ENTREVISTA
Ricardo García Cárcel: «La Monarquía es la pieza nuclear en el conjunto del Estado»
El prestigioso historiador recoge en «Catalanes en la Historia de España» (Ariel) la vida de catorce personalidades fundamentales para entender el pasado y el futuro común de España y Cataluña
Ricardo García Cárcel (Requena, Valencia, 1948) es uno de los grandes historiadores que ha dado la disciplina en las últimas décadas. Miembro de la Real Academia de la Historia desde el 2001, galardonado con el premio Nacional de Ensayo en 2011 por su trabajo La herencia del pasado , fue durante muchos años uno de los críticos de referencia en las páginas de ABC Cultural hasta su reciente jubilación. Acaba de publicar, junto con María Ángeles Pérez Samper , Catalanes en la Historia de España (Ariel), donde reúne las biografías de catorce catalanes contadas por catorce historiadores. Un friso de personajes que va de la Edad Media hasta la Transición, que une más que separa y que deja las cosas muy claras para entender el presente y los desafíos independentistas que se avecinan. Como apunta el propio García Cárcel: «Soy un valenciano que, ironía de la vida y del destino, viene a Cataluña en el curso 72-73, dos años después de terminar la carrera en Valencia. Y me jubilé el año pasado en la misma universidad, la Autónoma de Barcelona, después de 50 años de ejercicio docente. Por tanto, conozco esta sociedad como la palma de la mano ». Y de ella hablamos.
¿Cómo surge la idea de este libro coral y en un momento tan oportuno?
La idea nace de la organización de un ciclo de conferencias. María Ángeles Pérez Samper y yo convencimos al grupo con el que colaboramos con frecuencia, que dirige Óscar Uceda, que se llama Historiadors de Catalunya y que pretende hacer una historia de Cataluña diferente, no contraria, sino diferente, a la historiografía nacionalista, vieja y romántica, que desde Soldevila, desde el siglo XIX, nos viene hegemonizada en Cataluña y acelerada en los últimos años por la presión independentista.
Cuando utiliza el concepto una historia diferente, ¿a qué se refiere en concreto?
Simplemente una historia alternativa, que no pretende confrontarte personalmente ni frontalmente con nadie, pero que pretende elaborar un relato del pasado de las relaciones Cataluña-España que no es el relato institucional, hegemónico en Cataluña: el relato de España contra Cataluña. La preposición «contra» es una preposición que no compartimos: ni Cataluña contra España, ni España contra Cataluña. Reivindicamos la preposición «en». Ni siquiera el «Cataluña y España», porque la conjunción copulativa «y» parece que nos está hablando de dos entes absolutamente dispares, paralelos y simétricos, y evidentemente, no es así. Por tanto, jugamos con la preposición «en» Cataluña, «en» España, que es, por otra parte, una preposición que la utilizó un maestro para los historiadores de mi generación, un referente, Pierre Villar. Escribió un libro clásico, Cataluña en la España moderna , con el que yo he dormido...
«La ley Celaá es una dejación más del Estado. Ha convertido en derecho la hegemonía del catalán sobre el castellano»
¿Se sienten disidentes en su propio hogar?
Naturalmente. Somos herejes. Es evidente que somos disidentes, y pagamos nuestro precio por nuestra disidencia. Sería ingenuo no reconocerlo.
Dos de las palabras que más salen a colación en el prólogo del libro son victimismo y supremacismo.
Primero, estoy en contra de cualquier victimismo. Y, luego, quiero aclarar dos cosas que además son contradictorias, pero con las que se juega como en un juego de máscaras: cuando me interesa una me la pongo, y cuando me interesa la otra, también me la pongo. Esas máscaras son: una, el victimismo, que es el discurso llorón de la lamentación, del presunto sufrimiento que se tiene por parte del perverso Estado; y luego está la otra vertiente, la otra máscara, que es la del supremacismo. Hay una conciencia de superioridad -«pobres españoles», «pobres castellanos»- que, también hay que apuntar se ha cultivado alimentada por un cierto complejo de inferioridad.
Dice que no le agrada el victimismo, ni de unos ni de otros, pero ¿se ha sentido víctima en algún momento?
