Balas perdidas
Ego te premio
Galas como la de los Goya no solo apuntan a la vanidad de los artistas, sino a la de los propios espectadores, porque nos quitan o dan razones
¿Han sentido a veces lo mismo que yo? Un grupo determinado de amigos se reúne para cenar con usted en un restaurante que usted ha elegido y usted, precisamente por el hecho de haber sido quien eligiera, se siente inmediatamente responsable de la calidad de la comida, del esmero del servicio y hasta de lo ajustado del precio. Suena absurdo, porque usted lo único que ha hecho ha sido recomendarlo en función de una buena experiencia anterior o de recomendaciones a su vez de otros, pero, de repente, durante toda la comida, se siente como si hubiera cortado las patatas, planchado las camisas de los camareros y puesto los precios a cada plato. Es absurdo y, sin embargo, es inevitable.
COMO UNA FIESTA ANUAL DE GRADUACIÓN. Se entregan los Goya, y hace poco los Globos de Oro, y dentro de nada los Oscar, y se plantea para empezar quien esto escribe si esta manía de concentrar las galas de premios al comienzo del año no es sino una especie de fiesta de graduación del año anterior, por un lado, y una inyección de gasolina en los gremios para decirles: «No os relajéis este año que empieza, que el año que viene habrá más de esto».
Dejando aparte los debates marmota de cada edición de los Goya (las subvenciones, la gala en sí, los discursos convenientes y los convenidos…), les diré que, si hablamos de cine que es de lo que se supone que se debe hablar ante una gala de este tipo, estoy especialmente contento de que Dolor y gloria se haya llevado los premios principales. Si siguen ustedes esta columna ya saben lo mucho que me impactó por lo que escribí de ella en su estreno.
EL PREMIO SON LAS CONSECUENCIAS. Pero es precisamente lo que me ha alegrado que este premio reforzase mi opinión de que es una gran película lo que me ha hecho saltar la alarma ante lo que traducimos cuando vemos este tipo de premios.
Que los premios son un monumento al ego creo que es algo que no es discutible a estas alturas, el premio a cualquier acción son siempre sus consecuencias: las ventas de tu obra, la recepción por parte del público o el reconocimiento de tu gremio ante lo que has sido capaz de hacer.
KILOS DE VISIBILIDAD.Todo lo demás, montar una gala, ponerse pajarita, enchufar una cámara al ganador y permitirle dos minutos de discurso para darle gracias a sus padres, a sus hijos, a su equipo y a sus cosas, no es sino pagarle con ego el resto de dinero que la industria no ha sido capaz de darle. Un poco como aquellos que te ofrecen, en lugar de una nómina, kilos y kilos de visibilidad, como si en el súper te dieran algo a cambio de ser visible. Pero no es sólo el ego de los premiados quien juega en estos acontecimientos. También el del espectador. El mío, por ejemplo.
Mira que trata uno de despegarse de los fanatismos, de las adhesiones inquebrantables y del maniqueísmo ante las cosas. Mira que se pelea uno cada día para convencerse de que las obras que leemos, vemos o escuchamos no son nuestras salvo en cuanto el autor o autores nos han ganado durante el tiempo en que hemos consumido su obra dándonos el placer de disfrutarla.
Y, sin embargo, ante una gala de premios no puede evitar reaccionar de una manera básica, enfadarse si no premian a una película que nos ha gustado mucho (incluso aunque no hayamos visto las otras nominadas ni, por tanto, la que ha ganado en lugar de la «nuestra») y, por el contrario, levantar los puños en señal de victoria cuando recibe premio una actriz o director, o músico al que consideramos uno de los nuestros. Y sentir que estuvimos aquella mañana colocando los focos para iluminar aquella escena, que tecleábamos junto al guionista o que dibujábamos el storyboard que luego inspirara ese definitivo plano que cerraba la película. Es absurdo y, sin embargo, también parece inevitable.
PD: Este artículo se desactivará en el caso de que yo gane un premio y a usted le apetezca celebrarlo conmigo. Perdonen mi ego.