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Con su permiso, me voy a echar una siesta

Miguel Ángel Hernánez pergeña un corto pero intenso ensayo sobre el arte de echarse una cabezadita

El novelista y ensayista Miguel Ángel Hernández

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Escribo esta reseña a la hora de la siesta, robándole unos minutos a esta costumbre sagrada, tan supuestamente española, a la que el escritor Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977) ha dedicado un pequeño ensayo que ni por un momento se te cae de las manos ni te da tregua para dar una cabezada entre página y página. Lo lees de corrido en una tarde sofá y flexo. Miguel Ángel Hernández lleva años pregonando a los cuatro vientos en su perfil de Twitter las virtudes de esta hábito tan afín al talante mediterráneo y de tan mala fama por los siglos de los siglos, dada esa asociación torticera con la vaguería o la pereza. Otra leyenda negra que se suma a nuestra ya de por sí depauperada fama. Nada más alejado de la realidad: la siesta, la bendita siesta, renace en la devota creencia y en la brillantez discursiva (su habitual dominio de gracia e inteligencia en su justa medida) de Miguel Ángel Hernández.

Con orinal y pijama

Lo que empezó como una broma en las redes sociales ha acabado como un opúsculo muy serio por si a alguien le quedaba alguna duda de que todos los días -si Dios quiere y si no, también- hay que dejarse acurrucar por los bostezos de entre horas y llegar hasta el fin y con todas sus consecuencias: con orinal y pijama, como abogaba Camilo José Cela (otros casos famosos que se rescatan en estas páginas: André Gide y Ana María Matute), o dejando que la cabeza se bambolee suavemente envuelta entre los somnolientos efluvios del letargo. Cuenta Hernández de las «siestas ultracortas de Dalí» . Bromas aparte, este ensayo pone los puntos sobre las íes («cada vez que he viajado a otros lugares y me he retirado a dormir la siesta, he tenido que disculpar mi “exótica” costumbre»), se quita complejos de encima y da alguna bofetada para que a los insumisos de la causa ahuyenten todo prejuicio.

Comenta que «nadie te mirará mal en Japón por cerrar los ojos en público. Es la “inemuri”»

Hernández comenta que «nadie te mirará mal en Japón por cerrar los ojos en público, ni siquiera te despertarán... Es la inemuri , una práctica no solo socialmente aceptada sino incluso bien considerada». Y si lo de Japón como argumento no convence demasiado o pilla muy lejano, también alega: «Este es uno de los pilares fundamentales del éxito de deportistas como Usain Bolt. Cristiano Ronaldo o Roger Federer». Y prosigue: «Es el tiempo del mediodía, cuando todo se detiene. La palabra siesta proviene precisamente de ese momento del día: la sexta, una de las doce horas con las que lo romanos dividían la jornada diurna, desde el amanecer hasta el crepúsculo».

Bien pertrechado de toda clase de argumentos viaja Miguel Ángel Hernández a esta anatomía de la siesta. Demuestra que lo suyo no sólo se resume en una querencia alejada por completo de la desgana y la haraganería. Va más allá en un discurso plagado de erudición de la buena , de la que no da sueño ni de día ni de noche.

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