Es un problema que tenemos todos cuando hablamos de Cataluña. Hablamos genéricamente de los catalanes, y hay que hacer siempre la precisión de que nos estamos refiriendo a una determinada parte o un determinado porcentaje de esa sociedad catalana. Y, evidentemente, lo de ser catalán, la identidad catalana, no presupone en ningún caso la condición de nacionalista catalán. Tendríamos que hacer un ejercicio de autocrítica severa cuando nos referimos a los independentistas catalanes o a los nacionalistas catalanes. Pero es necesaria esa precisión. Y eso lo tenemos que hacer en favor y en honor de los muchos catalanes que viven hoy en Cataluña y que no comparten, sino todo lo contrario, ese discurso catalán. Se ven curiosamente involucrados en la condición identitaria, con todas las connotaciones que ello supone de «catalanes», y padecen el olvido, cuando no el desprecio, por parte de los españoles no catalanes. Estos catalanes merecen el respeto de reconocerse como tales sin que ello implique en ningún momento ser contrarios a la condición de españoles, sino conjugando esas dos condiciones.
«Ser catalán, la identidad catalana, no presupone en ningún caso la condición de nacionalista catalán»
Nos hemos sentido muy, muy olvidados, y repito, cuando no marginados por parte del propio Estado. Y no reivindico respecto a mí personalmente, pero es evidente que, por parte de eso que llamamos genéricamente el Estado, los poderes concretos del Estado, ha habido un abandono, cuando no una desprotección, sin duda predeterminada por determinadas circunstancias. Por ejemplo, por la propia ley electoral que ha llevado a que, a la hora de gobernar, se haya echado mano curiosamente de los nacionalistas catalanes, a los que luego se les reprocha esto y aquello. Pero se les ha dado cancha: dejando funciones que pertenecían al Estado -lo que equivale a decir al conjunto de la sociedad española- y que se han ido concediendo a los nacionalistas catalanes. Y, naturalmente, ellos han ido aprovechando al máximo todas esas situaciones y ganando pulso a pulso espacios dentro de lo que sería la jurisdicción lógica del Estado.
Llegados a este punto, ¿qué piensa de ley Celaá y la polémica de la lengua vehicular?
La ley Celaá da cancha a una situación que ya existía y ha convertido en derecho lo que lamentablemente era un hecho: la absoluta y total hegemonía del catalán sobre el castellano y el no respeto a una realidad que está ahí: la realidad bilingüe de la sociedad catalana. Eso es una dejación más del Estado. Podríamos perfectamente enumerar en una escalera de descenso las concesiones por parte del Gobierno socialista, y también el Gobierno conservador. Podemos enumerar...
«Hay que adoptar las decisiones políticas necesarias para no encontrarse preso de cualquier chantaje o presión inmoral»
Enumere, por favor.
El punto de partida se sitúa en Jordi Pujol y el pujolismo, cuya estrategia pasa primero por hacerse imprescindible para el Gobierno de España, y, a partir de la adquisición de unas cotas de poder en el marco global de España, Pujol va ganando terreno. La primera concesión que consigue, trascendente, es que la imputación de sus presuntos delitos económicos quede impune gracias a que el Gobierno, en ese momento socialista, considera que no hay que meterse con él.
Es historiador y preguntarle por el futuro no procede, pero ¿se puede ceder todavía más, ir todavía más allá?
Por poder ceder, claro que se puede. Se puede ceder hasta la independencia, partir ya de un presunto referéndum que puede ser consultivo o determinante... Se pueden hacer muchas cosas. Los historiadores somos muy malos profetas. La experiencia que hemos tenido es negativa en el terreno de que se han explotado desde el nacionalismo catalán las profundas debilidades del Estado. Y el hecho de que ningún partido político, ni conservador ni socialista, haya sido capaz de elaborar una ley electoral que implique la autonomía de los ganadores de unas elecciones para formar un Gobierno que no tenga que depender del nacionalismo -sea catalán o vasco o de donde sea-, es triste. Las consecuencias las estamos pagando.
¿Qué o quién puede evitar este progresivo deterioro?
