LIBROS

Rafael Sánchez Ferlosio, ensayismo de perforación

Un «clérigo» autodidacta y «retirado» que va a su aire. No hay mejor definición de Sánchez Ferlosio. «Altos estudios eclesiásticos» es el primero de los cuatro tomos que recopilarán sus ensayos, mezcla de «gramática, narración y diversiones»

Rafael Sánchez Ferlosio, autor de Ensayos I. Altos estudios eclesiásticos» Ángel de Antonio

LUIS MEANA

Advierte el hijo más insigne del género, Montaigne , al comienzo de sus «Ensayos»: «Yo mismo, lector, soy el contenido de mi libro». Otro tanto cabe decir de los escritos de Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927): son el reflejo de los intereses teóricos personalísimos, las interrogaciones extremadamente singulares y las peculiares disquisiciones que han constituido el empeño de su vida. Hay que agradecer al editor y a la editorial que, en estos tiempos de la «nube» y del ciberespacio, vuelvan a hacer accesible a los lectores, en una recopilación y reedición en cuatro volúmenes, de los que ya ha aparecido el primero, los muchos artículos del autor que andaban dispersos .

Este tomo, y los hermanos que le seguirán, llevan por título genérico un término que es central en el desarrollo intelectual de Occidente: «Ensayos». La sorpresa está en el subtítulo, donde nos encontramos con una antigua «revolera»: «Altos estudios eclesiásticos». Una analogía o ironía del mismo Ferlosio, según consta en «La forja de un plumífero» (1998), que está muy bien traída aquí porque, como ya teorizaron los grandes autores del Romanticismo, la ironía -que no es la insolencia- es una de las esencias del ensayo por su íntima relación con la reflexión vía negación («La ironía es la forma de la paradoja», escribió Schlegel). Es bien visible que la ironía -más o menos satírica- está presente en muchos ensayos de Ferlosio.

«Altos estudios eclesiásticos» es el «ora et labora» de un «clérigo» autodidacta y «retirado» que va a su aire, al margen de todas las iglesias, confesiones, ideologías o especializaciones. Este ensayista es una especie de estilita de las palabras que teje y desteje encima de su columna de recortes de periódico y de lecturas raras. Es, por lo demás, correcto subtitular este volumen «Altos estudios eclesiásticos» porque está lleno de «teologías»: de la gramática, del lenguaje y del pensamiento.

Respiración mental

A eso que hace Ferlosio lo llamó un día el brillante filósofo y ensayista alemán Odo Marquard «belletrística transcendental». «Belletrística» por tratarse de una larguísima y exquisita orfebrería literaria en la que a veces, como muy bien ha observado Tomás Pollán, al lector se le va el aliento y la respiración mental con tantas enrevesadas hipotaxis, pero ese es el precio que hay que pagar para entrar en el terreno sacro de las preciosidades de reflexión y de expresión. Preciosismo que, por lo demás, es parte esencial del ensayo porque, como ya señaló F. Bacon, este género no sólo se caracteriza por analizar, sino también por estar «pregnantemente formulado». Es lo «rapsódico» del ensayo, que dijo Schlegel.

Pero esa «belletrística» de Ferlosio es, antes que cualquier otra cosa, «transcendental» porque nunca es trivial, ni hace una sola concesión a la frivolidad, ni a las vanidades, ni a las superficialidades. Aquí todo son «transcendencias» . En el caso de este primer volumen, transcendencias de la gramática, de los conceptos, de la lengua, en cuyo fondo aparece siempre la sombra, desgraciadamente casi olvidada, de Bühler.

Es bien visible que la ironía -más o menos satírica- está presente en muchos de sus textos

Escribió Kant: «Pensar es hablar consigo mismo». Eso es la obra de Ferlosio: hablar consigo mismo, pero en castellano. Porque este es, por muchas razones, un ensayismo «español» (y, si no me lo toma a mal el querido autor, a veces hasta «españolazo»). Quiero decir que sus textos suenan como coplas llenas de pasiones gramaticales muy intensas, de estrofas especulativas que recuerdan a las palabras fuertes y los versos desgarrados de las coplas, en las que brilla el más exquisito y hasta poético castellano. Quizá por eso Schlegel llamó a los ensayos «poemas intelectuales».

