LIBROS
«Quemar las naves», cuentos de bruja
Angela Carter, pese a ser mentora del Nobel Ishiguro y admirada por Zadie Smith, todavía es una desconocida
Hay que saber diferenciar los cuentos de hadas (donde se apuntan las dulcificaciones de materiales ancestrales a cargo de Disney & Co.) de los cuentos de brujas (los textos donde imperaban los sabores amargos y ácidos ). Nadie lo supo mejor que Angela Carter (1940-1992) quien, a lo largo y ancho de una vida breve y una obra amplia e influyente , demostró ser, en palabras de Rushdie , «la benévola bruja blanca de la literatura británica».
«Quemar las naves» es una de esas antologías totales . Aquí, sí, está todo lo que también está en las novelas y en sus ensayos: una potencia fantasiosa sin límites, una capacidad casi intimidante para la reformulación de lo ajeno hasta convertirlo en algo único, y una gracia desaforada a la hora de escandalizar con elegancia . Reinvenciones licantrópicas de Caperucita Roja, fantasías japonesas y marionetas vivientes, una Bella feliz y orgásmicamente animalizada por la Bestia, mirada alternativa a «Sueño de una noche de verano» o a la saga criminal de Lizzie Borden , esposa de Barbazul que se niega a ser sacrificada, perfil afilado de Poe, la «Alicia» de Carroll en una Praga alquímica, y hasta ese lugar común del «western» que es la historia de la mujer cautiva por aborígenes en el magistral «Nuestra Señora de la Masacre».
Redescubrimiento
La edición en nuestro idioma de «Quemar las naves» sistematiza por fin la esporádica publicación de Carter en demasiadas editoriales y coincide con una suerte de redescubrimiento de la autora en su lengua. Alguien que, en su mejor momento, fue un tanto opacada por los brillos de ese club solo de chicos conocido como «Dream Team» y (-al igual que J. G. Ballard- des/entendida con ese máximo elogio pero también forma de invisibilidad con el que se puede honrar/estigmatizar a un narrador: el de ser un género en sí mismo . «Ella sabía que era Angela Carter; pero no le hubiese molestado que también muchos otros lo supiesen», diagnosticó con ironía Rushdie.
A Carter deberían volverse adictos los jóvenes que se quedaron sin Harry Potter
Si se me pide una definición diré que Angela Carter es como una Karen Blixen/Isak Dinesen que se cayó en un burbujeante caldero con LSD hasta los bordes con Kate Bush como música de fondo. O una Brontë liviana de hermanas, independiente y trotamundos. En un mundo mejor y más justo, a Carter deberían volverse adictos los millones de jóvenes que se quedaron sin su dosis de Harry Potter o de vampirismo para escolares.
La reciente y apasionante y muy divertida biografía «The Invention of Angela Carter» de Edmond Carter (2016) la presenta como rebelde hija de madre posesiva, fan de Roland Barthes , gran amiga de sus amigos (fue ella quien presentó a su agente a un muy joven e inédito Kazuo Ishiguro ), maestra generosa (Ian McEwan y Jeanette Winterson fueron algunos de sus alumnos; David Mitchell y Zadie Smith y Jeff VanderMeer adoran su memoria), avanzada en lo que hace a la percepción anglófona del realismo mágico latinoamericano , feminista feroz pero nunca pesada y despeinada y centrífuga reina de las fiestas arribando -en las palabras del invitado y poeta Andrew Motion- como «algo que trajo un huracán».
«Quemar las naves» es, sí, una tormenta perfecta. Todos a bordo sin miedo de naufragar en sus páginas porque, de ser así, habrán llegado a la menos desierta de las islas gobernada por una de las mujeres más embrujadoras que jamás haya escrito aquello de Había una vez...
Y otra vez. Y otra. Y otra...