LIBROS

Ricardo Menéndez Salmón: «Aprendí de mi padre que somos un laboratorio de contradicciones»

En «No entres dócilmente en esa noche quieta» (Seix Barral), el autor asturiano aborda la compleja relación que mantuvo con su progenitor. Un intenso relato de duelo y de descubrimiento

Ricardo Menéndez Salmón Isabel Permuy
Carmen R. Santos

Esta funcionalidad es sólo para registrados

¿Calificaría su libro como novela de autoficción o es directamente un trozo de su autobiografía?

Lo llamaría una «memoir», como hace la tradición anglosajona. Todo lo que se narra en el libro es real. El espacio para la ficción no existe en sus páginas. No me he permitido introducir en ellas ningún elemento que no pertenezca a la vida de mi familia.

¿Es Dylan Thomas, de quien toma el título, uno de sus autores preferidos?

No, pero «Do not go gentle into that good night» es uno de mis poemas favoritos.

¿Qué destacaría de la compleja relación con su padre?

Los silencios, lo no dicho, lo que quedó sin expresar por razones de piedad, de vergüenza o de incomodidad. Todo el libro es, de hecho, un intento por recuperar esas ausencias: las conversaciones que no tuvimos, las palabras que ocultamos, los sentimientos que esquivamos.

¿Y de su personalidad, aun teniendo en cuenta los claroscuros, como se apunta en el libro: «Lo fue todo sin solución de continuidad, como lo es cualquiera de nosotros, que es humano gracias a los matices»

Precisamente su ambigüedad. En nadie como en él he vuelto a encontrar reflejado con tanta intensidad el hecho de que somos una mezcla de grandeza y miseria, de júbilo y derrota, de solidaridad y egoísmo. De mi padre aprendí que somos un laboratorio de contradicciones.

«A pesar del dolor que contiene es un libro de celebración. La vida es una lámpara que se nos cede y que luego cedemos a otros»

«Patólogo de mi antepasado, lo soy también de mí mismo», leemos. ¿Cuánto ha descubierto usted sobre sí mismo y sus «enfermedades»?

Más que descubrir he confirmado lo que ya sospechaba. Que todas mis dolencias, la mayoría de ellas imaginarias, proceden de la larguísima convivencia con las enfermedades padecidas por mi padre. Y también he descubierto que, a la postre, según se iba desarrollando, el libro dejaba de ser un libro acerca de mi padre para convertirse en uno sobre Ricardo Menéndez Salmón.

¿Le ha servido de catarsis la escritura del libro?

Sin duda. El libro entero es un exorcismo. Y un conjuro, como se dice de manera explícita en su primera página.

El narrador señala que ha aprendido la importancia capital de la bondad. ¿Sin ella triunfaría el mal que a usted tanto le preocupa, como vemos en otras de sus novelas, como la anterior «Homo Lubitz», y que aborda también ahora en ciertos momentos de su última obra?

A medida que envejezco, admiro cada vez más la bondad y me interesan cada vez menos algunas de esas grandes palabras con las que nos llenamos la boca: deber, verdad, compromiso. Pero la bondad es un bien extraordinariamente escaso. La bondad que importa es la que se expresa sin público ni interés, sin perseguir nada a cambio. Como si la bondad solo existiera cuando no es percibida, ni siquiera por su autor.

«A medida que se desarrollaba, dejaba de ser una obra acerca de mi padre para convertirse en una sobre Ricardo Menéndez Salmón»

¿«No entres dócilmente...» es también en cierta manera una «meditatio mortis», con reflexiones como cuando señala: «Y pensé que todos deberíamos morir así, con esa dejación, con esa ausencia de remordimiento. Aunque también pensé lo contrario»?

Es cierto. El libro supone un paso decisivo hacia la madurez vital y literaria, una toma de conciencia radical de que con la desaparición de los padres la muerte pasa de ser un asunto en tercera persona, algo que le sucede a los otros, para convertirse en una cuestión en primera persona, algo que te sucede a ti.

¿Y a la vez una celebración de la vida, que siempre sigue? El narrador esparce las cenizas de su padre acompañado de su mujer embarazada, que dará a luz mes y medio después, y en el poema de Dylan Thomas está «la rebeldía de su hijo contra el imperio de la muerte»...

Por descontado. A pesar del dolor que contiene, «No entres dócilmente en esa noche quieta» es un libro de celebración. La vida es una lámpara que se nos cede y que luego cedemos a otros. Y hay que luchar para que esa lámpara brille con fuerza. Hacer lo posible por que ese brillo posea un sentido, una razón, un para qué.

«Espero de corazón que mi madre lo lea, porque no se me ocurre mejor manera de que así conozca de verdad a su hijo»

El narrador nos dice: «Cuando mi madre lea este libro, si es que llega a hacerlo». ¿Lo ha leído? De ser así, ¿cuál ha sido su reacción? Si no lo ha leído ¿quiere usted que lo haga?

Espero de corazón que lo haga, porque no se me ocurre mejor manera de que así conozca de verdad a su hijo. Al fin y al cabo, también con ella las conversaciones importantes se han aplazado siempre o casi siempre.

¿Qué le interesa especialmente al narrador de «El fuego fatuo», de Louis Malle, que es una de sus películas predilectas?

Desde la primera vez que vi el filme me llamó la atención el parecido físico entre Maurice Ronet y mi padre cuando ambos eran jóvenes, y hay una serie de circunstancias en la historia (los temas del suicidio y el alcoholismo, el tono de réquiem, la sensación de qué frágil es la belleza del mundo) que me conmueven profundamente cuando pienso en la vida de mi padre.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación