Pedro Almodóvar: «Con la corrección política actual, mucha gente protestaría por mis películas»
El director manchego regresa al cine con «Dolor y gloria», que llegará a las pantallas el 22 de marzo. Una historia que indaga en su pasado y que rinde homenaje a la década que le vio nacer como director, los 80
El equipo de Almodóvar no ha escatimado esfuerzos para poner en órbita su nueva película, «Dolor y gloria». Se juega mucho, porque sus anteriores títulos no han disfrutado del éxito acostumbrado y Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, Ciudad Real, 1949) -antes muy remiso a las entrevistas- se ha abierto. Puede que no haya tenido más remedio, entre otras cosas porque esta última cinta tiene muchos toques autobiográficos y nace de una crisis total. Almodóvar nos recibe en una de las salas de la productora El Deseo . Entre él y yo, una mesa de despacho. No deja que le hagan fotos. Parece que los años y las crisis le dan una amabilidad que antes no transmitía.
Esta película viene después de algunos fracasos y crisis personales. ¿Ha sido fácil reinventarse?
Yo pensaba que no podría volver a rodar. Esa sensación sí era muy fuerte, o no me encontraba capacitado para enfrentarme a ella, porque mi dependencia, y hablo como si fuera una droga, es el cine. Entonces, la perspectiva de no volver a hacer una película, para mí es fatal, sería una tragedia. No se trata de hacer cualquier película. Pero ese miedo sí lo sentía en aquel momento, y lo superé del mejor modo que se podía superar, que era escribiendo.
¿Qué historia quiere contar?
Cuando fui a escribirla, vi que realmente la referencia del protagonista debía ser yo, por las circunstancias de aquel momento. Pensé: ¡qué poco oportuno ahora una película sobre un hombre deprimido, aislado...! Me parecía que era algo que el mercado no estaba pidiendo y que no tenía interés. Me costó un poco continuar, pero una vez superado... Exceptuando una secuencia. La escena en que Julieta Serrano y Antonio Banderas están en la terraza y ella dice que no ha sido buen hijo y le explica por qué.
Julieta Serrano hace de su madre y siempre ha parecido que usted y su madre tuvieron una relación muy buena.
Era la escena que mejor retrataba una sensación que tuve de pequeño: la extrañeza con la que me miraba la gente con la que que vivía, en el pueblo, en los juegos, en la escuela, en el colegio... Estaba a punto de llorar.
Citaba antes al mercado y que su nueva película podría no encajar con los gustos mayoritarios. ¿Siente que ya no tiene la complicidad de hace años?
Más que entender el mercado, es una cuestión de constatar la realidad. A pesar de que se den cifras positivas de asistencia al cine español, los espectadores son cada vez menos. Son cada vez menos los que van a ver películas españolas. Se han cerrado montones de cines, hay zonas de nuestro país, comarcas enteras, en las que no hay ni una pantalla. A mí eso me parece terrorífico, me da la sensación de estar haciendo un trabajo totalmente crepuscular.
¿Cree que ahora hubiera podido grabar sus primeras películas?
Rodar la primera película sí que la hubiera rodado. Ahora, no sé si se habría estrenado y si me habrían dado un céntimo para hacer la siguiente. Lo cual significa que el país, en cuanto a las susceptibilidades generales, está mucho peor que en el año 83.
«Con la corrección política actual, mucha gente protestaría por algunas de las cosas que aparecen en mis películas»
Pero aquellos años 80 son fruto de la Transición y sus consensos. ¿Cómo ve nuestro presente?
Estoy preocupado por la deriva que está tomando el país. Por la incertidumbre.
¿Se atrevería a asumir los mismos retos de entonces?
Yo, atrevido sí, me atrevo, me atrevo con veintitantos años, pero con mis casi setenta no tengo tanta energía. Si estuviera empezando me atrevería, pero no creo que encontrara… No contaría con ninguna ayuda. Sobre todo por parte de la industria, los exhibidores no la pondrían en los cines, y heriría sentimientos. En aquellos momentos, la gente no era tan susceptible como ahora. Dentro de la corrección política en que vivimos, habría mucha gente que protestaría por muchas de las cosas que aparecen en mis películas.
¿Qué echa de menos de aquella España de los 80 a la que usted rinde homenaje en su último trabajo? De hecho, los cuadros que aparecen son de pintores, amigos, de la época.
Sí, totalmente, es un homenaje. Los personajes centrales y el protagonista están formados en la noche madrileña, con todo lo que eso tenía de bueno y de malo. Y son el resultado de esa cultura. Yo en ese momento estaba empezando, hacía Super-8... Como tantos otros: Manolo Quejido, Sigfrido Marín Begué, Pérez Villalta…
«Mi padre, cuando vio que me marchaba, iba a llamar a la Guardia Civil. Luego, me di cuenta de la importancia de la familia»
¿Siente nostalgia? ¿Piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor?
