LIBROS
Pablo d'Ors: «No hay literatura de la luz. Nos hemos enamorado del mal»
La literatura de Pablo d’Ors nada a contracorriente de la mayoría al plantear el ejercicio de escuchar y sentir la belleza de este mundo. Se publica una edición ilustrada por Miquel Barceló de su obra maestra, «Biografía del silencio»
Quizá el viaje más largo sea el viaje hacia el interior de uno mismo. En el panorama de las letras españolas hay un verso suelto empeñado en proponer una literatura luminosa que nos ayude a explorar nuestro interior. Su nombre es Pablo d’Ors , nieto de Eugenio d’Ors, escritor, sacerdote, fundador de la asociación Amigos del desierto y autor de una «Biografía del silencio» que ahora se edita con elocuentes ilustraciones de Miquel Barceló. Un nombre de referencia que nos ayuda a descubrir lo esencial de la vida y de la literatura.
En una reciente conferencia que pronunció en Argentina dijo de sí mismo que «la principal de mis virtudes como persona y como escritor ha sido probablemente la admiración». ¿A quién admira y qué es lo que admira Pablo d’Ors?
Admiro sobre todo la humildad y la luminosidad. El silencio y la luz. Admiro la capacidad de concreción y la capacidad de horizonte. Las personas que saben estar en un camino. Un camino es tierra bajo nuestros pies y un horizonte al que mirar. Si falla uno de los dos polos, estamos perdidos. Hemos de tener el polo del horizonte, pero también el polo de lo concreto: el paso siguiente, la tierra. Si no tenemos tierra, nos hundimos. Y si no tenemos horizonte somos lo que de hecho somos en la sociedad occidental: vagabundos que van de aquí para allá sin saber adónde, en lugar de peregrinos, gente con un destino. ¿Qué a quién admiro? Después de Jesucristo, a Carlos de Foucauld. Es quien creo que encarna de una manera más emblemática, hermosa y rotunda lo que yo entiendo por hacer de la propia vida una obra de arte. Una búsqueda permanente de fidelidad a la conciencia.
«Un escritor debe hacer justicia narrativa a la realidad y, por tanto, mostrar bofetadas. Pero también hay caricias»
En algún momento ha escrito que lo difícil para un escritor no es escribir sino tener vida interior. ¿Cómo crece tu vida interior?
Es la dialéctica entre experiencia y expresión. Para expresar algo tienes que tener experiencia. La propia expresión fortalece y hasta a veces suscita la experiencia. El problema de la literatura, sobre todo contemporánea, aunque diría que la universal, es que se ha enamorado de la sombra. Nos hemos enganchado en la oscuridad. Quiero decir que no existe una narrativa -porque poesía y ensayo puede ser que sí- de la luz. Recuerdo cuando la bibliotecaria del Ramón y Cajal, una institución en la que yo trabajé como capellán, me dijo: «Pablo, tú que además de ser sacerdote eres escritor, recomiéndame un centenar, un listado de cien novelas que yo pueda dar a los enfermos, o recomendar a la gente que se está muriendo, para ayudarles en ese trance». ¡Así de ingenua pudo llegar a ser! ¡Pedía cien títulos! Le di un listado de una sola obra: «El Principito», de A. de Saint-Exupery. No hay literatura de la luz. Nos hemos enamorado del mal. Conviene conocer las sombras, claro, pero no quedarse entrampado o enganchado en ellas. Es más difícil ver la luz que ver lo oscuro, ver la luz exige entrenamiento.
¿Cómo entrenarnos para ver la luz?
La literatura exige un trabajo espiritual de purificación de la mirada, del oído y del corazón para poder ver, escuchar y sentir la belleza de este mundo. Y luego cantarla de manera preferentemente no kitsch. Claro que un escritor debe hacer justicia narrativa a la realidad y, por tanto, mostrar que en la realidad hay muchas bofetadas. Pero no todo son bofetadas. También hay caricias. Prácticamente no hay ninguna contraportada de una novela actual en la que no puedas leer una frase semejante a esta: «El autor ofrece una imagen lúcida y despiadada de la realidad». Eso significa que asociamos lo lúcido con lo despiadado. Pero lo lúcido, como empezábamos en esta entrevista, ha de relacionarse con lo humilde y con lo compasivo. Solamente se hace la aventura interior si se cultiva la propia interioridad. Ese es el culto que Dios quiere: que te cuides para poder cuidar a otros.
