ARTE
El paisajista Van Wittel regresa a casa
Amersfoort, en Holanda, rinde tributo a uno de sus hijos predilectos: Gaspar van Wittel, el extranjero que mejor retrató Italia
Gaspar van Wittel nació en Amersfoort , pequeña población próxima a Utrech, en 1653. Vivió 83 años, gran parte de ellos en Roma, donde llegó apenas cumplida la veintena. No más instalarse allí, ingresó en una sociedad de artistas integrada por compatriotas suyos conocida como schildersbent (la camarilla de los pintores). Aficionados a juergas y francachelas, sus miembros solían rematar sus borracheras en la plaza de San Marcos ante el colosal sarcófago de pórfido de Constanza, primogénita de Constantino el Grande, que ellos, asombrados por su tamaño y por los motivos que lo adornan, pensaban era la tumba de Baco. Trasladado por 40 bueyes a los Museos Vaticanos en 1790, el sarcófago exhibe una inscripción con el nombre del pintor realizada por él una noche de libaciones. «La antorcha de Amersfoort», alias que le pusieron sus camaradas, parece que de joven fue un poco gamberro.
Padre del «vedutismo»
En 1670, sorprendió al público con su primera veduta : la Piazza del Popolo , actualmente en Berlín. Aunque en aquellas fechas existía ya en Roma cierta tradición de pintar la ciudad, era la primera vez que alguien ofrecía una visión artísticamente compleja del paisaje urbano tal y como podían experimentarlo cotidianamente sus habitantes. Las representaciones ciudadanas surgidas en el Barroco constituían variantes de la vanitas , el típico motivo de la época. Las ruinas de los edificios romanos servían como pretexto para reflexionar sobre el hecho de que todo se acaba y hay que estar preparados para la muerte. Van Wittel, acercando el uso de la témpera a la tradicional técnica del óleo, hizo algo que nadie había hecho (una excepción quizá fuera el olvidado Lievin Cruyl): pintar la ciudad del natural. Esto lo convirtió en el padre del vedutismo .
Observador preciso, capaz de traducir con exactitud pasmosa su imagen de la realidad (de él se ha dicho que trabajaba en gran formato con la minuciosidad del miniaturista), alcanzó inmediatamente la fama. Una nube de clientes llegó a Roma atraída por sus fascinantes y topográficamente perfectas visiones de la ciudad . El elemento meditativo característico de las viejas pinturas de ruinas desapareció en sus lienzos. A él no le interesaba la Roma simbólica e ideal de sus predecesores, sino esa ciudad llena de estímulos que le proporcionaba día y noche la felicidad de vivir.
El éxito empujó al pintor a viajar en 1690 por Italia y practicar su arte en otros lugares: Bolonia, Verona, Venecia . Aunque durante mucho tiempo se ha sostenido que gracias a él apareció la escuela de vedutistas venecianos, hoy se discute su influencia. Es una cuestión de fechas, aunque también de estilo, pues la pintura de Van Wittell evitó siempre las deformaciones de la perspectiva características de los venecianos. La coincidencia entre el punto de observación real y el de la imagen que se extiende horizontalmente en la tela es, en sus pinturas, absoluta. Su predilección por los formatos apaisados le permitió rentabilizar al máximo la visión gran angular que es una de sus señas de identidad . Lo que a él le interesaba como artista no era captar la atmósfera de un lugar, sino su materialidad, su realidad física. Una evolución como la que llevó a los vedutistas venecianos a crear paisajes imaginarios y caprichos arquitectónicos no es conciliable con la sensibilidad spinoziana del holandés.
Van Wittel, a quien los italianos llamaron Gaspare o Vanvitelli degli occhiali por las grandes gafas que tuvo que utilizar de mayor a causa de la miopía, contrajo matrimonio en Roma en 1697. Tres años después tuvo a su primer y único hijo, Luigi Vanvitelli , el arquitecto que construyó el palacio real de Caserta para los reyes de Nápoles. Allí, en Nápoles, pintó La gruta de Posillipo. Es una de las pocas obras suyas guardadas en España. Quienes vayan al Museo del Prado no lamentarán echarle un vistazo.