LIBROS
El relato gótico de Andrés Ibáñez
En sus horas bajas, un escritor se refugia en una casa aislada en las montañas del norte de Nueva York. El amor, la violencia, el ansia de éxito se dan cita en esta brillante novela del autor madrileño
«Peregrinos de la lectura perdidos en el árido desierto de las malas novelas: venid a Iris Murdoch » alentó Andrés Ibáñez (Madrid, 1961) convencido del aura literaria que poseen ciertas obras. Un aura difícil de definir, pero no imposible de gozar. Ahora, tras la lectura de Nunca preguntes su nombre a un pájaro , uno se atrevería a escribir: venid a Andrés Ibáñez. Esta novela constituye la quintaesencia de una narrativa que ha tratado diversos géneros y ha encontrado en la sobriedad de un relato perfecto la atmósfera, los personajes y la trama de una historia que son varias y todas se complementan y deslumbran.
Horst, un escritor, a la manera del Charles Arrowby de E l mar, el mar , de la citada Murdoch, atraviesa una profunda crisis de creación, un desbarajuste emocional y un anhelo de reconocimiento personal que le lleva a retirarse a una vieja casona perdida en las montañas del norte del estado de Nueva York. La casona adquiere los caracteres mágicos de quien busca la huella de su antiguo propietario, Winslow Patrick, a quien Horst veneró como la máxima expresión de la creación literaria. Pero la casona tiene vida propia. Una vida oculta, unas presencias enigmáticas, un devenir dramático. Ibáñez ha escrito una novela gótica, un thriller de escalofriantes misterios, una historia de amor teñida de violencia, un alegato contra las víctimas inocentes y un destino implacable para quien olvida, o ignora, o apuesta por el éxito, aún cuando éste exija un precio fatal y atormentado.
Enorme literatura la de Ibáñez. Lleva al límite a sus personajes y lo más grandioso, al lector
Pero es más. Ibáñez refleja la condición del escritor en su ensimismado viaje hacía sí mismo, ajeno a la realidad , o mejor, sumido en ella en un delirio sin vuelta atrás, en un exilio de sí mismo: «No se escribe con la inteligencia -confiesa Horst en un monólogo interior formidable- sino con las entrañas. No se escribe con el ingenio, sino con la fuerza. Fuerza, se dice a sí mismo, fuerza [...] No, yo no tengo fuerza alguna, se dice, pero tengo terror», porque «no somos reyes: somos esclavos que saben que su imaginación, su memoria y sus palabras son su única riqueza». Tras el delirio Horst sueña con un pájaro de cristal en una hornacina. Y pregunta su nombre. El sueño y la vigilia se hacen cómplices de Horst. Y la trama se desencadena. Ibáñez reúne a una serie de personajes caracterizados por el elemento clave en una novela: su lenguaje. Cada uno, y he ahí uno de sus soberanos aciertos, se expresa con una voz propia, Willard, un extraño y solitario pescador del Delaware; Eva, la mujer del hermano de Horst, visitante asidua de la casona y el siniestro, formidable creación, digna del más depurado Lovecraft, Matt Signorelli y Kenny, un indio silencioso y brutal acompañante de Matt. Ibáñez depura cada frase, la pule, la convierte en el perfil y el dibujo de cada uno de ellos. A unos diálogos que parecen surgidos del mejor David Lynch , les suma una acción, cuyo vértigo, se presume, se sospecha; una sensualidad, en las descripciones del paisaje, en la soledad de Horst, en su relación con Eva, por cuanto, impecables.
Directo
Todo cuanto se cuenta es directo, sin alambiques ni barroquismos , en sus silencios y en sus afirmaciones, en sus temores, y dudas. Una sensualidad que va del cuerpo a la naturaleza, a las relaciones y al temor. Miedo. Fuerzas que están al otro lado o que perviven o son convocadas por nosotros. Enorme literatura la de Ibáñez. Lleva al límite a sus personajes y lo más grandioso, al lector. Éste se ve implicado en desvelar qué sucede. Horst, en busca del éxito, ha invocado, tal vez sin querer, a fuerzas incontrolables: la ambición. Tendrá consecuencias, y víctimas.
La sombra del inmortal Fausto planea sobre todo el relato, y la fatal combinación de éxito, audiencia y reconocimiento. Ese es el dilema final. Ibáñez va al fondo, con suma inteligencia, con terrorífica puesta en escena, con exquisita y terrible sensibilidad , con enorme sentido de lo que es el enigma de la escritura y de la creación literaria: uno busca, como recordara el ensayista mexicano Gabriel Zaid, cien mil lectores en un mes o cien mil lectores en cien años. La respuesta no es fácil, pero en el caso de Horst, será fatal. Espléndida novela, la mejor y más completa de su autor.