MÚSICA
Lou Reed frente a la más negra de las leyendas
El periodista Anthony DeCurtis recompone la figura del mítico rockero neoyorquino equilibrando crudeza y humanidad
Como en el «far west» de Liberty Valance y en el Manchester asilvestrado de Factory Records y The Haçienda, lo que hay que imprimir en carteles en tamaño rascacielos y trasladar a resplandecientes neones no son los hechos, sino la leyenda. Ya saben: ese «print the legend» que dejó dicho John Ford y repetiría más tarde, con otras palabras aunque idéntico espíritu, Tony Wilson . También Lewis Allen Reed (1942-2013), con su rostro tallado en granito, sus episodios de transformismo salvaje y, en fin, su brutal fama de «rock and roll animal» a jornada completa , tiene algo de figura legendaria, de mito moldeado por el paso del tiempo y fabricado con el mismo material del que están hechos tanto los sueños como las más bajas pasiones de la música popular.
Es en este terreno, campo minado de tópicos y alumbrado por la socorrida alianza de sexo, drogas y rock and roll, donde mejor se ha desenvuelto el espectro de Lou Reed. Ahí está, a cuestas con su leyenda negra , el yonqui díscolo; el pérfido y cruel maltratador; la estrella huraña y malhumorada que se zampaba un par de periodistas para desayunar; el explorador del abismo que acumuló más vicios que virtudes … Si, como en un juego de unir los puntos, conectásemos todas estas facetas, al final tendríamos un retrato más o menos reconocible del rockero neoyorquino, sí, pero también un retrato incompleto. Una caricatura a ratos grotesca reforzada por lanzamientos como « Notes From the Velvet Underground: The Life of Lou Reed », libro en el que el periodista Howard Sounes presentaba al autor de « Satellite Of Love » como un «auténtico monstruo», y contra la que se rebela Anthony DeCurtis con esta exhaustiva y reveladora biografía.
Luz y taquígrafos
El periodista neoyorquino, amigo del músico y firma habitual de publicaciones como «Rolling Stone», se aproxima a la figura de Reed con luces, taquígrafos y herramientas de lo más variadas para hurgar entre los pliegues de la leyenda, resituar algunos episodios que, como su relación con la transexual Rachel Humphries , habían degenerado con el paso del tiempo y, sobre todo, tratar por igual al rockero maldito que simulaba inyectarse heroína en directo, al admirador irredento de Brian Wilson , y al «envejecido judío neoyorquino que salía de novio a ver un espectáculo con su bohemia y atractiva novia». Ayuda que este « Lou Reed. Una vida » incluya testimonios hasta ahora poco dados a meterse en fregados, como el fotógrafo Mick Rock , responsable de las carátulas de « Transformer » y « Coney Island Baby »; el periodista y compañero de escaramuzas nocturnas Ed McCormack ; o Danny Fields , exmanager de los Ramones y uno de los amigos más fieles de Reed. Entre todos rellenan los huecos de la historia.
Un buen ejemplo es el polémico episodio de la terapia electroconductiva a la que le sometieron sus padres siendo adolescente para tratar de corregir no se sabe muy bien si su coqueteo con la ambigüedad sexual o los delirios propios de un trastorno esquizofrénico. Otro caso aún más revelador es el de la gestación de « Berlin », desolador álbum sobre una pareja en proceso de demolición con el que Reed puso a prueba los límites de su propia crueldad . «¿Quién quiere que su matrimonio hecho trizas sea descrito en un álbum destinado al mundo entero? O, si viene al caso, ¿quién puede llegar a querer ser golpeada como a mí me ocurrió un par de veces, quién puede?», se pregunta en el libro Bettye Kronstad , primera esposa de Lou Reed y principal damnificada de tan dolorosa grabación.
A su lado, otras voces como las de Laurie Anderson o David Bowie se van entrelazando en un texto que, más allá de anécdotas incendiarias, sigue el curso de la carrera de Reed a través de sus discos y pasa suavemente de sus inicios como compositor a sueldo en Pickwick Records a la furia vanguardista de The Velvet Underground y de ahí a su prolífica y camaleónica discografía en solitario. Es así como vamos conociendo, página a página, al estudiante problemático pero aplicado; al poeta urbano; al «maldito marica adicto»; al astuto transformista con brillos y purpurina; al rudo cronista de las noches neoyorquinas; a la estrella deslumbrante que orbitó alrededor de Andy Warhol ; al compañero fiel de Laurie Anderson; al budista zen que falleció «haciendo la famosa posición 21 del “tai chi” con tan solo sus manos de músico moviéndose en el aire». Es así como conocemos, después de todo, a Lou Reed más allá de la más negra de las leyendas.