LIBROS

«Prestigio», Rachel Cusk y la literatura del súper-yo

La escritora canadiense Rachel Cusk se mira el ombligo, como buena parte de los escritores, pero lo hace con absoluta maestría

La escritora Rachel Cusk (Toronto, 1967)
Rodrigo Fresán

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En un artículo en «The Guardian», Alan Clark se preguntaba ya desde el titular «¿Por qué los novelistas han dejado de inventar cosas?» . Y, a continuación, muchas líneas para intentar responder paseándose por los ejemplos de aquello que ahora se conoce como Auto-Ficción o Literatura del Yo . Por los mismos días, el suplemento de libros de «The New York Times» reseñaba «Interior»: novela de T. Clerc, cuyo «tema» es el cuidadoso catalogar de todo lo que había dentro de su departamento hasta conseguir, según el autor, «una poética de la propiedad» y, según el crítico, «un magnífico tedio en el lector».

Y en ambos artículos figuraba el nombre de Rachel Cusk quien, con «Prestigio», cierra una trilogía -iniciada con «A contraluz» (2014) y seguida por «Tránsito» (2016)- que no sólo le da sentido al fino arte de mirarse el ombligo para luego ponerlo por escrito sino que, además, consigue una gran obra y la realización de uno de los proyectos más interesantes y admirables de los últimos tiempos. Lo de Cusk no se limita ser Literatura del Yo sino que crece a la del Súper-Yo, no en un sentido psicoanalítico sino de la Marvel o de la DC Comics. Cusk es súperpoderosa, sí. Y aquí reinventa inventivamente mientras buena parte de los autoficcionalistas se conforman con inventariar. Es decir, Cusk hace lo que debería hacer todo escritor. Y lo hace con excelencia.

Médium de fantasmas

Porque Cusk -en la piel y mente de la nómada Faye, cuya vida tiene mucho más de un punto y coma en común con la suya- toma, ya desde la primera página de «A contraluz» y hasta la última palabra de «Prestigio», una decisión decisiva: hacer silencio, casi esfumarse detrás de lo que le informan acerca de sus vidas los otros para que, la propia, aparezca insinuada en las pausas y escuetos comentarios con los que Faye alienta o desalienta el fluir de las historias ajenas como si ella se tratase de una médium de fantasmas muy vivos y vívidos.

Hace lo que debería hacer todo escritor y lo hace con excelencia. Observa y hace observaciones

Porque, a diferencia de Knausgård y de sus demasiados epígonos, Cusk no se limita a la práctica «verité» sino que teoriza de verdad. Cusk no sólo observa. Cusk observa y hace observaciones. Y piensa mucho y muy bien -en especial en lo que hace a las taras del mundillo literario- y está siempre preocupada por la inquietante posibilidad de que la vida sea «una serie de castigos por esos momentos de inconsciencia» pero, también, «cada vez más convencida de las virtudes de la pasividad, de vivir una vida en la que el yo dejará una impronta lo más pequeña posible». Se sigue a Faye como a una contradictoria Gran Conocedora y Mujer Invisible (conociendo desconocidos, subiendo y bajando de aviones...) y coleccionando monólogos como quien clava alfileres en mariposas .

Nabokov despreciaba a aquellos escritores que se sentían personajes y consideraba a las «biographies romancées», como «la peor clase de literatura jamás inventada». Nabokov decía que «la biografía de un escritor debería ser siempre la historia de su estilo». Sabiendo que nadie estaría a la altura de lo suyo, Nabokov revolucionó y llevó a su cumbre la forma de lo autobiográfico con su «Habla, memoria». Con «Prestigio» -y con «A contraluz« y «Tránsito»- Cusk ha escrito su «Escucha, memoria». No es lo mismo, pero es mucho.

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