MÚSICA
Reinterpretar las palabras de Cristo
Yago Mahúgo estrena un desconocido arreglo pianístico de las «Siete Últimas Palabras de Cristo en la Cruz», de Haydn, y publica su último disco dedicado al clave francés

Siete «adagi» para orquesta, correspondientes a las últimas frases que Cristo pronunció en la Cruz según los Evangelios: es el encargo que una cofradía de Cádiz encomendó a Haydn alrededor de 1785 para la liturgia del Viernes Santo. Ese día, en la Santa Cueva de la ciudad gaditana, tenía lugar una singular ceremonia. En un ambiente semioscuro, el obispo subía al púlpito, leía una de las frases, pronunciaba una breve homilía y, a continuación, se postraba ante la Cruz. En este momento estaba previsto que sonase la música de Haydn. Precedido por una introducción, el ciclo de las « Siete Últimas Palabras de Cristo en la Cruz » finaliza con una representación musical del terremoto , cuyo dramatismo rompe la atmósfera de meditación.
El éxito de la obra fue inmediato y animó al compositor a convertir el original para orquesta en un oratorio y, luego, en un cuarteto de cuerda . Artaria, el editor de Haydn, comercializó también una versión para piano con el beneplácito del autor. En años recientes se ha encontrado en el archivo de la catedral de Salamanca un arreglo pianístico de las «Siete Últimas Palabras» realizado posiblemente a comienzos del siglo XIX y que presenta significativas variantes con respecto a la edición de Artaria. Yago Mahúgo (Madrid, 1976) será el encargado de estrenar en época moderna esta copia dentro de la temporada del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM).
–¿Qué características tiene la copia encontrada en Salamanca?
–Entiendo que es una copia hecha a partir de la versión de Artaria. Se le parece mucho, aunque tiene variantes significativas, como cambios en algunas notas o modificaciones en las figuras rítmicas.
–¿A qué se deben estos cambios?
–Es difícil saberlo. Algunos pueden ser descuidos del copista, otros pueden ser el reflejo de costumbres interpretativas autóctonas. El manuscrito, por ejemplo, omite la casi totalidad de indicaciones dinámicas, lo que es típico de los manuscritos españoles de esta época.
–Es una laguna de fácil solución. Basta con cotejar la edición de Artaria.
–Sí, pero quiero ponerme en el papel de alguien que descubre las «Siete Últimas Palabras» a través de este manuscrito, sin estar condicionado por las otras versiones. Los signos dinámicos y de expresión los voy a poner yo. No quiero irme al original para ver lo que ha hecho Haydn. Quiero que sea una interpretación de la copia de Salamanca, no una interpretación más de la partitura ya conocida. Después del concierto me iré al original para ver en qué puntos he coincidido con Haydn y en qué puntos no.
–¿Es problemático interpretar esta obra al piano?
–Son siete movimientos lentos y hay que darles unidad. El piano te obliga a tomar «tempi» algo más rápidos, porque tiene menos resonancia y el sonido se extingue más deprisa.
–¿No se corre el riesgo de perder el halo místico?
–Yo pienso que no. Además, voy a recrear dentro de lo posible el ambiente de la Santa Cueva de Cádiz en el siglo XVIII. He pedido que la sala esté a oscuras, salvo una luz mínima para iluminar la partitura y el teclado. Quiero poner una proyección de algún Cristo crucificado y voy a tener a una narradora que lea los pasajes del Evangelio correspondientes a cada pieza: una pequeña introducción para que el oyente sepa de qué habla cada música.
–¿Qué ventajas conlleva utilizar un piano de la época de Haydn?
–El piano moderno le gana claramente al antiguo en las dinámicas fuertes, pero tiene una gama de «pianissimi» mucho menos rica. El pianoforte realza mejor los aspectos íntimos y recogidos de estas obras.
–Acaba de salir su último disco con piezas para clave de Marchand y Clérambault. Es su tercer registro dedicado al Barroco francés.
–La música barroca la identifico con Versalles, con su grandiosidad y elegancia. Claro que también está el Barroco italiano, pero en mi cabeza la idea de barroco se asocia instintivamente con Francia.
–¿Qué tienen Marchand y Clérambault con respecto a Rameau y Couperin, los grandes del clavecín francés?
–Es una música más sobria. Los movimientos son claramente de danza, no te puedes salir de ahí: tienen un pulso muy estable, por mucho que lo quieras mover. La dificultad está en ser libre y al mismo tiempo ceñirte a la forma musical. Rameau y Couperin son de la época de Luis XV, son más flexibles. En cambio, Marchand y Clérambault son puro Luis XIV: todo está mucho más establecido.