LIBROS

«El poder», heroínas de armas tomar

La británica Naomi Alderman y su reciente «El poder» se enmarcan dentro de lista de escritoras y títulos que han hecho de las distopías post-apocalípticas un arma de protesta global

Escena de «El cuento de la criada», serie basada en la novela de Margaret Atwood, modelo de narradora para Naomi Alderman
Rodrigo Fresán

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Fue mucho antes de la supuestamente inesperada unción de Donald Trump como «Big Uncle» modelo 1984 (y su condena de Hillary Clinton como «nasty woman»), de la marea rosa y crochet de los «pussy hats» feministas sobre Washington D. C., y de la resurrección de «El cuento de la criada» como texto-insignia contra el machismo y serie de televisión . Ya había señales más que evidentes de que algo flotaba en el aire. Signos de los tiempos y ya no androides soñando con ovejas eléctricas, sino con la lana de esas ovejas para tejer sombreritos de protesta. Llamémoslo «Pussy Sci-Fi Power» y ahí -inscribiéndose para dejar su voto y pisar con su bota- varias de las más interesantes e intensas jóvenes escritoras en inglés proponiendo distopías y post-apocalipsis con heroínas de armas tomar. Algunas de ellas, tras la rabiosa estela de las pioneras Ursula K. Le Guin , Alice Sheldon alias James Tiptree, Jr., y Joanna Russ: Clare Vaye Watkins y «Gold Flame Citrus»; Mary Miller y «The Last Days of California»; Edan Lepucki y «California»; Emily St. John Mandel y Station Eleven; Lidia Yuknatovich y «The Book of Joan»; Sandra Newman y «The Country of Ice Cream Star» ; Laura van den Berg y «Find Me», y seguro que olvido a alguna. Y, claro, imposible dejar de lado a las paladinas competitivas y ganadoras para jóvenes, y no tanto, en las sagas de «Los juegos del hambre» y «Divergente» y, antes, las Ellen Ripley, Sarah Connor, Jill Valentine y Kara «Starbuck» Trace en «Alien», «Terminator», «Resident Evil» y «Battlestar Galactica». En casi todos, paisajes devastados pero tan atractivos de recorrer a bordo de unas siempre aerodinámicas «road-novels-movies» superando carencias de combustible y comestibles a fuerza de plomo y láser.

Dando guerra

Y, de acuerdo, no dejemos desamparados a los chicos , que también se pasaron al paseo entre ruinas y dictadores con formas, del calibre de David Foster Wallace , Cormac McCarthy, Rick Moody, David Mitchell, Jim Crace, Dave Eggers, T. C. Boyle y -en nuestra lengua- Pedro Mairal, Andrés Ibáñez , Marcelo Cohen, Edmundo Paz Soldán, Guillermo Saccomanno y Ray Loriga. Pero lo cierto es que en los últimos tiempos las chicas se imponen; y sólo quieren divertirse sin tregua dando guerra.

A esta brigada de apocalípticas ahora para dentro de unos años -y con la bendición de la mismísima Margaret Atwood , quien, con los años, reincidió en el género- se une ahora Naomi Alderman con su muy elogiada y premiada «El poder». Y si bien su currículum ya era digno de atención (novelas de época, bíblicas, con un Jesús como mediocre predicador; de chica judía y lesbiana hija de rabino; de estudiante abducido por sus compañeros, y hasta el diseño de videojuegos con zombis y la escritura de un libro con esa institución británica de la fantaciencia que es el psicotrónico y polimórfico y cambiante Dr. Who como protagonista), lo cierto es que nada parecía anunciar algo como lo que aquí se activa y que fue el producto surgido de la escritura frustrada de otros proyectos.

De pronto, en un futuro cercano, todos los hombres le tienen miedo a las súbitamente «empoderadas» mujeres

La premisa de Naomi Alderman (Londres, 1974) - incluida en esa periódica lista de la revista «Granta» de los «mejores jóvenes» en 2013- es tan sencilla como «graciosa». De pronto, en un futuro cercano, todos los hombres le tienen miedo a las súbitamente «empoderadas» mujeres. ¿Por qué? Porque -cuando alcanzan estas su despertar sexual, cortesía de una súbita mutación genética y global- todas comienzan a lanzar rayos y centellas desde la punta de sus dedos. Y electrocutan a quien se le ponga a tiro : padres déspotas, maridos maltratadores y violadores y proxenetas y, de paso, ese tipo que no te cae muy bien. Sálvese quien pueda.

Buena parte del atractivo de los primeros tramos del libro -que recuerdan un tanto a esas catarsis ultraviolentas y urbanas que supo convertir en su especialidad el nunca del todo bien ponderado J. G. Ballard - es la descripción y el recuento de estallidos/«vendetta» a lo largo y ancho del mundo con las mujeres y sus relampagueantes puños en alza y en alto.

Alderman cuenta su historia a través de cuatro miradas alternativas : Allie (huérfana y abusada que se reinventa como líder espiritual y separatista de nombre Eve), Roxy (la hija de un gángster londinense), Margot (política norteamericana a la que podría decírsele «Hey, me recuerdas mucho a aquella candidata demócrata a la presidencia que se quedó con las ganas de romper el techo de cristal») y, en último pero decisivo lugar, Tunde (periodista nigeriano quien de pronto comprende lo que es ser un chico atractivo en un mundo de hembras feroces ). Tunde -digámoslo y advirtámoslo- puede intuir lo que le espera, pero jamás se pensó como acosado representante del sexo más debilitado que débil.

Dedicado a Margaret

Orquestada como «thriller» adictivo narrado desde un futuro a 5.000 años de distancia (novela dentro de novela enmarcada por una serie de cartas entre autor y lectora de nombre Naomi Alderman en un guiño formal evidente a «El último hombre», de Mary «Frankenstein» Shelley) e intentando clarificar por qué pasó lo que pasó, «El poder» ya ha sido vendida para la televisión. Y está bien que así sea.

Mientras tanto y hasta entonces -mientras se espera en el otoño la publicación de «Sleeping Beauties», de Stephen King junto a su hijo Owen, narrando la distópica historia de mujeres que caen dormidas y se envuelven en una suerte de capullo y finalmente desaparecen, y mejor no despertarlas e interrumpir semejante proceso porque abren los ojos con ganas de tomar revancha- la novela de Alderman se lee primero con sorpresa y luego, lo más interesante de todo, con interés añadido cuando se comprende que el poder no pasa por el género sexual sino por quién lo tiene y para qué lo usa. O no. Y, claro, si se sucumbirá a la repetición de errores y taras más allá del cambio de «polaridad».

Detalle final: la «Margaret» a la que está dedicada «El poder» fue mentora y protectora de Alderman en un programa para narradoras promisorias y su apellido es, sí, Atwood.

Nasty Women Unite.

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