ARTE

La otra luz de Chagall

Que la del grabado no es una técnica menor queda patente al ver ejemplos de grandes artistas como Marc Chagall. La Fundación Canal se ocupa de esta faceta más desconocida del pintor

«Paisaje azul», grabado de 1958 ©VEGAP, Madrid, 2016 - Chagall®

JOSÉ MARÍA HERRERA @ABC_Cultural

La memoria, a la que debemos un pasado que nunca pasa del todo, también es a menudo fuente de engaños. Da igual si se trata de la colectiva o de la individual. Distorsionamos recuerdos, mezclamos hechos, recordamos cosas que jamás ocurrieron . Yo, por no ir más lejos, he creído hasta hace poco que la primera imagen de Chagall que vi ilustraba la portada de un volumen de relatos de Singer publicado por Plaza y Janés: «Gimpel, el tonto». Un amigo me sacó del error con el libro en la mano demostrándome que, además de conservar y olvidar, la memoria baraja como un tahúr las vivencias que almacena. Por suerte, estas combinaciones no siempre son infundadas. Chagall y Singer remiten a un mismo mundo, el de los judíos del Este , que el totalitarismo barrió de la faz de la Tierra convirtiéndolo en mito.

Lo peor, sin embargo, no es que la memoria invente recuerdos, sino que sea incapaz de borrarlos. No hablo de traumas psicoanalíticos, sino de cosas menudas, del estilo de las melodías que se meten en la cabeza por la mañana y llega la noche y seguimos tarareando. Con Chagall tengo yo también una de estas que se remonta a mi juventud. El instituto organizó un viaje de estudios a París y visitamos la Ópera Garnier, cuya cúpula central había decorado el pintor ruso por encargo de Malraux , ministro de Cultura de De Gaulle . El contraste entre el fastuoso teatro y aquella bóveda de colores chispeantes, casi yeyé , me impactó. Por desgracia, un condiscípulo miope, con más testosterona que cerebro, deshizo el hechizo para siempre: «¡Vaya fresco, parece una paella valenciana!».

Efectos pirotécnicos

Años después supe que no era el único crítico de la obra. Muchos piensan que desentona. Fumaroli , gran defensor de las esencias francesas, cree que Malraux erró al encargar el trabajo a un pintor de caballete poco apto para la escala monumental. Ignoro si opinará lo mismo de sus vidrieras. A mí, las que hizo para la catedral de Reims o la de las monjas de Zúrich , me parecen magistrales. Claro que este es un terreno particularmente favorable para un artista de sus características. Los efectos pirotécnicos, esa incandescencia sobrenatural de sus figuras, gana en una materia transparente . En cualquier caso, si Chagall tuvo algún problema no radicaba en la escala, sino en la opacidad de los materiales, esa impenetrabilidad de la tela, la arcilla o el yeso que impide a sus colores estallar como fuegos de artificio .

Que fue maestro del color, que supeditó lo narrativo a lo plástico y que extrajo sus temas de su infancia, lo dice todo el mundo. Lo que ya no se dice tanto, o se dice a ciegas, es que nació en una familia hasidista que creía que mediante la oración puede experimentarse la perfección del orden divino que el hombre dejó de percibir al ser expulsado del paraíso. Es un dato importante, pues: ¿no es acaso esa perfección mística la meta de su pintura? Que abandonara la práctica religiosa no lo desmiente, y tampoco que estuviera, como le criticaba Malevich , demasiado apegado a las apariencias. Él mismo refiere en su autobiografía (« Mi vida », Acantilado) que renunciar a ellas sería como no mirar a los ojos de un interlocutor. Por eso, aunque en sus cuadros abunden paisajes y recuerdos de su niñez, el auténtico tema de su pintura es la plenitud paradisíaca que envuelve a las cosas cuando caen bajo una luz que las trasciende y que, claro, no es la de la lógica.

Chagall dice en su autobiografía que renunciar a la apariencia de las cosas sería como no mirar a los ojos de un interlocutor

Un artista que soñaba con pintar como si detrás de la tela resplandecieran las velas de un candelabro , que necesitaba volver transparente el color a fin de hacer visible lo invisible, debería en teoría haberse sentido incómodo con las técnicas del grabador. No fue así. La contribución de Chagall a la historia de la estampación resulta, de hecho, impresionante . El lector puede comprobarlo con sus propios ojos gracias a la exposición de la Fundación Canal , un centenar de obras que, sin embargo, apenas representan la décima parte de lo que produjo en este campo. Durante cerca de setenta años, Chagall cultivó ininterrumpidamente las artes gráficas. Él mismo confesó que este tipo de labores le eran necesarias porque están más cerca de la vida que la pintura . Si en lienzos y vidrieras buscaba sobre todo esa realidad paradisíaca perdida a causa del pecado, el grabado le servirá específicamente para ocuparse de las tristezas y alegrías de este mundo .

En estado de gracia

La exposición de la Fundación Canal se divide en tres secciones. La primera, «Divino y humano», reúne litografías de diversas épocas en una panorámica del trabajo de Chagall que pone de manifiesto su permanente estado de gracia . La segunda, «Almas muertas», exhibe algunos de los aguafuertes con que ilustró la novela de Gogol . Son piezas satíricas, muy interesantes, aunque difíciles de ver, y no sólo por la escasa iluminación, sino por la dificultad de entenderlas para quien no tenga frescas las aventuras de Chíchikov, el especulador funerario que protagoniza la historia.

La última sala está dedicada a «La Biblia». A mi juicio es lo mejor de la muestra. También en este caso la familiaridad con el texto ayuda a apreciar la penetración de las ilustraciones (los entendidos sonreirán al ver debajo de la estampa dedicada a la escena en que Jacob bendice a sus nietos un letrero que anuncia la rendición de Efraím y Manasés). Vale la pena combatir la pereza y darle un repaso al Génesis antes de visitar la muestra . Son muchos los detalles suculentos que Chagall ofrece al curioso. Un ejemplo: la estampa correspondiente al momento en que Abraham invita a comer a los tres ángeles que le anuncian que Sara, su anciana mujer, dará a luz un hijo. La gracia de la ilustración está en la pequeña planta que acaba de germinar en un terraplén situado a la entrada de la casa y que simboliza la buena nueva. Este es el estilo de toda la obra, el estilo sutil, luminoso de Chagall , y por eso conviene abrir bien los ojos para disfrutar de ella.

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