de trilogía. Hasta el momento han aparecido dos volúmenes: «Los años de formación», que abarca desde 1957 a 1967, y «Los años felices», que llegan hasta 1975, justo antes del siniestro golpe militar de 1976. Falta publicar la tercera entrega , anunciada para este 2017 que ha sido también el año de la muerte de Piglia.
Por un pudor invencible , Piglia quiso atribuir sus diarios a su «alter ego» Emilio Renzi, ya que desde muy joven supo que tenía una predisposición a hablar de sí mismo «como si estuviera escindido y fuera dos personas ». Sin duda había algo artificioso en la creación de un personaje ficticio para estos diarios, y uno, como lector, habría preferido que no hubiera intermediario alguno, sino la desnuda inmediatez de los hechos sin retoques ni tramas superpuestas.
La mujer de otro
Pero gracias a este truco narrativo, Piglia pudo ir intercalando en sus diarios toda clase de interpolaciones e incluso invenciones que no tenían nada que ver con lo que había vivido de verdad. Si no es por ellas, es muy posible que Piglia se hubiera negado a publicar sus diarios. Por alguna razón, le parecía que su vida no tenía interés, aunque lo cierto es que la tenía, y mucho .
Pero todo eso ahora ya no importa. «La política, la literatura y los amores envenenados con la mujer de otro han sido lo único verdaderamente persistente en mi vida», escribió el maduro Renzi/Piglia de 2012 cuando reflexionaba sobre sus diarios de juventud. Al leerlo, podemos prescindir de muchas entradas sobre política y literatura, pero las entradas sobre su complicadísima vida amorosa son superlativas. Y lo mismo puede decirse de s us descripciones de Mar del Plata en temporada baja o de sus correrías por Buenos Aires en compañía de un ladrón existencialista que le acabaría inspirando uno de los personajes de «Plata quemada».
Una de las entradas de los diarios, interpolada en 2012, refería que el ficticio Renzi empezaba a presentar los síntomas de la esclerosis múltiple que ha acabado matando a Ricardo Piglia en enero de 2017. Pero hubo un error en la noticia que difundió su muerte. Quien murió ese día fue Renzi, no Piglia.