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«República mortal»: Cómo Roma se entregó a la autocracia

El historiador E. J. Watts aborda de manera novedosa las razones de la caída de Roma en la tiranía. Un análisis de tiempos remotos que encierra numerosas enseñanzas para nuestros días

E. J. Watts es profesor de Historia en la Universidad de California

CÉSAR ANTONIO MOLINA

Este ensayo comienza en el año 280 a. C. y finaliza ya a comienzos de la era cristiana cuando Augusto fue nombrado emperador. Entonces se instauró el dominio político de un individuo sobre el poder parlamentario. Los romanos, cansados de disputas, entregaron su libertad a cambio de ver desaparecer el miedo. Roma fue una de las repúblicas más longevas, pero se fue consumiendo por las guerras exteriores y, sobre todo, por las civiles. También por los odios entre las instituciones y los intereses de clase. Sea como fuere la República se derrumbó y de esto se habla en este magnífico trabajo donde se explican las razones, así como la biografía de los causantes. Ninguna República es eterna si no lo quieren sus ciudadanos. Y los ciudadanos de Roma querían orden, trabajo, libertad, leyes y paz. Pero las permanentes obstrucciones la inmovilizaban. Augusto, uno de los más grandes políticos de Roma, no accedió democráticamente al poder. Lo hizo después de encarnizadas guerras tras la muerte de César. Pero él se consideraba elegido por el pueblo. Las masas le exigieron el título de dictador cuando ya tenía todos los poderes. Augusto trajo la libertad y la paz. Y con su propio peculio había desterrado el hambre de la ciudad. Octavio dio seguridad, defendió la propiedad privada, mejoró la economía, calmó a las clases más bajas, persiguió a la élite senatorial corrupta y culpable de la guerra civil. Lo que sucede es que el largo período imperial y quienes lo representaron luego fueron, por lo general, peores que los peores republicanos.

Lo que sucede es que el largo período imperial y quienes lo representaron luego fueron, por lo general, peores que los peores republicanos

En el 218 a. C. Aníbal invadió Italia. Trajo muchos sacrificios, pero cuando en el 202 a. C. fue vencido, Roma pasó a ser la gran potencia. En el 280 a. C. hubo lo que se llamó «El conflicto de los Órdenes». Los patricios, la aristocracia, chocaron con los plebeyos. Después llegaron a un acuerdo de convivencia. En la República no había Constitución, sino un acuerdo verbal entre las dos clases. Las asambleas ciudadanas lo ratificaban o rechazaban. Para controlar los cargos se desempeñaban por parejas y los mandatos eran limitados. El cónsul era el máximo cargo. Dos durante un año. Tenían imperium (dirigir los ejércitos), consultaban a los dioses, presidían tres de las cuatro asambleas anuales, convocaban elecciones para elegir a los magistrados y podían vetarse mutuamente. Nobles con categoría inferior: pretor (asuntos judiciales), ediles (mercados y carreteras) y cuestores (cuentas del Estado).

Cuatro asambleas

Además estaban los tribunos de la plebe elegidos por el Concilium plebis. Las leyes que aprobaban concernían a todos. Eran inviolables. Primero fueron dos y luego diez. También podían vetarse. Gran parte de ellos fueron asesinados. Del Senado emanaban la mayor parte de las leyes. Era un órgano asesor. Controlaban la política exterior y la economía, aunque opinaban de todo. El Senado era un órgano representativo y los tribunos querían imponer la democracia directa basada en votaciones de las masas. La tensión y violencias mutuas fueron creciendo. De ahí que aparecieran personajes dictatoriales como Sila: hombre fuerte y sin escrúpulos. En la República no había partidos. Había cuatro asambleas. La Comitia curiata (ceremonias, adopciones y testamentos), la Comitia centuriata (ricos que podían ayudar económicamente a la República. Elegían a cónsules y pretores. Declaraban la guerra), la Asamblea Popular (los cónsules y pretores la convocaban y estaba abierta a todo el mundo), y el Concilium Plebis (solo para plebeyos. Podían elegir ediles, cuestores y tribunos. Votaban leyes vinculantes).

Sila para poner orden fue contra estos últimos. Pompeyo les devolvió el poder. Otro de los asuntos clave en la destrucción de la República fue el permanente conflicto sobre el reparto de tierras. También cundió la xenofobia. Los capitalinos bramaban contra los extranjeros que la inundaban. Otro asunto mortal fueron los costes de las guerras a pesar de los grandes botines que traían la corrupción. Despoblación, hambrunas, desigualdades... La mezcla entre lo público y lo privado acarreó muchos males. Antes del 130 a. C. los romanos votaban en voz alta y no había manera de cotejar el recuento. Un tribuno, Gabinio, presionó para que se utilizaran las tablillas con el nombre y se depositara en un cesto. Luego otro tribuno impuso el secreto. El Senado enfureció.

«Más que humano»

En este libro encontraremos muchas similitudes entre aquellos tiempos y los nuestros. La lista de actores es larga: Pirro, Apio Claudio, Escipiones, Metelo, Aníbal, Cayo Flaminio, Fabio Máximo, Varrón, Galba, Catón el joven, Manlio, Flaco, Craso (Lawrence Olivier en Espartaco. Triunviro con César y Pompeyo. En el 53 a. C. murió junto a sus treinta mil soldados en una emboscada al noroeste de Mesopotamia, donde ahora están los conflictos entre Turquía y Siria), los Graco, Emilios, Claudios, Yugurta, Sila, Mitrídates, Pompeyo, Lépido, Espartaco, César, Cicerón, Catilina, Antonio… y Octavio que trajo el estado de derecho, la paz, indultó y rehabilitó a los perseguidos, apoyó a las clases desfavorecidas, y elevó al Senado quien lo nombró Augusto: «más que humano». Fue cónsul y tribuno de la plebe, lo que silenció a unos y otros. La República se destruyó a sí misma como hoy muchas democracias pretenden seguir ese ejemplo.

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