MÚSICA

El penúltimo quejido

Padre e hijo, guitarra y violoncelo, pureza y vanguardia, Pedro Soler y Gaspar Claus dan con «Al viento» un paso adelante en su proceso de reformulación del flamenco

Gaspar Claus, con el violoncelo con el que acompaña a su padre Pedro Soler

JESÚS LILLO

Cogiendo polvo en una cubeta estaba hasta hace un par de semanas el ejemplar de un disco de El Lebrijano , editado en 1963 y cuya contraportada reproduce una de las primeras señales de alerta lanzadas desde el mundo de los cabales hacia esa descomposición del flamenco, el acabose , que de menos a más iba a marcar el último cuarto del siglo pasado. La firmaba Augusto Butler , de la Cátedra de Flamencología de Jerez de la Frontera, guardián de las esencias de un cante cuyos cánones no estaba Juan Peña –desde chico, antes de liarse el turbante andalusí a la cabeza– por la labor de respetar. Entre las dimensiones industriales de la cultura de masas y la necesidad de llamar la atención , hambre y ganas de comer, «fast food» y cocina de autor, aquello se les fue de las manos. Libertad de cátedra.

Se refiere Augusto Butler, que solía firmar sus primorosos artículos como Máximo Andaluz, a dos de las cuatro piezas incluidas en aquel EP. Al detenerse en «Sábanas de Holanda», etiquetada en el disco como «canción por bulerías» , Butler reconoce el gesto de El Lebrijano de «llamarla honradamente por su nombre, canción, sin pretender pasarla de matute como cante propiamente dicho ».

Intrascendencias

Más leña guarda el crítico gaditano para la rumba flamenca que interpreta el de los Perrate, un manifestación que Butler define como « leve y intrascendente cantiña, poseedora de graciosas cadencias , que la hacen grata a muchos oídos»... No era el caso, por lo que se puede ver y leer en este anómalo y justiciero texto promocional, de Máximo Andaluz.

No resulta tan llamativa, sin embargo, la defensa de una ortodoxia flamenca que ya era una batalla perdida para el círculo de Augusto Butler como el fenómeno, extrapolable a cualquier otro estilo musical sometido a los procesos fabriles del ocio de consumo, que con el tiempo han protagonizado los guardianes de las antiesencias, vigilantes de una heterodoxia tan selectiva, medida y excluyente que paradójica y premeditadamente terminó por heredar los vicios academicistas de antaño, ya fuera en los círculos entreabiertos del flamenco o en cualquier discoteca de chichinabo, garrafón y rayo láser. De eso precisamente –del canon del atipismo – va el negocio de la nueva cultura. Igual que hace tres siglos, pero con poquito de menos talento y vergüenza.

No figura en los manuales de la ruptura del cante –sota, caballo y rey– la hondura de lo que de vez cuando hacen Pedro Soler y Gaspar Claus , padre e hijo, empadronados en esa parte de Cádiz que cae por Francia. Allí graban y editan unos álbumes en los que el violoncelo de Claus asume y reescribe el papel tradicional de la voz .

A estas alturas no hay nada como evitar el trazado de la vanguardia canonizada para revitalizar esa búsqueda de nuevos sonidos

Después de probar suerte con el contrabajo de Renaud García-Fons o el tribalismo vasco de Beñat Achiary y de atreverse a interpretar una farruca india con Ravi Prasad , Pedro Soler parece haber encontrado en su hijo lo que andaba buscando para dar el cante: un quejido inédito, aquí proporcionado por las cuerdas de un violoncelo que Claus castiga con su arco para sacarle de dentro, garganta de madera, un repertorio de angustias y alegrías que no estaba escrito en las antologías de la distorsión flamenca. Tampoco aparecen en esas páginas fotocopiadas y sobadas «El amor a las rocas» de Ginesa Ortega y La Fura del Baus o el «Ni contigo ni sintigui» de Manzanita . Con Triana, Morente, Veneno, Casa Limón y poco más, reproducidos en blucle y «autoreverse», vamos servidos. El canon, que no decaiga.

Soler, que es un guitarrista serio y contenido , poco amigo de meterse en unos berenjenales que prefiere ceder a sus colaboradores para que se explayen, aporta en « Al viento », como en «Barlande», de 2011, la línea recta y clara que Claus difumina y ensucia, trasladando los hallazgos del John Cale de la Velvet al campo de las peteneras, las granaínas o las sevillanas, muy festero. Hace unos años, junto a Bryce Dessner y Sufjan Stevens , altos representantes de ese pop canónico que todavía no sabe si seguir de festivales o meterse definitivamente en un museo, si buscar criada o ponerse a servir, Soler e hijo se arrancaron por mineras y por poco acaban asfixiados por el grisú del sensacionalismo «indie» . Afortunadamente, no han seguido por ahí.

Lo que contiene «Al viento», más allá de un esmerado conjunto de lo que Butler denominaría «cantiñas», es una buena prueba de que a estas alturas no hay nada como evitar el trazado de la vanguardia canonizada por los nuevos cabales para revitalizar esa búsqueda de nuevos sonidos cuya primera amenaza hace tiempo que dejó de ser el clasicismo de cátedra. Mejor salir por peteneras , en el más amplio sentido de la palabra.

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