La nostalgia siempre me ha parecido un sentimiento menor, pero reconozco que no sé si lo que hago, al final, es poner en valor un montón de cosas que eran nuestra vida en aquellos momentos, aunque no todas son positivas, algunas son muy dramáticas. Lo que sí sentía era la necesidad de homenajear a los artistas de esa época en la que empecé. Lo que más echo de menos es que era joven, en ese momento, muy joven, y me he ido convirtiendo en un personaje cada vez más melancólico, sin caer en la misantropía. En este sentido, estoy de acuerdo con lo que decía Philip Roth de que la vejez no es una enfermedad, es una masacre, y me da rabia, porque yo tengo un espíritu positivo y optimista, pero llevo mal el paso del tiempo.
Tiene fama de ser duro con los actores. Repite con Antonio Banderas, que hace de usted, su «alter ego». ¿Cómo ha sido ese trabajo entre los dos? ¿Han surgido roces?
Ha sido uno de los rodajes más fáciles, o por lo menos, en los que menos problemas hemos tenido. Es curioso, porque los rodajes son una fábrica de problemas naturales, pero este ha sido bendecido. Para Antonio Banderas es un trabajo actoral como cualquier otro. Yo no quería que gesticulara ni que me imitara. Y lleva tiempo aceptarlo. Cuando digo nada, es nada. Le insistía en que menos gesto, hasta que dejó la cara totalmente vacía, que no es una cosa fácil. Él lo hizo, creo que sin mucha convicción. Pero, afortunadamente, fueron solo peleas entre amigos. Aunque no resultó, en absoluto, agradable. Yo no quería tener esos problemas, pero él me dijo que no le importaba. Y así ha sido.
¿Qué recuerda del muchacho que se vino a Madrid a buscarse la vida, a trabajar en Telefónica?
-Realmente, yo me independicé muy jovencito, tenía 17 o 18 años, y es la única bronca que tuve con mi padre. Mi padre me amenazó con... No quería que viniera a Madrid. Cuando vio que me marchaba iba a llamar a la Guardia Civil. Superada la adolescencia, en esos primeros años, tenía la impresión de que mi vida pasaba por la independencia absoluta, y por ganármela, y por ser autosuficiente, y luego por poder hacer cine. Pero, cuando empezaba a hacer «Pepi, Luci, Bom...» me di cuenta de que necesitaba a la familia, y que la familia te necesita.
Al final, Almódovar es un tradicional, un sentimental.
Bueno, en esos años primeros, la familia todavía me parecía que era el mejor invento de represión del individuo. Pero llega un momento, pronto también, en la veintena, en que me doy cuenta de la importancia de la familia. Tú perteneces a esa familia. Yo pertenezco a La Mancha, soy manchego y lo siento en el corazón.
Sus películas ha triunfado en medio mundo. Se ha convertido en nuestro director más internacional reflejando unos ambientes totalmente españoles, muy locales. ¿Se ha arrepentido de ese localismo, de esa impronta tan suya y tan nuestra?
Hay veces que yo incluso dudaba de que se me fuera a entender... Por ejemplo, en «La flor de mi secreto» reflejaba mucho mi familia, sobre todo por el modo de hablar. Los manchegos, por lo menos entonces, hablaban de un modo muy particular. Es un castellano muy particular. Y cuando ponía en boca de Chus Lampreave lo de «como vacas sin cencerro», yo le preguntaba a mi hermano: «Agustín, ¿tú crees que no me estoy pasando mucho de verdaderamente local? Que esto solo lo van a entender en nuestro pueblo. No es que ya en Nueva York no lo entiendan, es que no se va a entender en ningún lugar». Pero yo lo dejé. Esa frase, en concreto, me la comentaban en Nueva York: recuerdo que eran judíos y me decían que la madre de la película era la típica «jewish mama». Tampoco es raro, porque por La Mancha han pasado árabes y judíos, y todos han dejado parte de su cultura.
«Estoy preocupado por la deriva que está tomando el país. Por la incertidumbre»
¿Y se le pasó por su cabeza renunciar a esas esencias?
Yo no esperaba que me fueran a entender en el extranjero en absoluto, pero tampoco estaba dispuesto a cambiar el tipo de historias, ni la mentalidad, ni la cultura, ni la lengua.
¿Grabaría una serie de televisión, ahora que tanto se llevan?
Si de pronto me decidiera, tendría que ser una serie sobre una gran novela del siglo XIX, que no se puede comprimir en una película. No sé, «Madame Bovary», por ejemplo... Si lo hiciera sería con una gran novela de época. No obstante, por las cosas que estoy manejando, tengo la impresión de que lo próximo será una película y lo de después, también.
Los libros aparecen por todas partes en sus películas.
Afortunadamente, leer es de las cosas que puedes hacer en solitario y yo soy un lector voraz. Me inspira mucho, además del propio placer.