Cuando habla de luz, ¿habla de esperanza? ¿Es lo mismo el horizonte de la esperanza que el de la utopía?
La esperanza es una virtud y, por tanto, es el resultado de un cultivo. Del cultivo fecundo de la espera. Algo muy distinto del optimismo, y también muy diferente de la utopía. La única esperanza legítima es, en mi opinión, aquella que tiene base en la realidad y que nos pone en movimiento. Una utopía que te deja como estás y que no te moviliza es una quimera. Las quimeras no ayudan, se limitan a transportarte al mundo de lo ilusorio. Es la consolación de la fantasía. No la consolación de la filosofía -como decía Boecio-, sino de la fantasía. Es comprensible: a veces no encuentra uno más solución que escapar. Pero no parece, ciertamente, la solución más humanizadora. Por mi parte, soy un hombre de esperanza. Pero no porque proyecte en el futuro quién sabe qué paraísos, sino porque veo hoy, aquí y ahora, muchos motivos para esperar. Entre otros, que el interés por la meditación en silencio y quietud se vaya extendiendo.
¿Cuál es su relación con las ideologías?
No me considero un intelectual. Decía Steiner que el intelectual es quien lee con un bolígrafo, lápiz en mano. En ese sentido sí, evidentemente. Pero confieso tener cierta prevención frente al mundo de las ideas. Lo que las personas necesitan, necesitamos, no es tanto amueblar la cabeza, que está muy bien, cuanto alimentar el alma. En Occidente hemos identificado demasiado el alma con la mente. Como si el único modo de cultivar el alma fuera leer y meter palabras. Tantas más palabras se meten en la cabeza, tanto más silencio debe hacerse en el corazón, esa es la ley. Por eso, precisamente, hablo tanto de la práctica meditativa, que completa la reflexiva. Junto a la palabra, conviene trabajar el silencio y el cuerpo. Antes yo dedicaba, no sé, cuatro o cinco horas diarias a leer y escribir; hoy, en cambio, dedico sólo una o dos. Pero porque dedico también una al cuerpo, dos o tres a la escucha al prójimo, una o dos al trabajo manual propio de la vida doméstica, al perro... Lo intelectual ha dejado de ser un ídolo para mí. Procuro vivir una vida más armónica, donde realmente haya tiempo para todo. No hay nada tan peligroso como un ideal. Hay que andar con mucho cuidado con todo lo que te saca de la realidad.
«Lo lúcido ha de relacionarse con lo humilde y lo compasivo, no con lo despiadado como sucede en muchas novelas actuales»
Si le parece nos acercamos a la geografía del silencio, de la meditación. En este sentido, en la meditación, ¿qué hay que sea técnica y qué que no lo sea?
-Lo mismo que en la escritura, en el arte en general o en el amor. Qué hay en el amor de técnica y qué hay en el amor de arte. Para escribir un libro, conocer algunas técnicas narrativas puede ayudarte. Pero lo esencial no son, evidentemente, esas técnicas. Lo esencial es que te pongas en juego de la manera más radical y límpida que puedas. En la meditación pasa exactamente igual. Lo interesante no es la perfección formal con la que realizas una determinada práctica espiritual, sino la pureza de corazón con que te entregas a ella. Hablo de práctica, es decir, de ritualidad, de gestualidad, de cultura. El silencio es cultura. Todo mi esfuerzo pedagógico, o una buena parte de él, está orientado a que nos demos cuenta de que las técnicas son sencillas. Solo lo sencillo alimenta el alma. Todo lo espiritual es sencillo y solo lo sencillo es espiritual. Si es complejo, es de la mente.
¿El silencio es ausencia o presencia?
