LIBROS
«Rendición», distopía sin relieve
Con «Rendición», Ray Loriga ha conseguido el último Premio Alfaguara de Novela. Una historia de desigual factura
Esta vez no se ha situado Ray Loriga (Madrid, 1967) a la vanguardia de la expresión narrativa generacional, puesto que la distopía es una modalidad visitada con frecuencia por la nueva narrativa . La única novedad de Ray Loriga es el vínculo que inicialmente tiene su trama con situaciones que podríamos relacionar con refugiados de una guerra, puesto que la primera mitad de su novela, sin duda la de mejor trazado, ocurre cuando una pareja, los dos protagonistas, que no tienen nombre, y un niño mudo que se les ha adherido, al que deciden llamar Julio, son obligados por las autoridades a dejar su casa , quemarlo todo y dirigirse con unos pocos vecinos en un autobús hacia la que será el destino final, que llena la segunda parte de la novela: una insólita ciudad transparente donde se ha creado una peculiar forma de vida comunitaria. De manera que la estructura de la novela es muy sencilla: abandono obligado del hogar, viaje con aventuras varias , deserciones y trampas de sus compañeros, y, finalmente, vida en la ciudad, hasta un desenlace sorprendente que da sentido al título.
La primera parte de la novela, desde el punto de vista estilístico, es la mejor
Si sostengo que la primera parte es la mejor se debe al punto de vista estilístico, pues Ray Loriga ha adoptado una perspectiva inocente, algo naif , por parte del narrador, quien acostumbrado a obedecer no cuestiona aquello que va sucediendo, antes bien lo acepta con una resignada y sorprendente naturalidad conforme se limita a narrar lo que ocurre, sin apenas reflexiones. Podría decirse que tanto por ese punto de vista, como por la ausencia de psicología (la mujer a la que se llama ella no habla en toda la novela, tampoco el niño Julio) esta primera parte parece behaviorista.
Por desgracia la novela naufraga en la segunda parte, porque mantiene igual estilo, pero introduce al lector en unas situaciones curiosas: no hay paredes opacas, todo es de cristal, nadie tiene intimidad. La ciudad se rige por un orden desde un sindicato que no tiene cabeza, las decisiones son las típicas de las utopías de sociedades totalitarias, colectivistas, con la sola novedad de que quien decide no tiene rostro. La trama se va introduciendo en una serie de menudencias que resultan cada vez más opresivas para el narrador protagonista, hasta que estalla cuando ve que el amante de su mujer se instala con ellos. Comienza entonces su disfunción, con tratamiento de enfermo.
Menudencia repetida
Algunas de las situaciones creadas son más interesantes que otras, sobre todo la crítica a ese orden democrático de decisión conjunta, pero algunas otras situaciones repiten fórmula, a medias entre Orwell y Huxley. Pero sobre todo el problema que tiene la creación de este mundo alternativo es que quiere ser elocuente desde la menudencia repetida, que no deja de ser obvia. La opresión no genera tensión especial y el lector asiste a ella en bloque. Por supuesto asentimos, era esperable que lo hiciéramos, y quizá nos compadezcamos con la suerte de la individualidad cercenada, pero al haber evitado que nadie hable, al no existir como entes con psicología propia ni la mujer ni Julio ni siquiera el amante, todo queda reducido al espacio de la dialéctica entre dos fuerzas: la de la conciencia individual y la de la colectividad. Es demasiado evidente y ocurre que la contundente claridad de la tesis, al no ser nueva, suena a «dèja vu» y queda sin el relieve necesario, que Ray Loriga se limita a la imaginación de una estructura urbana futurista curiosa y brillante, pero vacía de original tensión.