LIBROS
Lo que queda de Arthur Miller
El centenario del nacimiento de Arthur Miller es un buen pretexto para hacer balance de la huella de su obra en los escenarios. También en las librerías, de la mano de su «Teatro reunido»
No puede decirse que Arthur Miller (1915-2005) sea un autor al que el centenario de su nacimiento haya servido para sacar de una hornacina y repintarle los colores. El peso de su obra en el teatro realista es grande y sus piezas se siguen representando en todo el mundo, aunque a veces su obsesión por atiborrar de mensaje los textos desequilibre su hondura poética y eso pueda hacerlos parecer algo avejentados. Aún así, sus vigorosas indagaciones sobre los abismos de la condición humana, los conflictos morales y las tragedias del hombre contemporáneo permanecen como una lección de escritura escénica comprometida con su tiempo y con el gran latido del teatro universal.
Los vientos conmemorativos han hecho que los títulos de Miller, reimpresos con cierta continuidad, reverdezcan en los anaqueles de las librerías. Tusquets ha publicado un volumen con su «Teatro reunido» que agrupa en orden cronológico sus cinco piezas más conocidas: «Todos eran mis hijos», «Muerte de un viajante», «Las brujas de Salem», «Panorama desde el puente» y »Después de la caída» ; un conjunto que habría sido redondo de haber incluido también «El precio» (1968), su última gran obra. Se trata de una edición a palo seco, sin introducción ni estudio valorativo alguno aparte de los breves textos de solapa y contraportada.
Fantasmas ocultos
Puede considerarse que estas obras, escritas entre finales de los años 40 y mediados de los 60 del pasado siglo, son lo que queda de Miller, su legado más firme en el conjunto de su producción dramática. Casi todo lo que estrenó después no encontró el apoyo del público ni el de la crítica y a él se le valoró por lo que había escrito con anterioridad, convirtiéndose en clásico viviente del teatro y prototipo del intelectual de izquierdas estadounidense .
En «Todos eran mis hijos» (1947) presentaba sus credenciales de autor preocupado por la carga de crítica social de su escritura y el espesor moral de los conflictos encarados . Como haría después en otros títulos, escrutaba con intención catártica los fantasmas ocultos en el desván del sueño americano y las zonas oscuras de las relaciones familiares al abordar el cuestionable enriquecimiento del industrial Joe Keller durante la Segunda Guerra Mundial, oscurecido por una culpa ominosa que destrozará a su familia.
«Muerte de un viajante» (1949) es su obra más popular y representada, pues cada época encuentra su reflejo en la peripecia trágica de ese eterno peregrino llamado Willy Loman . Además de su contundencia crítica contra las sombras de la realidad estadounidense, se enfrenta también a la tupida y caníbal red de coartadas personales y colectivas que se agitan en los entramados familiares. Una obra maestra.
Pasados los años 60, casi nada de lo que Miller estrenó encontró el apoyo del público ni el de la crítica
Fuertemente vinculado al momento en que fue escrito, «Las brujas de Salem» (1953) es un texto tan coyuntural como universal concebido como un alegato contra la política del siniestro senador McCarthy al establecer un claro paralelismo entre los sucesos ocurridos en 1692 en el pueblo del título y la persecución de izquierdistas desatada en Estados Unidos con la «guerra fría» como telón de fondo. Como la condición humana es poco cambiante, el fanatismo y la intolerancia enseñan los colmillos por doquier y sigue habiendo gente dispuesta a cazar brujas en cualquier rincón del mundo con el pretexto de beneficiar el bien común aunque sea haciendo común el mal, la pieza mantiene vigentes su contenido de denuncia, su lección moral y su potencia dramática .
En «Panorama desde el puente» (1955), donde supo aliñar con elementos sentimentales las dificultades de los inmigrantes italianos en Estados Unidos, construyó una formidable tragedia moderna que, bajo su estructura de sólido drama social, contiene una historia de delación motivada por la furiosa pasión, culpable y autodestructiva , que el estibador Eddie Carbone siente por una sobrina casi adolescente.
Colmillos de tiburón
Finalmente, «Después de la caída» (1964) marca un interesante cambio de tercio en la línea realista mantenida hasta entonces por el teatro de Miller, pues todo lo que se refleja en el escenario es una proyección de lo que ocurre en la mente de su protagonista. También resulta singular por lo que tiene de exposición descarnada de las tensiones que el autor vivió durante su matrimonio con Marilyn Monroe.
Pero hay más cosas que quedan de Miller, su legado teatral, perceptible en un buen puñado de autores norteamericanos vivos, sobre todo David Mamet (1947), vástago destacado de una estirpe que sigue hurgando entre los añicos de la realidad para construir sus obras. En «Glengarry Glen Ross», por ejemplo, Mamet actualiza el universo de «Muerte de un viajante» para constatar que a aquel Willy Loman sin perspectivas ni esperanzas le han crecido unos tremendos colmillos de tiburón. Y más nombres: Sam Shepard (1943), Wallace Shawn (1943), Marsha Norman (1947), Christopher Durang (1949), David Ives (1950), Richard Nelson (1950), Richard Dresser (1951), Paula Vogel (1951) y Neil LaBute (1963), cada uno con sus referencias personales y sus pulsos con el realismo.