MÚSICA

Penderecki, el explorador que quería ser libre

Vanguardista hasta que se cansó, el compositor polaco, fallecido hace unos días, representa la búsqueda del sonido y la identidad propias más allá de las modas del momento

Penderecki durante un concierto en la Filarmónica de Lublin (Polonia) REUTERS

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El adiós de Krzysztof Penderecki hace unos días (Debica, 1933 - Cracovia, 2020) es imposible que deje un vacío porque de inmediato lo llenaría su música, entre la más reconocible y grabada de la segunda mitad del siglo XX , e incluso del nuevo milenio. «A un compositor lo debe definir su estilo», respondía a ABC Cultural durante su última entrevista concedida en España con motivo de una visita a La Coruña en enero de 2018. El estilo de este autor polaco no fue sino una forma en constante evolución hasta encontrar un sello propio, una manera personal de expresar su particular universo sonoro. Por eso, el Penderecki del Treno para las víctimas de Hiroshima (1960) poco o nada se parece al de su Sinfonía nº 6 Chinese Poems (2017). Y así debía ser, según su propia filosofía: «No tengo claro hacia dónde va mi música. Algún día terminará, pero yo no lo tengo claro. Sigo mi camino».

Su padre le regaló, siendo él niño, su primer violín. Penderecki se formó como músico en su Polonia natal, estudiando composición de manera privada con Skolyszewski y, posteriormente, con Malawski y Wiechowicz en el conservatorio de Cracovia, del que fue rector en 1972. Su talento empezó a deslumbrar cuando en 1959 ganó los tres primeros premios del Festival de Otoño de Varsovia. «Escribí una pieza con la mano izquierda, otra con la mano derecha, y la tercera se la dicté a un amigo», presumía. El premio era cruzar el Telón de Acero y viajar por Europa.

«Hay gente que opina que abandoné las vanguardias. más bien, yo quería seguir mi propio camino»

Aquel no sería el único viaje de Penderecki, embarcado en la travesía por las vanguardias de los sesenta, explorando -si acaso quedaban- espacios desconocidos. De esa época de marcada producción atonal «no había nada que entender», confesaba. Son los años de Fluorescencje (1961) el Treno o Polymorphia (1961). Estas oscuras atmósferas sonoras , que prescinden de cualquier intención melódica o rítmica y solo albergan un ánimo descriptivo, dieron la vuelta al mundo como banda sonora de dos hitos del cine de terror : El exorcista (1973) y El resplandor (1980. Llamativo fue también su interpretación de los instrumentos de cuerda, a través de técnicas originales con las que lograr sonoridades novedosas.

Curiosamente, cuando el cine se acordó de Penderecki, el polaco ya no estaba estilísticamente ahí, sino que había abandonado la investigación vanguardista para encontrar nuevos horizontes compositivos . «Hay gente que opina que abandoné las vanguardias -se defendía en ABC Cultural- pero más bien resultó que yo quería seguir mi propio camino. Lo que yo quería eran obras de gran formato, como oratorios y óperas. Y las vanguardias no iban en esa dirección. Así que tuve que volver a la tradición».

Religioso y profano

La gran obra que ilustra este salto evolutivo es su página coral más conocida, La Pasión según San Lucas (1964), una monumental cantata de expresividad contenida y ascética . «Conocí a Stravinsky. Me dijo que estaba escuchándola y que le había entusiasmado», confesaba refiriéndose al que fue una de sus influencias primordiales en sus comienzos. «Fue el mayor halago que me pudo hacer nadie». La religiosidad fue una ascendente en la producción coral de Penderecki, como demostró en Utrenia (1971), un salmo basado en la liturgia del rito ortodoxo, o en piezas como su Te Deum (1980-1981), el Réquiem polaco (1980-1984) o el Credo (1997-1998).

«El instrumento más hermoso que existe es la voz humana». Y ello le llevó, a lo largo de su trayectoria compositiva, a conceder un claro protagonismo coral en obras orquestales como sus sinfonías nº 7 Puertas de Jerusalén (1996) o nº8 Canciones de la fugacidad (2004-2005).

Con anne-sophie mutter. El compositor dedicó a la violinista alemana varias obras, entre ellas, su colosal «Concierto para Violín y Orquesta nº2 Metamorphosen»

Si algo demuestra la producción de Penderecki es un profundo conocimiento de los clásicos. Incluso el vanguardista confeso era capaz de travestirse de su admirado Johan Sebastian Bach para componer las Tres piezas en estilo del Barroco (1962-1964) que le encargaron para la adaptación cinematográfica de Manuscrito encontrado en Zaragoza , de Jan Potocki . «Para escribir una ópera romántica italiana me basta con la mano izquierda», presumía sonriente.

A partir de los años setenta y del abandono paulatino de las formas más innovadoras, la crítica optó por etiquetarlo como un neo-romántico contemporáneo . Él, sin embargo, siguió su particular discurso musical, interrumpido para recoger galardones como el Príncipe de Asturias de las Artes en 2001 , el doctorado Honoris Causa de la universidad de Rochester (EE.UU.), o la membresía honoraria de la Royal Academy of Music de Londres (1975).

Hombre sincero

En las últimas tres décadas, su producción sinfónica, más asequible para el gran público, fue encontrando acomodo en las grandes salas de conciertos. Las orquestas le comisionaban obras para su interpretación que él mismo dirigía; las discográficas más diversas han recogido el grueso de sus trabajos. Penderecki afirmaba que no componía para el público sino para él mismo , aunque «me satisface mucho que al público le guste mi música», peches de vieillesse , pecados de vejez.

Su legado no es solo su obra, sino también el centro que lleva su nombre, una casa de campo que compró y restauró en 1974 y que abrió sus puertas en Cracovia en 2013. En él se acoge a jóvenes músicos en formación. Su otra herencia será su arboreto de más de 1.800 especies en las inmediaciones de la que fue su casa. «A veces pienso que quizás sea más importante que mi música». Testimonio de quien solo quería ser recordado como «un hombre sincero» que vivió «una vida interesante».

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