COMUNICADOS DE LA TORTUGA CELESTE
Max Perkins no existe
Una de las ideas que ha suscitado la película «El editor de libros» es que los editores son los verdaderos autores. Esto ya es el colmo de la comicidad
Creo que me va a resultar imposible escribir esta tortuga con mesura. Espero no perder el norte, espero que la cosa no se me vaya de las manos. Quería hablar de esa figura pintoresca, exótica, acaso imaginaria: el editor. Acabo de ver El editor de libros , una película que trata de la relación entre el editor Max Perkins y el escritor Thomas Wolfe , legendario novelista estadounidense autor de El ángel que nos mira y El tiempo y el río , y estoy todavía un poco en estado de shock. Max Perkins fue el «descubridor» de autores como Hemingway y Scott Fitzgerald y también el editor más famoso de la literatura americana. «Editor» en el sentido anglosajón del término, es decir, la persona que se encarga de trabajar con el autor a partir de su texto original para mejorarlo, quitarle los pasajes que sobran, perfilar mejor la historia y corregir los excesos que todos los autores cometen al escribir, pobres imbéciles, borrachos y acomplejados mierdecillas que son.
Llegado a este punto, me digo con angustia, ¿cómo voy a continuar esta columna? Estoy literalmente temblando. De manera que voy a decirlo de una vez por todas: yo no creo en la existencia de los «editores». No creo en la existencia de Max Perkins. Bueno, ya está dicho y ahora me siento un poco más tranquilo. Incluso he suspirado, signo inequívoco de alivio. Y ahora permítanme que me explique mejor: es evidente que Max Perkins existió y estoy seguro, además, de que fue un hombre apasionado de su oficio y dotado de un talento fuera de lo común.
A lo mejor existió y a lo mejor realmente trabajó, y luchó a brazo partido, con Thomas Wolfe durante años. A lo mejor gracias a él se publicó El tiempo y el río y a lo mejor sin él la novela no sería más que un caos ilegible, un torrente de páginas sin forma y sin sentido. A lo mejor es cierto que él redujo las cinco mil páginas escritas por Wolfe a las 700 del libro que hoy podemos leer. Pero esa historia, si es que fuera cierta, sólo demostraría una cosa: no que Max Perkins fue un gran editor, sino que Thomas Wolfe era un escritor de segunda categoría, un diletante.
La verdad es que la idea que subyace a todo esto, a saber, que todos los escritores son imbéciles , tiene unas posibilidades cómicas nada despreciables. Yo lo pienso y ya empieza a darme la risa. Un novelista es en realidad una especie de cretino poseído por una pasión furiosa por la escritura, una suerte de sonámbulo medio chiflado que no sabe lo que hace y que se dedica a pintarrajear páginas y a llenarlas de pasajes cursis y farragosos, de pasajes mediocres, de raros pasajes aceptables y de unos cuantos destellos de verdadero talento, y luego viene un personaje serio, mesurado, sensato, civilizado, culto, y sobre todo profesional, exquisitamente profesional, y convierte esa gran montaña de mierda en una maravilla. Extrae lo que vale, quita lo que no vale, y de ese caos sanguinolento y maloliente extrae una joya cristalina. Una de las ideas que ha suscitado la película El editor de libros es que los editores son los verdaderos autores. Esto ya es el colmo de la comicidad. ¡Hablando de la muerte del autor!
Sí, sería gracioso que los novelistas fueran todos una pandilla de imbéciles que no supieran ni gramática ni ortografía ni sintaxis ni contar historias ni crear personajes ni crear situaciones ni desarrollar tramas ni qué contar y qué no contar ni cuándo empezar y cuándo terminar. Sería para morirse de risa, y podríamos extender la gracia a todo el resto de la sociedad: pintores que no supieran pintar, compositores que no supieran solfeo ni armonía y que ni siquiera tuvieran buen oído, cantantes que no supieran cantar, cocineros que no supieran cocinar, taxistas que no supieran conducir, arquitectos que no supieran matemáticas, médicos que no supieran cómo funciona el cuerpo humano, locutores tartamudos, alpinistas parapléjicos, locos cuerdos, huevos sin yema, nubes hechas de clavos y tornillos, helados con sabor a calcetín, cascadas que cayeran hacia arriba, etc., etc.
Un escritor es alguien que sabe escribir (y que sabe sintaxis, por supuesto) y que sabe contar historias y crear situaciones y crear personajes y que sabe qué decir y qué no decir y qué poner y qué cortar y que sabe decidir a qué páginas tiene que renunciar (aunque le gusten muchísimo) porque no encajan o no tienen cabida, y si no sabe hacer todo esto, y si no ha convertido toda su existencia en la tierra en la tarea de aprender a hacer todo esto y no se dedica a hacerlo una y otra vez y de manera implacable, entonces no es un escritor. Un escritor se dedica a trabajar sobre sus obras durante años hasta dejarlas como él considera que están bien. Si puede contar con buenos lectores que lean el resultado de su trabajo y le hagan observaciones inteligentes antes de la publicación, mucho mejor. Creo que todos los escritores desearíamos contar con ese lector infalible que nos dice aquello que nosotros en realidad ya sospechábamos y que nos ayuda a mejorar nuestro libro. Pero de ahí al mito de Max Perkins hay mucho trecho.
Una editorial aceptó una vez un libro mío, pero me dijo que tenía que hacer ciertos cortes. Juntos, no serían más de tres páginas, pero eran lo mejor del libro. Dije que no, y el libro no se publicó y sigue inédito. Supongo que muchos otros habrían dicho que sí y luego, incluso, hubieran dado las gracias públicamente a su «editor». La vida de un escritor, no lo olviden, no es más que una sucesión de humillaciones.