En primer lugar, Europa. Naturalmente, apelamos a Europa en tanto que pensamos que desde los poderes políticos europeos tienen que ser conscientes de que todo lo que suponga deshacer, romper, los Estados que forman parte de la comunidad europea puede generar problemas, no digo tan graves como los problemas balcánicos, pero problemas muy graves. Repito, confiamos en Europa y, en definitiva, en la fuerza de la razón, no en la razón de la fuerza, la razón del Estado. Existe una razón del Estado, y tenemos que apelar a esa razón.
«He dado siempre, y la gente a veces se sorprende, mis clases en castellano. Nunca he tenido problemas»
¿En la historia de las relaciones entre España y Cataluña hay algún momento, por su gravedad, que se pueda comparar con el actual?
Sí, los años 30. El momento clave aquí en Cataluña con respecto al conjunto de España fue el año 31, las elecciones republicanas que provocaron la primera salida al balcón proclamando la república catalana en el marco de un Estado federal envuelta con legitimaciones varias. Hay muchos elementos de comparación con el momento presente, pero hay otras variantes en el marco político. En este sentido, la monarquía adquiere una relevancia fundamental, más que nunca, porque es significativo el hecho de que el independentismo de los años 30 empieza a partir del momento en que cae la monarquía. La monarquía es la pieza nuclear y clave en el concepto de Estado, sea el Gobierno de derechas o de izquierdas. Estamos asistiendo a acosos que hacen pensar que determinados políticos o determinados partidos tienen claro que si salta esa pieza nuclear, a partir de eso todo es posible.
A quienes se refiere... ¿obran con irresponsabilidad supina o tienen muy claro lo que hacen y por qué lo hacen?
En la Historia hay un componente de azar y uno de premeditación. No digo que todo sea premeditado, ni mucho menos. En estos momentos, tampoco hace falta ser extremadamente listo para constatar eso que le acabo de decir, que atacar la monarquía es, de alguna manera, configurar un futuro que a ellos les puede venir muy bien.
«El nacionalismo catalán ha explotado las profundas debilidades del Estado»
Antes apelaba a Europa y a ese sentido común que cada día parece el menos común de los sentidos...
Hace falta mucho sentido común. Y, luego, en los temas de Cataluña y España, la fibra emocional está muy presente. De lo que rehúyo completamente es del español anti-catalán, igual que del catalán anti-español. Me niego terminantemente a jugar con un «anti». Se trata simplemente de explorar las posibilidades del sentido común, y adoptar las decisiones políticas que haya que adoptar para no encontrarse preso de cualquier chantaje o presión absolutamente inmoral.
Se jubiló el año pasado, después de cincuenta años dando clases en la Universidad Autónoma de Barcelona. ¿Cómo ha vivido los últimos tiempos?
Respecto al tema de la lengua, he dado siempre, y la gente a veces se sorprende, mis clases en castellano. Nunca he tenido problemas. He practicado el bilingüismo: he dado las clases en castellano y, cuando me preguntaban en catalán, contestaba en catalán, porque creo que el bilingüismo es una riqueza maravillosa. Estoy en contra completamente de un monolingüismo impuesto. Estoy en contra ahora de un monolingüismo catalán, porque he defendido toda mi vida el bilingüismo. A mí me ha gustado mucho la enseñanza. Siempre me he encontrado a gusto con mis alumnos. He de decirle que, en los últimos años, por diversos motivos, y sin duda tiene que ver con mi propio envejecimiento, he ido notando que no me encontraba tan a gusto. Dicho de otra manera, que llegada la jubilación, no tengo nostalgia.
Dejemos la lengua a un lado y hablemos simplemente de la enseñanza.
Me da la impresión de que, más allá del problema de la lengua, hay un problema gravísimo, que es el problema de la educación, los niveles de deterioro en la educación a nivel universitario, de enseñanza secundaria y primaria. Es un deterioro salvaje motivado por infinidad de causas. Y, además, no son imputables a un partido político determinado. Que todavía uno tenga que oír a estas alturas, como escuché el otro día a una autoridad del Gobierno actual, que tenemos los jóvenes mejor preparados de toda la Historia... Eso es una barbaridad absoluta y total.
¿Es la generación mejor preparada en la ignorancia?
Viven en la inopia. Es alucinante. Me hago cruces. El discurso psicopedagógico que ha primado como único valor en la adolescencia, la felicidad, lo estamos pagando y lo pagaremos a un precio altísimo.