ARTE

Reencontrarse con Martínez Montañés

La obra escultórica de este maestro barroco fue concebida para integrarse en un conjunto, no para brillar sola. Algo que ahora sí sucede en el Museo de Bellas Artes de Sevilla

Detalle del montaje de «Montañés, maestro de maestros», en Sevilla

José María Herrera

Sevilla era antes del descubrimiento de América la ciudad más poblada de la Península. A partir de 1503, como puerto de enlace con el continente americano, se convirtió, además, en una metrópoli cosmopolita. El oro del Nuevo Mundo enriqueció a sus habitantes, atrajo a personas de todo tipo y permitió la construcción de gran parte de su fabuloso patrimonio monumental. A esta «nueva Babilonia» -así la llamó Cervantes- llegó Martínez Montañés en 1582. Contaba 14 años y había iniciado hacía dos su carrera de escultor como aprendiz en el taller granadino de Pablo de Rojas .

La Sevilla de las campanas y las procesiones nocturnas, las candilejas de aceite bajo los Cristos, las iglesias profusamente decoradas, los claustros perfumados de azahar y las plazuelas con cruces de hierro estaba ya allí cuando llegó el escultor, pero tras la expulsión de los moriscos y la búsqueda de una identidad política basada en la uniformidad religiosa, todo aquello cobró un sentido nuevo que es quizá la razón por la que su generación convirtió la ciudad en el escenario de un estilo de vida que aún persiste.

Como Murillo o Guerrero , el maestro de capilla de la catedral sevillana, Juan Montañés, jugó un papel esencial en este proceso de construcción identitaria. Él fue ciertamente el más grande de una legión de escultores que inundaron los templos sevillanos de figuras evangélicas. La rivalidad entre ellos elevó el nivel hasta alturas de excelencia notable.

Arte y devoción

La misma competencia existía entre cofradías, que pugnaban por disponer de las imágenes más bellas para sacarlas en procesión. La fusión de arte y devoción , tan escandalosa a ojos de los protestantes que veían en ella una suerte de idolatría, convirtió las calles sevillanas en un museo y a sus vecinos en expertos en el arte de la talla. Verdad que aún hay quien considera la imaginería una rama inferior de la escultura, pero basta con darse una vuelta ahora por el museo de Bellas Artes y contemplar, por ejemplo, las estatuas orantes de Guzmán el Bueno y esposa (hechas por Montañés por encargo del convento de San Isidoro del Campo), para comprobar al momento lo equivocado de semejante juicio.

Si advertir la pericia con que están hechas estas obras sacras resulta muy fácil, captar en ellas la personalidad del autor es, en cambio, casi imposible. Montañés fue un artista de primera; nadie lo niega. Que el rey Felipe IV le encargara un busto en barro para que Pietro Tacca realizara la estatua ecuestre de la Plaza de Oriente de Madrid así lo demuestra. También resulta relevante el aprecio que por él sentía Velázquez, quien lo inmortalizó en un retrato. Ambos se conocieron en el taller de Pacheco , donde coincidieron con Alonso Cano y literatos de la categoría de Espinel o Cervantes .

Pero si bien podemos saber cómo eran estos leyendo sus obras, la contemplación de la escultura de Montañés sólo revela su maestría. Nada personal traslucen sus tallas salvo el talento . Que tuvo dos esposas y una docena de hijos, que pasó dos años en la cárcel condenado por asesinato hasta que la viuda del difunto lo perdonó (a cambio de 200 ducados), que perteneció a la Congregación de la Granada, defensora de la purísima concepción de la Virgen, o que el Santo Oficio investigó su inexistente relación con los alumbrados (algo que quizá guardara relación con su actividad en San Isidoro, panteón de los duques de Medina Sidonia), no puede saberse contemplando su obra, pues esta fue concebida para integrarse en un conjunto, no para brillar sola.

Por tres razones

¿Qué justifica entonces un viaje ahora a la muestra de Sevilla? Yo señalaría tres cosas. Primero, la reunión de una cantidad significativa de obras de Montañés , habitualmente repartidas por la ciudad y la provincia. En segundo lugar, el extraordinario estado de las piezas exhibidas , finamente reparadas para la ocasión por los conservadores del Museo. Por último, la proximidad física de las mismas. Habida cuenta que suelen encontrarse situadas a mucha altura, formando parte de grandes retablos, o en lugares mal iluminados, tener la oportunidad de verlas de cerca constituirá a buen seguro una experiencia estética nueva y sorprendente para la mayoría de los espectadores.

La maestría con que Montañés utiliza el buril, la expresividad que transmiten los gestos de los personajes, la perfección de sus cuerpos, la pericia de los policromadores (entre ellos, varias figuras de la pintura sevillana), asombrará a aquellos que suelen ver con indiferencia las obras de devoción y les hará descubrir la grandeza de uno de los mayores artistas de nuestra Historia.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación