CINE
Olivia de Havilland: la rebelde orgullosa del cine clásico
A la altura de las más grandes actrices de la historia, formó con Errol Flynn una pareja legendaria y luchó contra los abusos de los estudios
Olivia de Havilland es la señora de las películas que siempre está en su lugar y que guarda las esencias y los principios de la familia y la sociedad. En el arte interpretativo, estuvo durante dos décadas a la altura de las mucho más glorificadas Bette Davis , Joan Crawford o Barbara Stanwyck , aunque sólo ahora en su muerte se le está reconociendo. Con Bette coincidió en Como ella sola , era su hermana y le hacía la vida imposible, la misma vida que le puso a Olivia en situación parecida, pero las dos estrellas convivieron forjando una amistad que duró hasta mucho después de la siguiente película que hicieron juntas, Canción de cuna para un cadáver .
Pero el reverso de la moneda que era Olivia fue un hombre, un actor. Aunque un poco tardía, la afición de una generación por las películas de aventuras emitidas por la televisión en los años 70 y 80 nos permitió descubrir a las grandes estrellas del cine americano, y las grandes parejas que lo jalonaron. Y la pareja Errol Flynn-Olivia de Havilland tiene difícil parangón en estrellato y aureola mítica , pero también en la calidad de las obras compartidas.
Olivia de Havilland nació en Tokio el 1 de julio de 1916, y ha fallecido en París a los 104 años de edad. Su desaparición no deja huérfano al Hollywood de las grandes estrellas de la época clásica como se ha afirmado estos días, porque aún están entre nosotros Kim Novak y Tippi Hedren , rutilantes divas de épocas poco posteriores a la suya, y aún siguen por ahí con sus recuerdos Julie Andrews, Sophia Loren, Angela Lansbury, Joanne Woodward, Eva Marie Saint y Shirley MacLaine , aunque todas ellas en un escalón inferior a la trayectoria de Olivia. Coetánea a ella e igualmente ejemplo de longevidad, la protagonista de series B Marsha Hunt cumplirá 103 en octubre en su casa de Sherman Oaks, al otro lado de Hollywood Hills.
Su fuerte temperamento llegó a su máxima expresión con el eterno odio hacia su hermana Joan Fontaine
Fue una actriz de carácter , no en el sentido de actriz característica o secundaria, sino de fuerte temperamento , como prueba su eterno odio hacia su hermana Joan Fontaine , de la que se distanció en 1940 cuando le birló el papel de Rebeca , el primer largometraje de Alfred Hitchcock en América. De aquella rivalidad artística que minó sus relaciones personales sólo surgió una devastación sentimental entre ambas, salvo el pequeño acercamiento que tuvieron muchos años después, roto al poco tiempo cuando Olivia no avisó a su hermana de la muerte de la madre de ambas, y Joan se enteró por los periódicos. Los desplantes públicos que Olivia le hizo a la hermana pequeña tuvieron su cénit en la entrega de los Oscar de 1947, cuando le negó el saludo al acercarse Joan a extenderle su felicitación. Así era la Havilland, y así ha terminado sus días, con un inflexible posicionamiento ante la vida que le hizo enfrentarse a todo y a todos . Lo refleja su libro de memorias Todos los franceses tienen uno , escrito en el otoño de su vida en la capital francesa a la que aprendió a amar durante años.
La rebeldía de Olivia no tenía barreras . Incluso la estableció contra su propia apatía, y llegó a promover proyectos que han terminado siendo importantes hitos como lo es La heredera en el drama . Su llamada a William Wyler para que dirigiera la versión cinematográfica de la obra teatral basada en la novela de Henry James Washington Square liberó los temores de la Paramount para decidirse a acometer el proyecto, y le permitió a la actriz dar cuerpo a la Catherine con la que ganó el segundo Oscar por su mejor trabajo en décadas. Se sacó así la espina del año anterior en el que una Jane Wyman sobrevalorada se había hecho con el premio por Belinda , aunque Olivia ya había derrotado a la Wyman de El despertar en la gala de 1947 cuando recogió la estatuilla por esa joya semi desconocida de Mitchell Leisen que es La vida íntima de Julia Norris , el curioso título español de To Each His Own porque ni siquiera la protagonista, Josephine, se llama Julia.
