LIBROS
«Oriente», José Carlos Llop en el país del deseo
La última novela del escritor mallorquín nos propone una reflexión sobre el amor y el erotismo, asentada en la historia de su protagonista y en múltiples lecturas, desde Ovidio hasta Ezra Pound
Hay varias continuidades y bastantes diferencias entre esta novela y el resto de la narrativa de José Carlos Llop (Palma de Mallorca, 1956), un autor cuyo prestigio mayor estriba en que ha escrito libros más y menos brillantes, pero no entrega nunca uno malo . En esa continuidad estriba la razón de que goce de lo que se conoce como «succès d’estime». El galicismo no le viene mal a una novela escrita en Francia, ambientada en parte en ese país, pero sobre todo nacida de la tradicional entrega de Llop a esa atmósfera de sensualidad culta que vivió París en la etapa mejor de sus vanguardias artísticas y que continuó durante la ocupación nazi. Una de las señas de identidad de la narrativa de ficción de Llop es su atención a zonas menos visitadas, como por ejemplo a figuras menos consabidas de la vida cultural europea, por ser afines a la revolución de la esvástica.
No es extraño en Llop, pero lo sería en otros, el protagonismo que en una novela sobre el erotismo cobran dos figuras, de desigual entidad literaria, a las que nadie esperaría en tal zona: Ernst Jünger y Dionisio Ridruejo. En una novela anterior, París: suite 1940 (2007, ya se había fijado en las actividades menos confesables del comercio con obras de arte de González-Ruano en el París nazi. No tiene que ver esa dedicación con ninguna clase de afinidad encomiástica, sino con una de las líneas de fuerza sostenida por el libro de Llop, y en la que insistieron otros: en la liberación erótica femenina , frente a lo que suele pensarse, no tuvieron los adalides del pensamiento conservador menos atrevimiento que los artistas de la bohemia. En los ambientes fascistas de la guerra, también lo había visto Pasolini, hubo más contravención y heterodoxia a cualquier moral sexual que en ninguna otra corriente política. A«Oriente» le cuesta un trecho encontrar el tono que mejor la favorece, y sus primeras páginas son dubitativas en el asunto de la fuente narrativa.
Sartre y Beauvoir
Pero, finalmente, Llop opta por el mejor modo de afrontar sin disimulo que estamos ante una novela-ensayo sobre el erotismo visitando muchas lecturas de la tradición europea, desde Ovidio hasta Ezra Pound, y a través de éste, el gran espacio de los trovadores, que había ocupado ensayos clásicos como el de Rougemont. «Oriente» es por tanto un ensayo en forma de novela, es decir, un libro donde las figuraciones personales nos meten directamente y sin juegos autobiográficos en la ficción, pero no deja nunca de tener un alimento en las lecturas del autor, muy nutridas , y como siempre ocurre en Llop indisimuladamente sofisticadas. Todo el libro explica desde el comienzo que trata del amor, pero en el fondo sostiene la tesis de la contigüidad entre este tema y las distintas formas del deseo. Eros es erotismo y casi nunca, al menos aquí, salvo alguna piadosa referencia lateral, llama incorpórea y espiritual. La tesis que casi todas las historias de la obra desarrollan es que el espíritu del amor habita en el país del deseo.
Así, las mejores páginas ocurren cuando ficcionaliza el asunto mediante la figuración del narrador, un profesor universitario , con Miriam, la alumna con la que transita por no permitidas aventuras sexuales. Historias como esas, más logradas, y otras, algo menos creíbles como las revelaciones del protagonista respecto a la muy laxa moral sexual de sus propios padres, sirven para abandonar la abstracción generalista del ensayo. La otra manera de despliegue del tema, realmente interesante, es el recorrido que emprende por historias personales reales , algunas más conocidas como las de Sartre y Simone de Beauvoir, otras menos como las de Jünger y Ridruejo.
Alguna hay sorprendente como la del zar Alejandro II y su amante Ekaterina Dolgorukaya. No puede faltar cuando abordamos un libro escrito por José Carlos Llop la anotación sobre la eficacia del estilo, porque es uno de esos prosistas cuidadores de un castellano rico, muy atento a lo sensorial , lo que en una novela como la presente se aprecia todavía más.