Pero español y todo, ese ensayismo es sobre todo europeo : está en la gran línea -tan dispar- que va desde estos «estudios eclesiásticos» hasta el lejano ayer del reinventor del género: Montaigne. En ese largo camino, lleno de ríos y de afluentes, hay infinitos autores de importancia. Por referirme a los más afines, está Benjamin. Y está el gran K. Kraus . Y está Simmel: cita mucho Ferlosio a Weber, pero a quien de verdad se parece es al ensayismo fragmentario, heterogéneo, instantáneo y de calle de Simmel. Y por detrás de todos ellos están, por supuesto, las montañas más elevadas y magníficas: Nietzsche (con sus glorias y monstruosidades), los hermanos Schlegel, el gran Lessing, el concisamente sobrio Hume, los «literarios» Rousseau o Voltaire, y otros muchos hasta llegar a Montaigne. Y por delante de todos, Platón , al que G. Lukács llama, con razón, el más grande ensayista de la Historia y padre del género.

Es evidente que el ensayo es la forma propia del pensar moderno: parcial, incompleto, fragmentario, anárquico, incierto, ágil, inseguro, escéptico. El ensayo expresa el desasosiego y la provisionalidad del espíritu moderno. Es la forma «belletrística» de la crítica. Pero el ensayo es, sobre todo, libertad. Es el pensamiento en su máxima liberación: revelar y rebelarse. Es el pensar liberado de la prueba («las pruebas fatigan», dice el clásico) y de todas las ataduras de la sistematicidad. Es el pensamiento liberado incluso del propio pensar.

En ese molde nacen y de ese molde salen los escritos de Ferlosio. Con una impronta altamente particular, que los distingue y diferencia de antecesores y sucesores. Estamos ante «un ensayismo de ganzúa». Pero ganzúa «sub specie philosophia», es decir, entregada a la averiguación del ser de las cosas. A ese ensayismo l o llama él mismo «vacilaciones» . Lo que hacen esas «vacilaciones» es poner ciertos fenómenos, generalmente insignificantes, bajo la ganzúa analítica.

Razón Impura

El análisis parte, con frecuencia, de una situación concreta, por ejemplo en «Personas y animales en una fiesta de bautizo» , o de una intriga teórica, por ejemplo «El verbo transpunte», y, a partir de ahí, se usa la ganzúa del análisis para ir abriendo las puertas blindadas que cierran el paso a los subterráneos, oscuros, del lenguaje y de la Razón.

Es un ensayismo de perforación, más que de erudición (tipo Steiner), una perforación sistemática pero sin sistema, no directa y vertical sino elíptica y diagonal: se parte de lo intranscendente o coloquial para llegar a lo «esencial» , es decir, hasta alguna «esencia» oculta. Gracias a esa virtuosa aplicación de la ganzúa van saliendo a la luz los «monstruos» y mostrencos que habitan en esa oscuridad.

El autor es un estilista de las palabras que teje y desteje encima de su columna de lecturas raras

Estos ensayos o «vacilaciones», siempre inconclusas, son como una pequeña Crítica de la Razón. Pero no de la Razón Pura, que ese es el majestuoso camino de Kant, sino de la Razón Impura, es decir, de las infinitas impurezas de la Razón: crítica de los «fetiches ideológicos», los estereotipos gregarios , los engaños, las supersticiones, los trucos, los timos, las tergiversaciones, los infantilismos, las villanías, los sucedáneos, las seducciones del lenguaje y del pensamiento. Diciéndolo con una frase de Heine: Ferlosio les arranca su hoja de parra a los pensamientos más desnudos.

Razón Cínica

Puede expresarse lo mismo con otro título: son una Crítica de la Razón Cínica (Sloterdijk) , es decir, de los cinismos, las hipocresías y los tartufismos de la gramática, del lenguaje y de los conceptos. En una palabra, de la Razón. En cuyo fondo último aparece siempre el problema que anega todo lo teórico: l a irreparabilidad del sufrimiento humano.

Al final de las páginas iniciales de su «Cultura filosófica», Simmel narra una vieja fábula . La de un campesino que se está muriendo y en ese tránsito confiesa a sus hijos que en sus cuidados campos hay enterrado un tesoro. Los hijos cavan por todo el terreno sin encontrar el tesoro. Sin embargo, con ese esfuerzo, las tierras triplican, en los años siguientes, sus frutos. Remacha Simmel: «Eso simboliza la línea marcada por la Metafísica. El tesoro no lo vamos a encontrar nunca, pero el mundo que hemos cavado en su búsqueda triplicará los frutos de nuestro espíritu… ».

Eso es Ferlosio: la determinación interior de cavar . Eso es Ferlosio: nuestro gran excavador, que lleva años y años excavando los terrenos de los «altos estudios eclesiásticos» y, de esa forma, ha triplicado la riqueza de nuestro espíritu. Y por eso le estamos profundamente agradecidos.

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