En realidad es un misterio de ausencia y de presencia, como el amor. De cercanía y de distancia. El amor no es solo cercanía, también es distancia en la que se genera el deseo. Con el silencio sucede lo mismo. A mí me gusta la metáfora del desierto. De hecho, fundé la asociación Amigos del desierto porque creo que nacemos del desierto. Es en el desierto donde nacen los monoteísmos, que es tanto como decir la experiencia de la unidad. Nuestro principal problema es la fractura, la división, casi todos estamos rotos por dentro: tenemos sentimientos contradictorios que no sabemos armonizar, y vivimos en una contradicción dramática. También, por supuesto, rotos por fuera, divididos: blancos y negros, creyentes y no creyentes, derechas e izquierdas… Este es el problema. Frente a la división, la propuesta de las religiones monoteístas es la unidad. En el cristianismo no se trata de una unidad monolítica, monocorde, sino de una unidad trinitaria, plural: es unidad en la pluralidad. Por eso mismo, no es casual que sea en Occidente donde florecen las democracias. Cada uno tiene el régimen político según el Dios en el que cree. No es casual que el monoteísmo nazca en el desierto: es un paisaje vacío, o con muy pocas cosas. Y que el politeísmo nazca en la jungla.
«Nuestro principal problema es la fractura, la división, casi todos estamos rotos por dentro: vivimos en una contradicción dramática»
Sería interesante saber algo más de «Amigos del desierto».
He creado esta asociación para enseñar a meditar porque la gente me lo ha pedido. No ha sido una idea mía. Nació por aclamación popular, por así decirlo. Con el tiempo me he dado cuenta que no estamos simplemente enseñando a meditar -que ya sería una gran cosa-, sino que estamos ayudando a que la gente pueda volver a casa. Cuando se terminan nuestros retiros, la gente asegura estar contenta por haber aprendido a meditar. Pero añaden: «Estoy volviendo a casa». ¿Qué quieren decir con esto? ¿De qué casa están hablando? Están hablando de que hemos roto con el pasado. Con el pasado espiritual. Están hablando de que el propio pasado espiritual, en Europa, en España, les parece casposo. Nos desagrada tanto que queremos hacer un punto y aparte. Pero lo cierto es que si no sabes cuál es tu pasado, no puedes vivir en tu presente. No sabes quién eres. Si no sabes quiénes te han precedido, si no tienes padre, ¡eres huérfano!
«La esperanza legítima es aquella que nos pone en movimiento. Una utopía que te deja como estás es una quimera, y no ayuda»
La meditación, el silencio, ¿son entonces caminos para la madurez personal?
Meditamos para crecer en la confianza. La confianza nos hace bien. Eso es lo que se quiere decir, cristianamente hablando, cuando se afirma que Dios es Padre. Que puedes confiar, puesto que alguien vela por ti. Dicho de un modo más laico: el universo está conjurado para que se realice lo que tú eres. No para frustrarte, sino precisamente para llevarte a plenitud. La meditación puede ser un camino de crecimiento y de madurez personal si se cumplen estas dos condiciones básicas: la humildad y la constancia. La constancia quiere decir mantenerse en el tiempo. Lo propio del ser humano es que es temporal. Si uno rompe la temporalidad, rompe al ser humano. Es metafísicamente imposible aprender un idioma en diez días. No cabe. Pues con todo lo demás tampoco. Lo que hace falta son itinerarios, procesos de aprendizaje. La meditación enseña a respetar el tiempo porque muestra el poder del ahora. Y la humildad, ¿qué significa? Humildad significa querer aprender. Ponerse por debajo de quien sabe. Siempre digo que el movimiento espiritual por excelencia es ponerse abajo. Esto es ser discípulo. Reconocer que hay un maestro, que hay alguien que te puede enseñar. Nuestro problema en Occidente es que nunca hemos creído en los gurús, en los que sí creen en Oriente, porque tampoco creemos en la comunidad. Somos individualistas. Y, ¿puede uno aventurarse en el desierto sin un mapa y sin unos compañeros? ¿No es lo más probable que acabemos perdidos?