Y en La heredera pudo mostrar la transformación física y psicológica de la protagonista, que pasa de ser una joven torpe, miedosa, desaliñada, insegura y tímida a convertirse en mujer vengativa, cruel, bella e iluminada, acompañada por una evolución del vestuario y maquillaje a medida que avanzaba la historia del arribista Montgomery Clift casándose con una ricachona sólo por su dinero.
Llevó ante la Corte Suprema del estado de California las condiciones de su contrato con Warner
Su carrera en Warner dio un salto en los años 30 gracias al tándem comercial formado con Flynn, el demonio de Tasmania al que sólo ella supo domesticar en pantalla... y fuera de ella. Junto a él protagonizó una de las escenas más tristes que se recuerda en el cine , en Murieron con las botas puestas . Olivia le decía a su marido Custer lo que harían juntos cuando él volviera de esa batalla final en Little Big Horn , una conversación con aires de despedida porque el general iba a una muerte segura ante la tribu de Gerónimo . «Pasear a vuestro lado por la vida, señora, ha sido muy grato». No debió ser fácil para ella dar dimensión narrativa a las parejas de los héroes interpretados por Errol Flynn, en Robin de los bosques , en El capitán Blood o en La carga de la brigada ligera . Pero lo conseguía y dotaba a sus personajes de una solidez tal que el aventurero no habría ofrecido lo mejor, como lo dio, sin Havilland dándole la réplica. Ambos compartieron también cartel en las menos célebres Camino de Santa Fe y Dodge, ciudad sin ley , y la mayoría de ellas eran obras del director de origen húngaro Michael Curtiz al que se acaba de «glorificar» en una serie televisiva.
Sus grandes personajes femeninos gozan hoy de un valor interpretativo incalculable . El doble papel de A través del espejo , un Siodmak negro con radical importancia para los espejos, con Havilland dando cuerpo a dos gemelas y logrando doblegar los deseos del director que prefería distinguir con algún rasgo a las dos mujeres para el público. Ella prefirió la ambigüedad y confundir a los espectadores que no sabían cual de las dos era la asesina. En Nido de víboras culminó una gran interpretación de una mujer ingresada en un psiquiátrico luchando contra su propia mente. Incluso en Si no amaneciera , donde su rol parece subsidiario del protagonismo de Charles Boyer , la actriz se sobrepone con solvencia y «le roba» muchas escenas.
Pero volvamos a esa rebeldía de su forma de ser. La ejerció igualmente contra los estudios , que en la época clásica del cine norteamericano eran el centro del poder y sometían a los actores y actrices a condiciones leoninas a costa de hacerles famosos y millonarios. Llevó ante la Corte Suprema del estado de California las condiciones de su contrato con Warner , que le había aplicado la cláusula de suspensión varias veces y prorrogaba indefinidamente la relación laboral de ambas partes. Y su victoria judicial es todavía hoy recordada y aplicada en los casos en que se establecen medidas draconianas contra un artista contratado.
Pocos años antes se había rebelado contra el patrón Jack Warner por otros dos motivos: para conseguir mejores papeles y para que la permitiera prestar sus servicios a Selznick con el fin de interpretar a Melania Hamilton , la mujer a la sombra de Escarlata O’Hara en Lo que el viento se llevó. Lo que podía haber sido un fiasco por las condiciones de un personaje siempre en segundo plano se convirtió en una lección de interpretación que mejoró incluso a Vivien Leigh y a Clark Gable , convirtiendo al suyo en un rol fundamental para la función, tan denostada ahora por motivos contemporáneos. Sería interesante saber qué pensó Havilland semanas atrás cuando se vetó la película por racista en algunas plataformas. Ella, que vio a Hattie McDaniel recoger el Oscar por el que también había sido nominada.
Un paseo por el cine inglés ( La noche en mi enemiga ) y una producción rodada en Italia ( Luz en la ciudad ), además de su participación en éxitos de los 70 como Aeropuerto y El enjambre , encarrilaron el camino de salida de Olivia de Havilland hacia el pasillo del anonimato en la capital parisina , donde ha pasado sus últimas décadas disfrutando de sus amigos y dejando gotas de esencia de su gran personalidad y elegancia.